CAMINO AL MONTE: ENTRE PAREDES (1)

Después de la gran lluvia

Hacía más de un mes que no salía,, no nacía la necesidad de abandonar la casa, algo dentro me detenía, las vibraciones fuera estaban muy vertiginosas, mejor era quedarse con uno mismo, resguardado.

Así se habían ido dando las cosas, también estaba la lluvia que había llegado con una fuerza muy grande, ya que la temporada de huracanes había entrado en  pleno apogeo y por lo que se veía estaba cargadita de fenómenos, tantos que ya se habían acabado los nombres con los cuales se les llaman y tuvieron que comenzar con el alfabeto griego, ya Beta estaba en la vuelta y aún falta unos meses para que se acabe.

Cinco ciclones juntos del lado del Atlántico sin contar los sistemas del Pacífico, así estábamos cuando no se daba de un lado, se daba del otro, nos rodeaban.

Más allá  el momento indicaba que era propicio salir a ventilarse, de bañarse de Naturaleza para purificarse de todas esas ondas que el encierro hace proliferar.

A la tardecita nos encaminamos, ni siquiera pregunté rumbo a dónde, era lo que menos importaba sabía que fuera donde fuera sería bello en sí mismo y alimentaría, tan solo con salir del centro poblado por más pequeño que sea el mismo se respira otro aire y se procesa de otra manera.

Íbamos caminando hacia la carretera y me fue sorprendiendo que todo estaba verde, floreado, dando fruto, ahí nos cruzamos con una mata de chayotes que crecía trepándose por los cables de la luz,

 

 

la granada con sus frutas y sus flores rojas,

 

 

la pitaya verde aún, en un ratito nada más mostraría su rosa esplendoroso

 

 

y esa flor de mayo hermosa en sus colores, que desprende ese aroma que nutre el ánimo.

 

 

Caminábamos saliendo del pueblo, el verde estaba en todo su esplendor, las montañas pintadas con este color habían perdido el árido que las caracteriza, todos los cactus estaban bañados, el polvo había salido de su superficie y como si hubieran ido al salón de belleza lucían como para ir a una fiesta.

¡Qué hermosa sensación!, esa frescura que emanaban, ese sentirse vivos, contentos, con energía, engalanados.

 

 

En un momento entramos en una pequeña vereda, se sentía el suelo mojado sin embargo como había mucha piedra no se notaba el lodo.

Cuando de repente se abrió y desembocamos en una gran pared, de esas que me encantan, otro paisaje dentro del paisaje de esta tierra, el conformado por los caminos de agua,  las grandes hondonadas y esas murallas naturales que las limitan.

 

 

Iba absorta, respirando un oxígeno purificador, sentía entrar al aire límpido a través de mis fosas nasales, fresco, dilataba a mis pulmones, los nutría, ese soplo que se volvía alimento, no solo del cuerpo sino del alma, que depuraba el interior, quitaba toda esa cochambre que se había pegado, con ello liberaba a la mente que frenó así sus pensamientos casi obsesivos y descansó prendida de la belleza infinita que la rodeaba.

Envuelta en otro tipo de paredes de una hermosura que los ojos no alcanzaban a recrear por todas las escenografías  naturales que surgían, no terminaba de admirarme con una cuando otra del otro lado brincaba.

 

 

Dejarse llevar por ese pasadizo, seguir los pasos que marcaba y no pensar en nada.

Un derrumbe, mucha agua había corrido por estas tierras, tanta que había desgajado una parte del montículo y se había desplomado. Un nopal estaba entre esos escombros de piedra y tierra.

 

 

Seguimos el camino cuando de repente el suelo cambia parece firme sin embargo con solo apoyar el pie en él se desmorona y queda hundido en el lodo.

Comienza el barro a pegarse en las botas que en un segundo pesan como si se trajera plomo en las piernas.

Nace la risa, las bromas, el encanto de sentir a la Madre Tierra más cerca buscar piedras grandes donde sacar el barro que se aferra para que el peso disminuya, para de nuevo caer en otra falsa tierra firme y volver a llegar hasta los bajos de los pantalones.

Más allá nada nos detenía se seguía el camino mirando a las alturas, rodeados de esas paredes monumentales que dejaban a uno perdido en su belleza, en sus formas, en ver cómo crecían en ella la vegetación, esa que le da el encanto a esta región, tan única en su paisaje, sin comparación con otras partes, tan reseca en algunos momentos para vestirse con el verde más brillante cuando la lluvia la baña y le da nuevo atavío.

 

 

El ocre de la tierra, los dibujos de sus piedras, el verde de su flora, el canto de su fauna, llena de encanto el contexto y uno se empapa con ello, se impregna, agradece el poder estar inmerso en ello, en tenerlo tan cerca, en que se le permita recorrer esos senderos llenos de un conocimiento ancestral donde la Madre Tierra guarda esos secretos del comienzo de la vida.

Más allá siempre hay una «lástima´» esos cercos que proliferan, que hace no dar crédito del comportamiento humano ese afán que le trae por cercar todo aquello que está en sus manos, la propiedad privada, el mostrar que es suyo, que es el dueño de ello, como si se pudiera ser amo del Universo, más allá esto es otra historia.

Cuando de repente llegamos a un pequeñito desvío, donde un muro de piedra mostraba una creación humana antigua, que venía de tiempos remotos, subimos por ello y frente a nosotros nos encontramos con el pozo de una salina, donde el agua salada espera ser extraída para luego evaporarla y con ello aflore ese preciado elemento .

Una biznaga con unos frutos rosados brillantes, que brincaban en esos colores homogéneos, estaba junto a ella.

 

 

-Son chilitos- me dicen mientras con mucho cuidado tratan de cosecharlos.

Me extienden uno para que lo coma

-Tiene mucho antioxidantes, están cargados de ellos.

Así es pequeñitos, pequeñitos sin embargo capaces de darnos una inyección de vitaminas, de minerales, de revitalizarnos por dentro y por fuera.

Lo tomé en mis manos dispuesta a saborearlo en toda su magnitud, despacito, despacito con tanta lentitud como le fuera a mi ansiedad capaz de dejarme, su sabor agridulce, cargado de vitamina C, que le daba ese gusto ácido que levantaba al cuerpo apenas sentía que entraba a su boca.

 

 

Era su época, se le veía en muchas partes, metidos entre espinas que entorpecían su extracción, lo protegían y desafiaban a quien se quería hacer con uno a recibir una picadura que hace que uno se estremezca.

Un regalo que la Vida nos tenía reservado, que con una gran sonrisa nacida de la alegría del recibirlo fue la muestra de agradecimiento.

Recolectándolos nos quedamos unos momentos, al igual que en la contemplación de ese pozo que como espejo reflejaba al cielo, lo cual dejo para contárselos en otro momento, así como quién se apareció de sorpresa y el camino que se cierra para poder llegar al destino marcado………..

 

CONTINUARÁ…………….

MÉXICO

 

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4 comentarios en “CAMINO AL MONTE: ENTRE PAREDES (1)

    1. Muy cierto lo que dices, sin embargo hemos tomado otro camino alejándonos cada día más de ella.
      Es un paisaje extraordinario el de este lugar, a parte a medida que andas encuentras diferentes lugarcitos que son maravillosos, sobre todo el silencio que puedes encontrar en ellos, pues son muy pocos los humanos que suelen recorrerlos. Un abrazo

      Le gusta a 1 persona

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