MADRE E HIJO AL ENCUENTRO
Andaba por las calles tomando el fresco, despejándome del encierro, caminando y viendo con qué me encontraba.
Decidí cruzar por el atrio de la Iglesia, lo barrían, lo dejaban impecable para la ceremonia que sería al otro día.
Iban a adornar con quiotes el camino de los Apóstoles, ahí estaban esperando en las jardineras que rodean a los árboles ancianos, esos que llevan tanto tiempo en el lugar que conocen el devenir de muchas generaciones y aún siguen regalando el fresco de su follaje.
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De repente se escucha música y un canto, los que estaban limpiando se detienen y dejan pasar al cortejo que traían una cruz con ellos.
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Seguí mi camino y me encuentro con una de las estaciones que conforman las catorce imágenes de la Pasión, que corresponden a diferentes episodios que según la fe católica, Jesús sufrió.
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Estaban en los aprontes de la conmemoración de la Semana Santa.
Fui haciendo toda la ruta que en cierta forma es la que generalmente realizo, la que lleva a la Iglesia del Calvario donde se celebra la ceremonia ese día.
Iba viendo los diferentes adornos que en cada una de las estaciones habían colocado.
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Al llegar al montículo de piedras la brisa sacudía, me fui a sentar del lado contrario al que lo hago siempre, ya que el sol aún estaba alto y calentaba.
Me quedé sintiendo el aire fresco que le daba vida a mi cuerpo. Tomé mi botella de agua para darle unos sorbos cuando siento unos pasitos muy delicados detrás mío, se les percibía con miedo, se detuvieron, no se atrevían a llegar.
Muy lentamente doy vuelta mi cabeza y ahí me los encuentro.
Inmediatamente la sonrisa emergió, un sentir muy lindo surgió desde muy adentro. Ahí estaban mis custodios, los enviados para que me acompañaran, para que me hicieran salir por unos momentos de algunos pensamientos que a veces se anquilosan dentro.
Eran dos perros, la madre con su pequeño hijo, a ella la conocía pues anda generalmente dando vueltas por los alrededores, vive en las cercanías.
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Me pongo a hablarles, el cachorrito se me aproxima, me queda mirando con una cara muy tierna, le acaricio su cabecita, entrecierra los ojos, ni se mueve.
La madre se mantiene distante, se ve que es mucho más desconfiada, que no siempre ha sido bien tratada.
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-¡Qué lindo verlos! -les digo y me pregunto-¿qué les está pasando conmigo?, ¿será que sienten lo que mi alma lleva por dentro?- era la segunda vez que me sucedía que se me acercaban y se quedaban a mi lado, no ellos, sino otros.
Por momentos, percibo que me quieren trasmitir algo, que me muestran la cantidad que son que están por las calles, perros comunitarios o de casa con toda la libertad de andar de callejeros, que sin embargo necesitan afecto, atención, aunque sea unas palabras dulces.
También son esos compañeros sin nombre, que se acercan como hábiles sanadores cuando descubren que alguien necesita de ellos, que muestran que en esta vida no se está solo, que donde sea se puede encontrar esa conexión con otro ser vivo en la cual no se necesitan las palabras, ni hacer ni decir nada para entenderse.
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La mirada es la que habla, la que traduce ese sentimiento que nace del alma, ese gozo que surge de muy profundo cuando dos o más espíritus afines se tropiezan.
Ahí nos quedamos un rato los tres juntos hasta que me paré y empezaron a seguirme, muy atento el más pequeñito miraba lo que hacía.
Estaba fotografiando todos los cubrebocas que se encuentran desperdigados por el paisaje, para un día hacer una galería con ellos, la nueva basura que se despliega por todos lados, daños colaterales al ambiente que deja la pandemia, de todos aquellos que no les importa mucho el contaminar, el dejar ahí la huella plástica de su paso por esta época.
Al pequeñín le llamaba la atención lo que hacía y cada vez muy sigiloso se acercaba a mí, me miraba, olfateaba lo que fotografiaba, así pasamos un muy buen rato, dando vueltas, siguiendo el camino de los barbijos.
Hasta que ya era hora del regreso, me llevaron hasta la salida de su territorio, desde lejos me vieron alejarme, seguí el andar, hasta que la vida se presentó con otro hecho, que me hizo reír al verlo, para luego dar el giro y encontrarme con un pequeño, ¿desafortunado o artista?, que….
CONTINUARÁ…
MÉXICO
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GRACIAS A TODOS!!!! SALUDOS!!!!

Hola Themis, son esas pequeñas grandes situaciones las que nos levantan el ánimo. Darnos cuenta que formamos parte de una cadenita de vida. Muy bonita entrada. Saludos…
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Gracias Ana, totalmente de acuerdo, es lo más hermoso sentirse parte de ella y un eslabón de su cadena. Abrazo
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En puridad, poco tengo que adicionar con base en los comentarios expuestos aquí en la publicación presente. Aun así, osaré hacerlo.
Cuando menos aguardamos algo, es cuando considero que más le valoramos; los detalles así, que para ciertos seres pueden lucir minúsculos, de hecho son los que más gratifican el alma.
Máxime que, los mismos animales son tan comunicativos que no siempre los interpretamos como es requerido; me alboroza saber que se acercó el pequeño para saludarte y sí, podría aseverar que te has tornado en su amistad. Te deseo éxito, un amplexo y que todo marche excelente en tu vida.
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Gracias Daniel, comunicarnos con los animales a veces se torna difícil, más allá que no imposible, pienso que un día el ser humano retornará a aquellos tiempos en que era uno con la Naturaleza y hablaba el lenguaje universal. Un abrazo grande
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Es muy tierno tu texto, es verdad,tienes un don de saber descubrir las cosas insignificantes y convertirlas en una preciosidad. Un abrazo , muy fuerte.
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Gracias TAtiana, tal vez sea seguir viendo al mundo con los ojos de niño, donde todo es un asombro y un interactuar con los otros de diferentes maneras. Te mando un abrazo y feliz fin de semana
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Creo que posees el don de estar siempre bien acompañada. Un abrazo.
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Dicen los chinos que quien viaja solo siempre encuentra compañía y quien viaja de a tres tendrá problemas, tal vez sea por eso suelo estar conmigo misma. Gracias Carlos un abrazo grande
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