LA GUADALUPANA: EL LLAMADO NOCTURNO

CAMINO AL RESPLANDOR

La noche desplegó su manto y ella se manifestó en sueños, como en aquellos días pasados cuando aún estaba de este lado del portal, un eco de esa época pidiéndome cumplir la ofrenda: encender una vela en el santuario de la «Morena Eterna».

Acepté sin titubeos, venía de ella, de quien me dio la vida, el llamado era ir a rendir respeto a «Nuestra Madrecita, la Tonantzin», la divinidad que abraza la tierra, cuyo misterio se plasmó en el rústico ayate de Juan Diego. En ese tejido humilde reside el sincretismo sagrado, que creyentes y no tanto, lo perpetúan,  la alquimia de dos mundos: un lienzo donde la Tierra reaparece, rodeada de estrellas, fusionando creencias de un ayer que palpita en el ahora y se proyectará en el mañana, expandiéndose en el corazón de toda América.

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Ella es el alma secreta de este México, con su imagen delante se inició la Independencia y con ello, se le venera, está en cada esquina, en cada altar diminuto, en la estampa que resguarda el hogar. Saberla cerca no es solo fe, es un ancla que trae una paz honda y ancestral al espíritu.

Salí con los primeros rayos del día, temiendo al sol inclemente, preguntando por la ruta que me llevaría a su luz. Bajé al metro, y ahí me dieron la señal, la mejor forma de llegar a ella, abordé el tren entre cientos de personas cada quien enfocada en lo suyo y sobretodo en «las pantallitas».

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Desembarqué en un andén vacío, era la única que me encontraba, subí las escaleras sin cruzarme con nadie, era como si el mundo se hubiera detenido y todo en la faz de la tierra desaparecido.

Llegué a la calle donde ni un alma había, un hombre a lo lejos se veía, me acerqué a él, con las manos manchadas de grasa, arreglaba un carro, uno de esos mecánicos callejeros, le pregunté por el mejor camino.

Me advirtió: «Siga derecho. Gira en aquella esquina marcada. Hallará unas esferas de piedra. Pero, ¡ojo!, no se desvíe. Este tramo es sagrado para el peregrino, pero no sucede lo mismo por las calles vecinas.»

Así, llegué a las esferas prometidas, rocas puestas en perfecta y enigmática quietud en una plazoleta, me detuve a mirarlas, «encuentra el equilibrio», pasó rapidito por mi pantalla pensamiento. Que así sea.

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Al levantar la vista, allá, a lo lejos, se erigía la gran explanada, no solo un camino terrenal, sino una promesa de encuentro bajo el sol que nacía. Allí, donde el manto de estrellas y el huipil de Tonantzin se funden en uno solo, la Basílica me llamaba, susurrándome el eco de un antiguo misterio.

Retomé la senda, lenta y sin prisa, sintiendo ya la caricia dorada del Hermano Sol que comenzaba a derramarse. Caminé esa planicie con un paso casi ceremonioso, como si mi andar fuese el cumplimiento de un encargo que me había sido solicitado desde el «Más Allá», y no era mi voluntad, sino ella misma, quien guiaba mis pasos.

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Un profundo regocijo me envolvía. Me dirigí a la Nueva Basílica, la más moderna, con esa forma circular que la hace única, emulando la carpa sagrada con que los judíos peregrinaron con el Arca de la Alianza. Su diseño permitía la entrada por múltiples puertas, garantizando que quien cruce su umbral siempre se encontrará de frente con Ella: la dulce unión de Virgen y Madre Tierra, enmarcada por el cielo del día de su aparición.

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En el interior, una misa se oficiaba; la noticia reciente del fallecimiento del Papa Francisco volvía aquel día y la ceremonia aún más especiales. Me quedé a escuchar, a ser partícipe de esa liturgia. Un clima inusual, casi etéreo, rodeaba a los peregrinos y a quienes celebraban la eucaristía.

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Al terminar, salí para dejarme guiar por el instinto, por el capricho suave de mis pasos. Así, caminando despacio, llegué a la subida que lleva al Tepeyac. Allí, mi mirada fue cautivada por un arco de flores: bugambilias o Santa Rita, flores que embellecen el espacio, volviéndolo mágico y resiliente, capaces de adaptarse a cualquier suelo. Con su calidez y sus colores, encantan y, dicen, evocan el amor verdadero, el que se encuentra entre dos llamas gemelas.

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Me acerqué y comencé a ascender las escalinatas, encontrándome a cada tramo con los fotógrafos típicos del lugar, quienes eternizan el «Recuerdo de la Villa», donde no pueden faltar el burrito, el caballito para los niños, el zarape y el sombrero mexicano, elementos sencillos que ambientan el retrato con aires de leyenda.

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Desde la altura, el panorama se abría sobre ese gran espacio sagrado, corazón de la fe de la mayoría de los mexicanos. En cada rincón late el sentir de esa Virgen Morena que se presentó en este cerro, el Tepeyac, a Juan Diego, el humilde pastorcito, pidiéndole que fuese su voz ante el obispo de aquel tiempo, Juan de Zumárraga.

La historia susurra que el sábado 9 de diciembre de 1531, mientras Juan Diego iba a sus enseñanzas religiosas, escuchó un canto que venía de la cima del cerro. De pronto, el canto se detuvo y una voz lo llamó:

-Juantzin, Juan Diegotzin…

Ascendió y se encontró con una mujer de hermosura inexplicable, con ropas que «brillaban como el sol», quien se presentó como: «la perfecta siempre Virgen Santa María» y le pidió que le dijera al obispo que construyera una «casita sagrada» para Ella en ese cerro, queriendo que Juan Diego fuera su mensajero.

