El encierro se había apoderado de mí,
más allá que era lo recomendado para estar protegida contra ese virus que anda dando vueltas, que no tiene intención de retirarse por lo menos por el momento y lleva a que uno se empiece a plantear una nueva forma de convivir con él.
Por otro lado estaba el hecho de que se había esparcido por el pueblo y ya comenzaba a hacer sus estragos. Se escuchaban las toses secas que iban haciéndose cargo de la calle, donde por momento como en un concierto hacían gala de estar presentes.
Nadie parecía escucharlas y lo que era más se referían por momentos a «esa gripe» sin darle mayor relevancia.
Asustaba el poco caso que se le daba, el poco cuidado y el sentir que no iba a pasar nada.
Llevaba ya varios meses sin salir, solo había asomado la cabeza a la calle en dos oportunidades, a una cuadra y por ser de total necesidad.
Pues una de las cosas que sucede en este quedarse dentro en donde la vida comienza a adaptarse a esa protección de las muros, más allá que la neurosis para no decir la psicosis se comienza a hacer cargo de muchos acontecimientos, es que cada día uno se adapta a no estar fuera y ve el mundo como la «gran amenaza» lo cual no es una irrealidad por supuesto.
Desde días atrás venía pensando en que necesitaba caminar, alejarme un poco de las paredes y reencontrarme con el monte, con sus cactus, respirar ese aire fresco, tener otra perspectiva de la situación, lo que era más era vital en ese instante para mi vida estar inmersa en la Naturaleza.
Tomé coraje y decidí aventurarme.
Iba por las calles y me sentía como gato en territorio desconocido rodeado de perros, la puesta de sol se acercaba y las luces en cada momento se iban poniendo más hermosas, de esas que invitan a la fotografía, más allá iba absorta y no llevaba la cámara.
Había decidido no hacerlo, para de esa forma poder compenetrarme con el entorno y que nada me distrajera.
Poco a poco fuimos subiendo el cerro, poco a poco nos fuimos alejando de lo poblado y entramos en el silencio, en el vacío, en la inmensidad.
Me parecía increíble el reencuentro, el volver a estar en ese lugar en donde la Naturaleza me rodeaba. Llegamos al fin a ese espacio a donde la última vez que había salido nos habían llevado los pasos.
Donde el recuerdo me despertó la vivencia de la sesión de fotografía que ahí se había desarrollado en esa última salida antes que la alarma cundiera por los alrededores, que la pandemia se extendiera y que prácticamente tocara a la puerta.
Frente al no saber que sucedía, lo más responsable era quedarse aislado, pues a pesar de ser uno de los Estados más contaminados, nadie hacía caso, por el contrario parecía que el cierre de las escuelas y de algunas actividades había llevado a todos a estar de fiesta.
El camino se fue abriendo, el silencio se fue haciendo cargo, llegamos a ese arbolito verde que es uno de mis predilectos con su color resplandeciente y que cuando florece se viste de amarillo.
Me acerqué a él a decirle lo bello que era, el gusto que me daba conocerlo y que se hubiera atravesado en mi camino.
Los cactus columnares parecían que nos saludaban y que entre ellos se comunicaban transmitiéndose ese encuentro con esos seres que no conocían.
Seguimos andando y ahí llegamos a donde dos piedras nos esperaban para sentarnos, donde íbamos a realizar la sesión de fotografía, a lo lejos se divisaba un cerro que se iba matizando con los colores de la puesta de sol.
Como que la neurosis comenzaba a alejarse, la mente como que se despejaba, todos los habitantes de esa gran inmensidad ayudaban a ello.
A lo lejos en una cañada en donde terminaba el camino un gran sotolín de esos que tienen cientos de años se veía.
– Otro día llegaré hasta tí y te abrazaré para que me liberes de las energías confusas y me llenes de tu vibra centenaria- fue mi deseo lanzado desde lejos, sabiendo que un día si había permiso llegaría hasta él.
Nos volcamos a la sesión de fotografía, que algún día tal vez, se las muestre.
Hasta que ya el Hermano Sol dio por servido al día y empezó a aprontarse para la retirada y con ello nos avisaba que ya era hora de emprender el regreso.
Ya la tarde se iba yendo.
Las siluetas enmarcadas en los colores rojos del cielo iban apareciendo.
Abajo se comenzaban a encender las luces del pueblo.
Y en el cielo apareció un pequeño punto, era Ella, la luna que muy diminuta asomaba su figura para engalanar a esa noche límpida, silenciosa y serena.
Así con un paso lento, el espíritu reconfortado, los pulmones oxigenados, la mente en paz, fuimos bajando el cerro………………
MÉXICO
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GRACIAS A TODOS!!!! SALUDOS!!!!


Las fotos son preciosas y encajan muy bien con el texto. Un abrazo.
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Vengo de estar en tu blog que se me apareció así como así, extraña su forma. Me adentré un poquito en él, y ahora que regreso al mío, aquí me encuentro con un comentario de tí.
¿Casualidad?, es maravilloso el camino. Un abrazo y feliz domingo
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No existen las casualidades , es lo que dicen y me parece que es cierto. No tiene ninguna forma mi blog , más bien un diario donde se escribe lo que te da la gana, además escribo en la lengua que no es mía y la manera de escribir puede parecer rara. Pues tu blog esta bien estructurado y muy fino , un placer leerlo. Un abrazo.
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Gracias laacnntha, sin lugar a dudas las causalidades no existen. Seguiré visitando tu blog, y adentrándome en tu forma de escribir, observaré mejor eso que dices. Un abrazo
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Como el primer día de presas liberadas que han de reaprender el paisaje. Un abrazo.
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Así fue Carlos, mi alma se inundó de un sabor
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de reencuentro y todo el paisaje parecía ser visto con los ojos de la primera vez. Un abrazo
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Me encantan las fotos, esa luz del atardecer, los cactus. Bien aprovechado el escape!
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Gracias Yordanka, en todos sus aspectos fue una tarde muy hermosa y provechosa, un abrazo
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