Marcando territorio
En la entrada anterior les contaba de la Jose una lagartija que habitaba en la casa en donde viví, por un largo tiempo y con la cual habíamos logrado tener una linda relación.
Era un lugar muy retirado del entorno urbano, en unas montañas, donde llegar era un poco dificultoso, más allá era un espacio se podía decir que casi virgen y donde abundaba fauna de todas las especies.
En la misma época en que La Josefina, alias la Jose corría por la casa, también había otro huésped dentro de ella y que se hacía notar: La Clementina.
La Jose se podía decir era la dueña del territorio de la altura de los ojos para arriba y la Clemen de los ojos hacía el suelo. Seguido se veían correr como flashes para un lado o para el otro, sabiendo por donde lo hacían, se sabía quien era.

La Clementina solía verse durante el día en el cuarto que usaba para guardar mis elementos de pintura, me imagino que por ahí tenía su guarida, aunque nunca la descubrí. A ella le encantaba deambular entre ellos, como si los colores la llamaran y le gustara contemplarlos. Tal vez traía el alma de un futuro artista o era un artista encerrado en ese cuerpo, ¿saber?, como el artista desconocido que ya hablé de él en otra entrada.
Tenía el arte de hacerse notar en los momentos más inoportunos, cuando todo estaba en santa calma, donde el equilibrio era tan perfecto, que la armonía hacía girar la melodía de los Cielos, eso llevaba a una quietud que invitaba a reflexionar, a estar con uno mismo, o a pintar o a escribir en mi caso, ahí comenzaba a hacer ruiditos, en un lado, en otro, como que revolvía todo aquello que iba encontrando en su camino, me imagino que dentro del mutismo que el momento suministraba, daba a entender que no había nadie en los alrededores que perturbara, sentía que era la hora de explorar pues no había peligros en el entorno, quien sabe no me dio tiempo a entender sus motivos.
También corría disparada cuando me la encontraba en algún lugar y brincaba, se me aparecía así nomás de improviso, cómo tienen el arte de hacerlo, las y los pequeños ratoncillos, si la Clemen como ya le llamaba cuando teníamos más confianza, era uno de esos ejemplares.
Unos seres «encantadores» que suelen asustar a los grandotes como a los elefantes, según dicen, mito o realidad, ¿quién sabe?, algo que no se puede negar es que a muchas mujeres les dan pavor y a hombres también o por lo menos su aparición los hace saltar, creo que eso a ellos los desconcierta, unido al alarido que suele emitir nuestras bocas, lo que hace que en vez de salir despavoridos se queden por unos momentos como apabullados, también tomados por sorpresa y bueno ahí se da toda una confusión y quieren correr y se nos vienen encima y gritamos y ellos dan vueltas, es un momento muy desestructurante para los integrantes del mismo como muy bien han sabido captar en las caricaturas.
Mi grito:
-¡Clementina!- y como que se volvía como loquita, me miraba con sus ojotes asustados, los abría enormes, muy tiernos mientras de mi boca salían una cantidad de regaños para ella pues siempre andaba haciendo de las suyas, sin tener ningún respeto y cómo veía que no sucedía nada, que era un hogar tolerante, abusaba, como sucede casi siempre con todos aquellos que están sojuzgados por alguna circunstancia y cuando se les da un poquito de chance ahí empiezan a aprovecharse y creen que tienen derecho a todo.
Cuando la sorprendía me encantaba pegarle el grito pues era cómo si se parara en seco y nos quedáramos observando mutuamente, para irnos conociendo, pues había que aprender a convivir juntas y resultaba que nuestras miradas quedaban clavadas una en la otra como no dando crédito a lo que los ojos miraban ni al acontecimiento que sucedía.
Como este día en que le tome las fotos, creo que la cámara la pasmó, y ni se movió, pienso que no esperaba que me apareciera y que la agarrara infraganti, haciendo una de sus tan usuales conductas.
Ella ya se había habituado a mi grito y ni en cuenta los tenía y yo a sus brincos y a sus apariciones imprevistas, ya las dos conocíamos la reacción.
Ese día yo estaba fuera de la casa, en el alero, pintando mis artesanías pues ya el calorcito daba chance a poder mudar el taller fuera, en momentos de mucho frío, era dentro donde lo hacía.
