pitaya en el árbol

UNA DULCE SORPRESA

 

LA PITAYA

 

Cuando recién llegué a México hace ya tantos años que lo he olvidado, cuando aún era una joven que andaba en sus veintitantos años, muchas cosas me sorprendían, pues se me hacían tan diferentes a las del país que me había visto nacer.  Todas nuevas para mí, el mundo se abría, en alimentos, costumbres, formas y mucho más.

Un día llegó mi hermano y me dijo que me traía de regalo una fruta que sabía que me iba a asombrar y no iba a dar crédito de ella.

En eso me entrega una bolsa de papel muy fina, cosa que se me hizo muy extraña pues no estaba acostumbrada a que una fruta tuviera ese envoltorio.

La saqué y  quedé mirándola entre mis manos pues como bien me había dicho ni soñaba que algo así existiera.

Lo que es más se me hizo como si fuera extraterrestre venida de otro planeta, de un lugar muy diferente al que habitaba, era: una pitaya.

Me encantó el color, ese rosa mexicano con el verde, la forma que tenía, la suavidad y tersura de su textura.

Más aún fue mi sorpresa cuando la abrí y me encontré con miles de puntitos negros en una gelatina blanca transparente, rodeada de un magenta y todo un deleite cuando la probé.

 

 

pitaya
pinterest. com

 

De ahí en más quedó como la fruta que era para mí un misterio, así se me hacía como un enigma indescifrable tanto por la belleza que tenía como la combinación que guardaba.

Una fruta pintada por un hábil acuarelista que había hecho una combinación perfecta para llamar la atención sobre ella.

Más adelante descubriendo México me di cuenta que de ese tipo de frutas había muchas, ninguna me sorprendió tanto como aquella primera.

Muchos años después ya casi había vivido el doble de la edad que tenía cuando había llegado, habitaba en un lugarcito escondido, donde crecían todo tipo de frutas y plantas extraordinarias, un día mirando en un árbol vi una cactácea que se enredaba a él, de uno de sus brazos apareció una flor hermosa, verde-blanca que abrió en la noche con todo su esplendor.

 

 

No sabía que era, solo me quedé contemplándola, pasaron los días, las semanas y comenzó a aparecer un fruto en ella. Todavía no imaginaba que podría ser.

Me tuve que alejar del lugar por unos días, cuando regresé ahí me la encontré era una pitaya que relucía sus colores contrastantes con el tronco del árbol y las ramas verdes de la planta.

Fue una gran maravilla el verla formarse desde que era una flor y la gran sorpresa que me había ocasionado, jamás hubiera imaginado que la iba a tener en la casa creciendo.

Pasó mucho tiempo, anduve por regiones en donde no era muy común encontrarse con una de ellas, hasta que un día, llegué al mercado de una ciudad y ahí estaban en todas partes las marchantas vendiéndolas y me pude dar el gran atracón de ellas pues como crecían en los alrededores era posible comerlas a cada rato.

Aún la vida me aguardaba otro punto de encuentro mucho más esplendoroso, donde se las encontraba colgando en las casas, por donde se caminara se las veía, trepando árboles que son su sostén y es uno de los sabores del desierto que en agua quita la sed e hidrata dando otro color a la vida.

En mi primera salida del retiro por el coronavirus, ahí las vi pendiendo en los árboles, rompiendo con lo monocromático del entorno, ya había llegado su época sin embargo no había podido ver su desarrollo, las paredes lo impedían, eso sí la alegría de verla sin esperarla, eso nadie me lo quita y darme cuenta que había pasado mucho tiempo en que no veía la transformación del hábitat en el que estoy viviendo.

Más allá aún otra sorpresa estaba guarecida en ese futuro en donde uno no se imagina los acontecimientos que han de venir y eso sucedió en estos días, cuando de regalo me traen una serie de ellas, sin embargo no eran del color de las que conocía, esta tenía otro encanto para cautivarme.

De nuevo como aquella primera vez me pillan sin imaginar lo que dentro de ella como un gran secreto albergaba.

Su piel era de un rojo y verde un poco más intenso, que cuando la abrí me maravilló ese color que resguardaba dentro, esa sorpresa fucsia con puntos negros que atrapa, que llama a ser saboreada, que vuelve agua la boca de solo fantasear la frescura que almacena en ella, un deleite para estos días de calor que se yerguen en cada momento con más ímpetu.

 

 

Así fue, durante días saboree en mi plato de frutas su gusto agridulce, deleitando mis ojos con su tonalidad que resaltaba al alimento y sin lugar a dudas mostraba todos los elementos que dentro de ella guarda para nutrir.

 

 

Naturaleza sabia, que las hace crecer en el desierto en el preciso instante en que la canícula está en su mayor apogeo y la vuelve tan efímera que si no se come al momento en que madura poco resiste al tiempo.

 

MÉXICO

 

 

 

 

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8 comentarios en “UNA DULCE SORPRESA

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