EN BUSCA DE UN LUSTRABOTAS
Desde muy niña me llamaron la atención los lustrabotas, más allá que no había nadie en la casa que los utilizara, pues eso era parte de nuestras funciones, hasta teníamos un muy buen equipo para hacerlo, pero lo veía en las películas ya fuera niños que caminaban con su cajita ofreciendo el servicio o adultos sentados en las plazas u otros que iban casa por casa.

Un día ya grande, se me hizo el recurrir a uno de ellos, eso fue cuando había bajado de una montaña donde el lodo estaba a sus anchas y bueno llegar a la ciudad y andar con esos zapatos era demasiado, la única que me quedó fue sentarme en el parque y pedir que me los limpiaran.
Me acuerdo que el boleador miraba sorprendido mis botas, las movía para un lado, las movía para el otro, se detenía a mirarme y balanceaba su cabeza, mientras quitaba las agujetas, como si lo que estaba viendo no coincidía con la persona que lo llevaba.
Comenzó su trabajo en silencio, mientras tomé un periódico y me puse a leer las últimas noticias. La verdad que llevaba mucho tiempo lejos del mundo, tan aislada que no se tenían novedades, a veces llegaban con varios días de retraso y la mayor parte del tiempo, distorsionadas ya que la población no hablaba el español y a lo poco que entendía le agregaban lo que imaginaban, sus fantasías y su cosmovisión.
Eso hacía que se crearan muchas historias y a veces se cuidaran de acontecimientos que no habían sucedido, pues como el teléfono descompuesto corrían de una comunidad a otra, hasta se podía temer a personajes que andaban cortando cabezas para darle fuerza a los puentes, según ellos los ponían en las bases y cómo iban a construir uno cerca, decían que por eso estaban matando cristianos, tal era el miedo que llegaba a haber algunos de ellos, para no decir la mayor parte que no se animaban a salir en las noches al baño, que como eran letrinas estaban un poco alejadas de las casas y si lo hacían levantaban a parte de la familia para que los acompañara.
Lo de las cabezas y los puentes tenía una base real, era cuando en México comenzaban a aparecer las primeras colgadas de algunos de ellos. Pero esto es otra historia.
Hasta que el lustrabotas se atrevió a preguntar
– ¿De dónde viene con todo este lodo?
– Del mar.
No hubo más preguntas, valió el entendimiento pero sí hubo conversación, la cual giraba alrededor del lodo que el mar puede llegar a juntar y lo difícil que se volvía en tiempo de lluvia pues se pegaba la tierra mojada a la bota y no se le podía quitar.
Muchas veces fui con él, no con las botas tan calamitosas como esa primera vez, sin embargo tierra siempre llevaban y de él nacía la misma pregunta:
-¿Cómo anda el mar?
Desde ahí me aficioné a lustrarme los zapatos en los parques, es algo que disfruto mucho y siempre que puedo lo hago.
Hoy estaba en la ciudad y traía mis botas no con tanto lodo, pero si con tierra pegada, así que me fui a la plaza en busca de quien me hiciera el trabajo y dejara mi calzado decente.
Fui caminando alrededor de la misma buscando un boleador que estuviera libre y me latiera, hasta que lo encontré. Me senté en la banca, él se estaba despidiendo de una pareja que traía una niña, hermosa criatura, como de uno dos años, a la cual le daban instrucciones de que se despidiera, chocando las manos o sea chocar los cinco como se dice y luego cerrar el puño y golpear suave con él como es una costumbre, más que nada entre los hombres.
Sin embargo la niña se quedó petrificada mirándome, las dos quedamos con la «mirada imantada» ella con la manito levantada ya para chocar la mano del boleador, una hermosa sonrisa nació de su rostro y con otra le respondí. Entonces sin dejarme de mirar, ni quitar la sonrisa, lo saludó con el golpe de mano y se fue caminando mirando hacia atrás sin desprender su mirada de la mía, hasta que se perdió en la multitud que había en la plaza.
Primer encuentro mágico.

Seguí con esa sensación que hacía sonreír a mi alma cuando una familia venida quien sabe de dónde, extraña, de esas que llaman la atención y que son dueños absolutos de su «locura» que rompe con la estereotipia y se puede llamar original, que nada tiene que ver con lo que se observa en el común denominador. Me daban la impresión como de ser los Beverly Ricos de la época moderna.
Adelante iba la madre o abuela, vestida de una forma que atraía, con una especie de chalina roja y un cinturón del mismo color, más allá que el resto de su atuendo era muy masculino y todo lo que lucía era fusión de distintas épocas, con un paso fuerte, abría el camino, con la actitud de dueña de la situación y del matriarcado con el cual se regía la familia, como de unos ochenta largos años, detrás como a un metro sus hijos o nietos, cuarentones, en la misma línea los dos, la mujer vestida con ropas masculinas, las manos en los bolsillos y con un paso decidido y el hombre al revés de una inhibición que sorprendía, vestido con ropa femeninas, parecía como que hacía mucho tiempo que no salía a la calle, atrás el padre tal vez, que era una combinación de la vestimenta de los otros integrantes, caminando en unos pequeños pasitos, muy delicados.
Todos juntos caminaban formando un rombo, de una forma muy solemne y ganando el espacio de una plaza que con el calor que estaba haciendo y que ni una brisa corría, todo el mundo había salido a ella para encontrar un poco de aire para respirar, era tal el impacto de verlos que se abrían cediéndoles el paso.
Segundo encuentro mágico.
Quedé prendida de la visión hasta que siento una voz que me dice:
-Ya está- y miro hacía mis pies y unas botas que parecían nuevecitas lucían frente a mi mirada que se deleitaba y de la cual nacía una gran sonrisa de ese mundo locamente sorprendente en el que estaba metida.
Tercer encuentro mágico.
México
(Fotos tomadas de internet. Agradezco a quien les corresponda)
Foto portada: Alberto Sironvalle
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Lo que pasa es que eres una gran observadora y sabes estar presente en cada momento. Por eso tienes tus momentos mágicos.
Aquí ya no se ven apenas limpiabotas.
Un abrazo, Themis
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Tal vez tengas razón soy observadora, muy fantasiosa y me vuelo.
Aquí todavía existen en las calles de algunas ciudades, más allá que ya no ves niños casi, sino adultos. Un abrazo grande, feliz fin de semana
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Bella historia. Recuerdos llegan a mi memoria de antaño.
Por acá en la Frontera norte de México les llamaban Boleros.
Y había muchos por toda la ciudad. Una forma digna de muchos niños y adultos de ganarse un poco de dinero para llevar a casa.
Hoy día de eso ya no ha quedado más que el recuerdo.
Ya nadie limpia sus zapatos jeje. Al menos de ese modo.
Besitos Themis.
Un saludo cordial y bonito fin de semana.
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Por aquí todavía vez muchos, aunque ya no niños, sino adultos y aún las personas los usan o les llevan una cantidad grande de zapatos y ahí se los dejan.
Tienes razón también se les llama boleros, un abrazo grande y también para tí un hermoso fin de semana
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Felices sueños lleno de agradables encuentros,
esa silla debe tener algún oculto secreto
que dejó prendido un mago agradecido hacia el buen servicio recibido. Un abrazo.
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¡Qué bonito!, me gustó mucho eso del mago agradecido, un abrazo grande
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