El silencio era insondable, como suele suceder por esos parajes ni siquiera el sentir de una hoja que cae se dejaba escuchar, era como si el tiempo se hubiera detenido, cuando unos ruiditos muy imperceptibles como a movimiento de plástico comenzaron a invadir el ambiente.
-La Clemen por ahí anda- me dije a mí misma- o ¿será otro animalito?, voy a ver qué es y si es ella, tal vez la pueda sorprender sacándole una foto.
Preparé mi cámara que la traía conmigo, me fui acercando con lentitud, con mucho sigilo, sin hacer el más mínimo sonido, sin siquiera mover al aire, en dirección a donde venía el sonido y ahí la ví, estaba entre mi material para pintar, sobre una cajita. Desde donde estaba le tome una foto.
Solo asomaba su naricita como que algo estaba oliendo en el aire, me quedé quieta por unos segundos para luego dar otro paso.
Ya se la podía ver mejor, ya tenía un retrato de ella, llevaba mucho persiguiéndola para tales fines, sin embargo cuando nos encontrábamos cara a cara, no traía mi cámara conmigo o algo impedía que le disparara.
Sin embargo esta vez ahí la tenía a unos pasos de distancia, para retratarla y hacer que su memoria perdurara, otro paso, otro más, seguía sin moverse sintiendo que algo pasaba, no sabía qué sucedía.
Hago ¡CLICK! y se sorprende da un brinco y queda atrapada en la esquina del mueble, mirándome con unos grandes ojos negros, entre sorprendida y descubierta en el acto mismo, con un ojo enorme delante de ella que prácticamente la abarcaba toda, que hacía un sonido extraño que no le era conocido y sin margen para escapar, atrapada sin salida.
-Ahora sí, Clementina me vas a escuchar y no vas a poder escapar- y durante un tiempo le estuve reclamando, hable que hable y ella ahí sin moverse, sin pestañear, muy atenta me miraba, hasta que al final le dije:
-Bueno, está bien, ¡véte! y muy obediente se fue.
Una vez que uno de los pobladores cuando apenas había llegado a la región escucho mi grito frente a uno de estos especímenes, me dijo que no lo hiciera más pues como se enojan luego en la noche roen mi camisa.
Fue extraño pero al otro día apareció la camisa con un agujero en el hombro, mi preferida una escocesa roja, sin lugar a dudas tenían razón, ahí era así.
Las creencias en muchos lugares se vuelven reales y no se le pueden discutir, pues cuando uno dice:
-¿Cómo va a ser eso?, ¿eso no puede ser?, eso es imposible- ¡Cataplum!, eso es lo que sucede, cosas de la Vida, extrañas sorpresas que a veces nos da, sin ninguna base científica que acompañen los hechos, donde uno empieza a pensar con más claridad que cuando un grupo se enfoca en algo las cosas suceden o en eso de que uno crea su propia realidad o en eso de la teoría cuántica o la de los mundos paralelos.
Ahí aprendí que no se les podía gritar a los ratoncillos, pues habría consecuencias, a nadie dentro de esa comunidad se le ocurría hacer tal cosa y se sorprendían mucho de que uno lo hiciera.
Sin embargo con la Clemen no podía dejar de hacerlo, más allá que si me encontraba con algún otro nunca más grite, había algo cierto en esa relación sin gritos, era más natural, no perturbaba, ni creaba miedos.
Con la Clementina se podía decir que nos teníamos un poco más de confianza y la verdad que nunca hizo nada que atentara hacia mis cosas personales, pues se sentía con derechos de meterse con cualquier cosa de la casa y los gritos parecía que era nuestra forma de comunicación, la cual hacía la excepción que rompía la regla aparentemente de esa comunidad.
Una vez no encontró mejor lugar para parir que dentro de una bolsa en donde guardaba mis calcetines.
En la noche empiezo a sentir ruiditos, de esos no usuales, pues en esos lugares en el ocaso se pueden escuchar muchos soniditos de animalitos que van y vienen, son los habitantes de la obscuridad, sin embargo este que sentía no tenía nada que ver con los acostumbrados, que se vuelven parte del silencio o el silencio los absorbe cuando son habituales, si no se enciende inmediatamente la alerta.
Así que no quedaba de otra que investigar, pues a su vez con el mutismo se agudizaba mucho y se sentía como ruido que perturbaba, como si el vecino hubiera subido el radio a todo volumen.
