VIERNES SANTO

VIDA, MUERTE Y RENACIMIENTO

Salí a caminar un poco, a dar esa vuelta para animar al día que se le sentía bastante acongojado.

Se respiraba en el aire ese ambiente a calvario, a grandes penalidades, a tormento, esa crucifixión que es el distintivo de esta jornada.

El pueblo estaba vacío, cerrado, como que se guardaba el luto al momento, en la mañana había sido el Vía Crucis que significa “camino de la cruz”, se habían llevado adelante las catorce estaciones en las cuales se reza y medita acerca de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo.

En muchos pueblos en México se realiza la representación escenificada de cada uno de ellos, aquí es mucho más austero, aunque se hace el camino donde están señaladas las estaciones.

Crucé la plaza, al llegar a la cancha de basquetbol me llamó mucho la atención el ver al aro tapado con una tela morada, atrás de él el jacarandá parecía acompañar con sus flores el momento.

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El silencio que se sentía era hondo, avasallante, impregnaba cada instante.

El sol contrastaba con lo que se percibía, parecía como si dos momentos diferentes estuvieran representados, por un lado uno lúgubre, sobrio y por otro el iluminado, el reluciente.

Extraño era el tiempo, dos extremos se confabulaban, no era un día fúnebre más allá que lo parecía, sin embargo, algo volcaba a la reflexión, al ensimismamiento, eran las vibraciones que emitía.

Seguí caminando, el sol quemante laceraba con su firmeza, «no es hora de estar en la calle» parecía que decía con su actitud, más allá que estaba cercana su puesta, «es hora de recogimiento».

Iba subiendo por una calle cuesta arriba, en la que se encuentra una de las estaciones.

Estaba pintada, relucía a nuevo en sus grises con su cruz morada.

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Gris y morado, en un blanco fondo que los resaltaba, los colores del dolor, la tercera estación, su primera caída, agobiado por el martirio, no hay quien lo ayude, los suyos se dispersaron, están escondidos, temiendo ser apresados o se confunden entre el público que se junta a la orilla del camino a verlo pasar cargando la cruz. Dios colgó sobre él los pecados de todos.

La pintura dejaba claro y se revelaba en ella la agonía que la escena conlleva.

Di unos pasos y a medida que iba subiendo un perro ladrando y enojado salió a mi encuentro, como impidiéndome continuar, como cuando hay un retén que cierra el paso.

No era momento para discutir, el perro, el sol, mejor dar la vuelta desandar el camino.

Llegué al pasaje que lleva a la iglesia, los jacarandás coronaban otra de los estaciones, marcada con la cruz, el quiote, esa flor que al nacer, muere quien la dio a luz, la llamada planta madre que cuenta con muchos retoños a su alrededor y tras su muerte llena de regalos a los humanos.

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Cuando ya está lista y madura ese rosetón, comienza a dejar crecer un tallo, largo que puede llegar a los diez metros de altura, florece, produce semillas y ahí colapsa y muere, sin embargo se perpetúa en esa colonia de plantas hijas que a lo largo de su paso estableció y si no lo hizo, el trascender muere con ella.

Me quedé por largo rato observándola, se me hizo muy simbólica para el momento que se vivía, formaba con las sombras, las luces, el quiote, la cruz con sus morados una escena digna de contemplar como una expresión efímera del momento .

Marcaba ese abismo que había percibido, la vida y la muerte cada una en la polaridad que le corresponde uniendo ese camino que hay que seguir, vivir para poder morir, morir para renacer en otro contexto, lo que cuenta es las semillas dispersas, la obra que nos acompañó por este pasaje.

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Crucé el atrio, el sendero de los apósteles, salí por el arco y atravesé la plaza, por ahí iba de regreso a la casa, indudablemente el día no estaba para estar afuera, el aire estaba colmado de tristeza.

Al llegar a donde están los juegos infantiles, la voz que clama de un alado todavía dependiente, la que no se puede desconocer pues es estridente, se dejó sentir. Busqué de dónde venía, salía de abajo de una banca.

*

*

Me miraba y gritaba, gritaba y me sacó una sonrisa, estaba solito, llamando y parecía que nadie lo escuchaba. Me senté en ella y salió en lo que quiso ser un vuelo rasante, no lograba elevarse. Se detuvo y de nuevo su pedido.

Para luego retomar su esfuerzo de querer volar, la búsqueda de que sus alas le respondieran mientras la movía de una forma veloz, como si estuviera en una práctica para volverse diestro con ellas.

Se fue abajo de los juegos y volvió a llamar, se le sentía desesperado, ya había pasado un tiempo y nadie le respondía y tampoco se encontraba en el refugio de su nido que lo protegía.

*

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Cuando de repente llegó volando la que era su madre, él corrió hacia ella, que con mucha ternura le depositó algo en su pico.

*

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Los dos comenzaron a recorrer abajo de los juegos y entre salto y salto se detenían y ella le daba de comer.

Estuve un muy buen rato contemplándolos, era una hermosa escena para culminación del paseo y de la reflexión que había provocado.

La tristeza se dulcificaba, se transformaba en vida, en renacimiento, en nueva oportunidad, se mostraba en ese ser que había llegado a poblarla, para recomenzar, para no desfallecer, para dar ese salto a la esperanza, desplegar las alas y volar.

MÉXICO

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8 comentarios en “VIERNES SANTO

  1. Hola Themis, me impresion el ambiente que rodea a los días santos, y luego ¡las procesiones! la de Querétaro, donde me encuentro ahora, es particularmente impresionante. Muy bonito relato donde te acompañamos en tu recorrido y a pesar del ambiente acongojado como dices, siempre hay un detallito que nos alegra, que nos da esperanza. Saludos.

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    1. Sí, es impresionante y depende en que parte del país te encuentres la intensidad con el cual lo vives. Ese detalle nos muestra que una habita en la otra y que en cierta forma son inseparables, la tristeza del Viernes Santo es el regocijo de las Pascuas. Abrazo grande y pásala lindo

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  2. Otro regalo de Themis, y más que especial. En un día también especial. Esto que describes tan a conciencia y con detalles, que hace que uno se sienta allí y también en tu interior, es algo único. De verdad. Cronista de la vida, me convenzo cada vez.

    Si él Viernes Santo es especial en la ciudad, en un pueblo adquiere más fuerza está característica. Y por si fuera poco, la la flor que muere y tú allí, observándola. (Y yo contigo). Y el renacimiento, la esperanza en un día tan triste. Y yo la sentí.

    Aquí, no quise salir ni a la esquina, mi alma no me alcanzaba para estas emociones.

    Themis, muchas gracias. Te mando un abrazo muy especial y cálido.

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    1. Toda la razón un día muy especial que conmueve por el sentir que se respira. Ya te lo he dicho, me gusta eso del ser cronista de la vida como me defines, tiene su sentido, y lo agradezco. Me lo has aclarado, abrazo bien grande Maty, hermoso fin de semana

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