REMEMORANDO UNA CANCIÓN: «CUESTA ABAJO»

«Si arrastré por este mundo
La vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser
Bajo el ala del sombrero, cuántas veces embozada
Una lágrima asomada yo no pude contener.»

«Si crucé por los caminos.

Como un paria que el destino se empeñó en deshacer
Si fui flojo, si fui ciego, solo quiero que comprendas
El valor que representa el coraje de querer»

Cada vez que lo veo me acuerda a este tango, sobre todo esa frase que dice:

«como un paria que el destino empeñó en deshacer…»

Eso sí, en mi adentro lo escucho cantado por esa voz del Mago, ese prodigio que dicen y es vox populis «qué cada día canta mejor».

Carlitos, «El Zorzal Criollo», por compararlo con esa ave que le canta al amanecer, «El Morocho del Abasto», por vivir en un barrio homónimo y su piel media oscura, si, no puede ser otro que Carlos Gardel, «El Rey del Tango», ese que Argentina y Uruguay se pelearon durante mucho tiempo por su nacionalidad.

Los uruguayos diciendo que había nacido en Tacuarembó, en el interior del país, a lo que se le sumó también Francia ya que su madre era de esa procedencia y se decía que había nacido en Toulouse, antes de emigrar para los sures, allá al Río de la Plata, ese mar de agua dulce donde creció y se crió.

Lo único confirmado es que no es argentino de nacimiento sino por naturalización.

Pero de quién les quería contar es de este ser que viene de visita sin ser invitado, ese con mirada de mártir, de tristeza, de apesadumbrado, de ese que parece que dijera: «soy incapaz de matar una mosca», que al recordarme esta canción me lleva a viejos tiempos, momentos de mi niñez y mi adolescencia, donde el tango era parte de mi existencia y este en especial uno de mis preferidos, pues había otros que eran difíciles de digerir.

La casa vibraba entre el tango, la ópera, el folklore y la música clásica, un coctel que se alternaba, dependiendo de la estación de radio que se escuchara o de quienes se encontraban, pues no todos eran partidarios de todos los sones, eso sí, a las dos de la tarde poner a Miguel Aceves Mejía, que fue un cantante y actor mexicano de la época de Oro del Cine, conocido con el apodo de «El Rey del Falsete», ya que quién ayudaba en los quehaceres de la casa se congratulaba con él mientras ordenaba la cocina y se le respetaba su predilección.

Toda una educación musical que luego coronó la trompeta de Louis Armstrong, la música francesa y el rock and roll con Elvis, entre otros, en la llegada de la adolescencia a la casa.

«Era para mí la vida entera
Como un sol de primavera, mi esperanza y mi pasión
Sabía que en el mundo no cabía
Toda la humilde alegría de mi pobre corazón
Ahora, cuesta abajo en mi rodada
Las ilusiones pasadas, yo no las puedo arrancar
Sueño con el pasado que añoro
El tiempo viejo que lloro y que nunca volverá.»

Este peludito de cuatro patas, que lo conocí hace años cuando realmente era todo un potro, como quien dijera un macho alfa, un malevito que por cualquier cosa buscaba pelea, con lo que fuera, con el que no nos llevábamos muy bien, todo lo contrario.

Él no puede negar que es un espécimen del desierto y no de la parte del pueblo, sino nacido allá arriba, bien arriba en el cerro, a más de dos horas caminando si se va a buen paso, en la zona de las plantaciones de maguey de donde se saca el pulque, esa bebida espirituosa regalo de los dioses, prohibida en la época prehispánica por hacer volar los sesos y perder la compostura, sobre todo a la gente joven, pero eso sí, permitida para los ancianos, las embarazadas y las que amamantaban, pues era un alimento prodigioso.

Una vez al año había una fiesta durante varios días donde el beberla era abierto a todos, pues era una celebración dedicada a su dios, se puede decir de la embriaguez o borrachera espiritual, pues era considerada sagrada.

«Por seguir tras de su huella
Yo bebí, incansablemente, en mi copa de dolor
Pero nadie comprendía que si todo yo lo daba
Que en cada vuelta dejaba pedazos de corazón.»

Como ser del desierto no deja de tener su personalidad fuerte y brabucona, hosca, con cara de no muy amigo y habiendo sido consentido desde pequeño porque fue elegido de la camada y como quien dice aceptado en la casa en el pueblo, tratado como perrito faldero, cargado como si fuera osito de peluche, creció con otros privilegios como también con un poco más de comida y eso aumentó aún más ese sentirse único y el «mero, mero».

Cuando lo conocí venía con su dueña y se quedaba en la puerta de la casa, no entraba y desde ahí custodiaba sus entradas y salidas, por otra parte me dejaba salir de la casa, sin embargo, si cuando regresaba él estaba tirado en la puerta me gruñía, y se ponía en guardia.

El tiempo pasó, como la ley que a todos nos acompaña, se fue poniendo viejo y con eso muchas cosas fue perdiendo entre ellas el ser el macho alfa, ya no andaba para muchos trotes, ya permanecía más tiempo en el pueblo y ya cuando llegaba a la casa entraba y se tiraba a dormir, como buen viejito, ya no tenía ese garbo de la juventud.

«Ahora, triste, en la pendiente
Solitario y ya vencido yo me quiero confesar
Si aquella boca mentía el amor que me ofrecía
Por aquellos ojos brujos, yo habría dado siempre más.»

Le fui guardando comida, pues siempre anda medio escaso de ella y con un hambre voraz, aunque no está flaco, nos fuimos acostumbrando a vernos, a que cada vez que le digo que si quiere huesitos, mueva la cola, se pare y camine a donde se le pone la comida.

Es el Champions, cariñosamente llamado Cham, que la verdad que no tiene el arte de obedecer, todo lo contrario se hace el desentendido, sobre todo ahora que hace unos verdaderos berrinches para no irse si olió a comida.

Pero por otro lado, para correr motos es el primero, el otro día me lo encontré en la calle, me quedó mirando, cuando pasó una dos ruedas, salió corriendo tras ella, para darse la vuelta y ver que venía otra, prepararse y repetir la acción y luego otra, no dejó de ladrarles y abalanzarse sobre ellas, como un buen can maldito, que hace temer a quien va arriba de que verdaderamente se lance, luego regresó muy orondo y se tiró a tomar sol.

-¡Cham!, ¡Cham!, ya vamos, vente