Tomé mi linterna, pues no había luz eléctrica, era un mundo de luz de velas a la llegada de la noche y prendí una para que iluminara.
Me fui acercando a ver de dónde salían como unos extraños chilliditos y vi que era del lugar en donde estaban colgadas mis calcetas.
Tomé la bolsa, la abrí, apunté la linterna hacía dentro y ahí me encontré con la Clementina deslumbrada, en pánico y con una cantidad de diminutos seres colgados de ella, casi transparentes.
Me quedé por un rato mirándola, ¡vaya escena! maternal, conmovía al corazón, lo inundaba, lo hacía sentirse en una película de Walt Disney, algo muy tierno que llegaba muy dentro de nosotros mismos, sin embargo la verdad era que ya estaba tomando territorio que no le correspondía, por lo tanto era hora de poner límites, ya ni siquiera se había molestado en hacer su nido sino que ya se adueñaba de uno ya hecho, eso no se valía.
-Clemen, lo lamento, quédate con la bolsa si quieres, pero eso sí fuera de la casa- abrí la puerta y la saqué, aún metida dentro de la bolsa, indudablemente un acto de discriminación a las madres que amamantan, sin embargo estaba muy conflictivo albergar a toda su descendencia. Visto desde un ángulo se puede ver como una conducta muy malvada o como: marcar territorio.
Eso sí, quién sabe si era ella o era otra, siguió frecuentando el espacio y teníamos la misma relación, hasta que llegó la víbora ratonera, esa que se encarga de limpiar las casas de todos estos «seres», o por lo menos mantener la población y el equilibrio adecuado, se instala todo el tiempo necesario si uno la deja, hasta que los roedores se van o ella se los come, cuando ya no hay más tarea para hacer ella también se retira. Son los «exterminadores» de la selva, controla plagas, como les guste llamarlos y son gratuitos. También hay otros servicios como el de la «mancha negra», que es otra historia, que tal vez en otra oportunidades se las platique.
Es grande, es larga, es trepadora e impacta mucho el verla, un día fui a entrar en la cocina de otra casa que vivía por los mismos rumbos pero más cerca del poblado y ahí me encontré con el espectáculo, subida en una viga, con un ratón frente a ella, que estaba cómo hipnotizado, no se movía, y la serpiente se le iba acercando poco a poco, sin quitarle los ojos de encima, contoneándose con un ritmo muy envolvente, que inmovilizaba, lo hacía estar como en un hechizo, donde la voluntad, el instinto de sobrevivencia no funcionaba, hasta que un ruido que hice, liberó al ratoncito de su trance y salió corriendo y la otra detrás.
Ahí aprendí la importancia de mantener a los que se reproducen con velocidad muy controlados pues si no se crea un gran desequilibrio, correrlos es parte de la estrategia o esperar a la ratonera.
Esos ratoncitos eran otra cosa, muy insoportables y la verdad que se fueran fue todo un alivio. Tal vez un día les cuente su historia, eran una familia completa y sus pleitos rompían la serenidad en cualquier momento y a todas horas.
México
Es una historia maravillosa y contiene una gran lección de la vida en lo rural. No se debe abusar más de lo conveniente. Un abrazo.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Gracias Carlos, me pone contenta saber que te ha gustado, y sí la vida rural enseña muchas lecciones. Un abrazo
Me gustaLe gusta a 1 persona
Ay…¡pero qué bonitas son tus historias de animales!
Tal vez Clementina como tenía algo de artista sentía envidia cuando tú te ponías a pintar o a escribir y por eso te interrumpía.
En la foto se la ve muy guapa pero si se me apareciera en casa gritaría aunque me royera la camisa.
Muy tierna la escena del calcetín y estremecedora la serpiente.
«La armonía hacía girar la melodía de los cielos», eso es muy poético.
He disfrutado mucho leyendo esta entrada.
Un beso, Themis
Me gustaLe gusta a 1 persona
Me alegra mucho que la disfrutaras a mi me pasó lo mismo escribiéndola y recordando aquellos momentos.
No lo había visto así como una ratoncita envidiosa, pero puede ser, pues era casi infalible, muy chistosa por cierto, me hacía reír.
Luego contaré otras.
Un abrazo
Me gustaMe gusta