“Si no está en tus manos cambiar una situación que te produce dolor, siempre podrás escoger la actitud con la que afrontes ese sufrimiento”.
Viktor Frank
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Chispita o Coqueta u Odi, como era conocida en ese peregrinar que hacía todos los días visitando a aquellos que le daban de comer o le regalaban un poco de afecto y la atendían en ese vivir en la calle donde la habían abandonado desde muy pequeña.
La patearon y quedó malherida, se vino a refugiar a la casa, pasó días tumbada, poco a poco andaba mejor. Seguía aún sin salir fuera pues todavía no estaba del todo repuesta, le costaba ensuciar dentro del patio, por lo tanto comenzó saliendo a hacer sus necesidades, pero enseguida se volvía a meter, se acobijaba en su techito y dormía plácidamente o se ponía al sol pues aún el frío estaba muy fuerte. En las noches congelaba.
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Paso a paso se fue recuperando, ya se la veía más contenta, comía de a bocados, tomaba agua, ya iba de salida, en franca recuperación.
Un día empezó a dar muestras de querer irse, le andaba por estar con sus amigos en la calle, era su territorio, su espacio el cual habitaba desde hacía años, perra callejera, comunitaria, no de casa.
Ahí se quedaba por largos ratos junto al Negro, ese otro que también espera que le den su comida.
Los dos se acompañan, eso sí cuando llegaba la tardecita y el frío arreciaba, entraba, comía, tomaba agua y se metía en su lugar, se dormía, hasta ya muy entrado el otro día.
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A medida que mejoraba, también lo hacía el tiempo, como si se estuvieran poniendo de acuerdo. Había días que no regresaba a dormir, eso sí a comer no se olvidaba o a tomar agua.
A veces cuando quería entrar en la noche, se ponía a ladrar, le abría la puerta y cuando la sentía venía corriendo, feliz, contenta, moviendo su cola, dando brincos, tomaba agua y se iba a dormir.
La última noche que la vi, ahí andaba con un grupo de perros, que se traían un gran alboroto, ladraban, ladraban, corrían, era como si estuvieran de fiesta, quién sabe qué era lo que festejaban. Ya había venido un rato en la tarde, a comer, a tomar agua, había estado descansando, tirada al solecito o dentro de su techo.
Ya era tarde cuando la sentí ladrar cerca de la casa, pensé que quería entrar, le abrí la puerta y cuando me vio vino corriendo dando brinquitos, se la veía super feliz, entró se fue enseguida al agua, ahí la dejé bebiendo y me metí.
Sin embargo, algo desacostumbrado en ella sucedió, empezó a ladrar cerca de los escalones de entrada.
Abrí, la miré, movía la cola con una alegría que era contagiosa y enseguida se dirigió a la puerta de salida, nos dimos unas caricias y se fue a seguir con sus corretizas.
Fue la última vez que la tuve cerca, ya no regresó.
Todos los días la esperaba, pensaba que en cualquier momento volvería, sin embargo, no fue así.
Empecé a sentir su ausencia, ya me estaba acostumbrando a ella.
En esta vida hay que trabajar la capacidad para dejar ir, de permitir que los acontecimientos sigan su curso libremente, fluir con ellos, con esa realidad, más que pretender ir a contracorriente con lo que sucede. Es una parte muy importante a tener en cuenta en el paso por estos lares.
Aceptar lo que no se puede cambiar, dejar marchar por los motivos que sean, agradecer lo que se vivió, todo sucede para dejar una enseñanza, en este caso mucho tiene que ver con el apego, del cual hay que estar consciente, sea a lo que sea.
Esa falsa seguridad que nos hace necesitar, depender. Todo es efímero, impermanente, todo tiene su ritmo, su tiempo, vivirlo mientras está para luego dejarlo ir. Trabajar el desapego.
La vida me estaba indicando que sobre él tenía que poner todo mi enfoque.
A los pocos días aquella abeja que venía a cada rato a tomar agua en el grifo, por más de un mes, dejó de hacerlo. Su tiempo de vida con seguridad había terminado y siguió su viaje.
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Las dos llegaron juntas, las dos se fueron juntas.
La vida me quería enseñar algo, que me pusiera a trabajar con más ahínco para erradicar el ego, la fuente del apego y por lo tanto de todo sufrimiento.
«No vivas en el pasado, no imagines el futuro, concentra la mente en el momento presente.»
No son tiempos para apegarse, sino para recibir lo que viene, lo que la vida nos va presentando.
Unos se fueron y otros aparecieron.
El mini huerto volvió a despertar.
El papayero revivió, comenzó a lanzar nuevas hojas verdes, mientras sigue regalando sus deliciosas papayas, cada vez más pequeñas y no tan dulces como las primeras.
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La enredadera soltó sus primeros brotes que se empezaron a extender por el suelo.
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El chayote el cual, no sabía que podía resurgir, dio una gran sorpresa, lanzó una nueva guía y muy feliz sus primeras flores.
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Las tortolitas y los gorriones ahí andan, cada día más locos. Volvió Pluma Café, la tortolita peleonera con el mismo síntoma del principio, ese no permitir que nadie se le acerque, pero éstas son otras historias.
Una maravilla de vida, que guarda sus asombros, unos se van y otros llegan, ley en este Universo.
Todos nos iremos un día, seguiremos nuestro viaje por ese infinito que nos espera.
MÉXICO
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Hola Themis, muy buena, aunque triste la lección del desapego. Espero que a la perrita no le haya pasado algo malo pero bueno… lo que un día llega un día se irá y hay que tomarlo con filosofía. Muy bonito el renacer del patio. Saludos.
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Hola Ana, gracias, esperemos que no, que alguien se la haya llevado. Bien dices el patio está volviendo a renacer, muy bonito como se está poniendo. Te mando un abrazo grande
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Hola,muy buena su historia como todas ,hay que estar preparado para los momentos de la vida ,un abrazo
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Así es, prepararse y seguir adelante, gracias por tu comentario, un abrazo grande
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Chispita, la abeja, las plantas, las tórtolas, incluso otro animal vivo junto al chayote…
No hace falta nombrarlo. Todo nos enseña a vivir lo presente, lo que nos rodea, lo que
está en nuestro ambiente… Gracias, Themis. Es muy importante el desapego porque
igual que vinimos, nos vamos, sin nada. Gracias por tu filosofía que nos hace pararnos
a contemplar el ahora. Un fuerte abrazo y feliz fin de semana.
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Sí Julie así tiene que ser, darle prioridad a ese instante que tenemos delante, pues quien sabe si habrá otro. Gracias y un abrazo grandote y también un feliz fin de semana
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Quizás esa sea la gran lección, qué hay que dejar espacio libre para los que llegan detrás. A este mundo venimos desnudos y en soledad y nos iremos felices por todo este tiempo recibido. Un abrazo.
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Pienso que sí, que ahí está el aprendizaje, en agradecer lo vivido y seguir el viaje sin cargar con nada. Un abrazo Carlos y gracias
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