El obispo, incrédulo, pidió una señal. Juan Diego regresó al cerro a ver a la Señora quien lo hizo recoger unas flores perfumadas de un jardín florecido en la cima del cerro, en un lugar árido y en pleno invierno.

Al llegar con el obispo, contó la maravilla de las flores, y al abrir su tilma para que cayeran, se reveló el milagro aún mayor: la imagen de la Virgen estampada en ese humilde ayate, una huella celestial en tela de la tierra.

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El camino seguía, y me adentré por un pasaje donde ni un alma se veía. Un sendero con un cierto encanto a vacío y enseñanza, a reposo y contemplación, para el alma que busca la paz.

CONTINUARÁ…

MÉXICO

ABRIL 2025

***

LA VIRGEN DE GUADALUPE

EL DÍA DE LA TONANTZIN SE ACERCA

CUANDO EL CIELO LA CELEBRA

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12 comentarios en “LA GUADALUPANA: EL LLAMADO NOCTURNO

  1. Se siente como un diario íntimo de alguien que va en peregrinación a la Villa llevado por su mamá fallecida, y lo cuentas con una mezcla de devoción, nostalgia y poesía sencilla. Lo que más me gusta es cómo unes lo cotidiano (el metro lleno de gente en sus pantallas, el mecánico grasiento, el sol que quema) con lo místico (el camino vacío que parece que el mundo se paró para dejarte pasar, las flores que hablan de llamas gemelas, el Tepeyac que sigue siendo portal). Esa sensación de que la Virgen Morena está en todos lados, desde la estampita del taxi hasta el cerro donde apareció, y que te acompaña aunque ya no creas del todo… todo un acierto. Se nota que está escrito por alguien que sintió que su mamá desde el otro lado le dijo “ve a ver a la Morena por mí” y obedeció. Y lo cuentas con calma, sin apurar el milagro.

    Muy bueno. Un abrazo, Themis.

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    1. Hola Marcos, siempre agradezco tus palabras, describen muy bien el suceso, pues así iba, desde que estoy en México mi madre cada tanto me mandaba a prenderle una vela a la Virgen Morena y allá iba, generalmente acompañada por alguien cercano, una vez cruzado el portal y seguir en su viaje, me lo ha pedido en sueños y allá voy. Esta es la primera vez que lo hago sola, sin nadie que me acompañe, claro salvo mi madre y la Tonatzin. Gracias, abrazo más que grande

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  2. Hola Themis, gracias por la entrada y las fotos, me has recordado mis visitas a ese lugar. Las hice desde un punto de vista meramente turístico y no espiritual. La basílica, su forma nunca me ha gustado, pero el interior es impresionante. Y la parte donde se ve la vivienda de Juan Diego es super interesante. Una visita muy recomendable ya sea que vayas por curioso o guiado por la fe. Te mando abrazos…

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    1. Da lo mismo desde donde lo hayas hecho, vale la pena, yo voy generalmente a cumplir encargos, de prender velas. A mi tampoco me gusta, sin embargo tiene su que ver, es el adentro lo que prima y lo que sorprende cuando entras y vez a la Virgen de todas partes. Es el efecto lo que se buscó más que una fachada bonita y ese sí se logró, como dices dentro es impresionante…
      Gracias Ana, abrazo bien grande

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    1. Es un sincretismo de muchas creencias, incluso todo lo que tiene en su alrededor, toda la simbología que guarda, desde la Madre Tierra, a el Universo, a la Tonatzin, Nuestra Madrecita, a la Virgen de Guadalupe, aquí hay mucha veneración hacia ella, pues hay mucho guadalupano que no es católico. Gracias Eva, abrazo bien grande

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  3. Me hiciste recordar tantas cosas… Siempre que voy a México, tengo que ir a La Villa a visita a LaMorna Guadalupana y son tantos los recuerdos… El Tepeyac, la antigua Basílica, ese paseo al que me uno contigo, la historia, el paisaje único y ya se aproxima la fiesta grande… Gracias, Themis. Mi abrazo grande.

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    1. Ya mero está aquí esa gran fiesta donde millones de peregrinos se unen en el camino para cantarle las Mañanitas y ofrendarla, bella fiesta, que se conmemora en todas partes, en los pueblos, en las ciudades, en los trabajos, pues es una parte fundamental del espíritu de México desde la época prehispánica pues Ella lo fusiona, a esa Tonatzin que protege, ampara y acompaña a todos sin importar sus creencias o posturas en esta vida.
      Te imagino en la Villa, pues es una visita que quien llega a Ciudad de México hace, para ofrendarla. Abrazo más que grande y gracias

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  4. Hola, Themis, por lo que se ve tienes muchas historias en la recámara. Hace tiempo ya que murió el papá Francisco y estás fotos son de por allá. La vida que corre y las oportunidades se adelantan unas a otras…

    La última foto es preciosa, un lugar mágico, no hay duda.

    Un abrazo. 🤗

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    1. Hola Merche, si hay algunas que se me han olvidado publicar de hace muchos años, pero esta la guardé para estas fechas, pues cuando se acerca su fecha la traigo y que mejor este año que hacerlo con esa visita que realicé cuando fui a cumplir con esa ofrenda que en sueños me habían pedido. Sí, así es en la próxima entrega lo verás, es un pasaje con las Bienaventuranzas, donde puedes descansar en un bello jardín. Abrazo gigante y gracias

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