Acícula: la hoja de los pinos

 

Cómo les prometí en la entrada «Cápsula del Tiempo» aquí les dejo la historia de cuando  íbamos a recolectar las hojas de los pinos, labor que le correspondía a todos aquellos que habitaban la casa.

 

Antes muy antes cuando era niña y todo por aquí eran dunas de arena con aromos que regalaban su perfume en el invierno, pinos y eucaliptus enormes que tapaban el cielo, antes que existiera el césped y que las casas estuvieran una al lado de la otra, rodeadas de muros, antes cuando todavía no era cruadriculado el entorno, salíamos al bosque cargando rastrillos y sábanas viejas a juntar «pajulla»  como se le llamaba a las hojas que los altos pinos dejaban caer al suelo, para hacer con ellas un tapete alrededor de la casa y así la arena no entraba.

Caminitos alfombrados de tostados hilitos unidos en un extremo como si fueran pinzas, con unas puntas que nuevecitas picaban, eran los senderos por los cuales transitábamos.

Cuando la capa era nueva, era un deleite caminar por ella pues se sentía mullida, suave, los pies se iban hundiendo y a veces, al revés parecía como que  uno quedara suspendido.

 

 

A medida que el tiempo pasaba y ellas iban guardando todas las huellas por ahí surcadas, se iban debilitando, transformándose y la arena de nuevo se asomaba.

Mostraba así que ya era hora de salir a disfrutar  de la gran aventura, de andar por el bosque recogiendo las hojas, haciendo con ellas grandes atados, que  se cargaban tomando las puntas de la sábana uniéndolas en un nudo y llevándola entre dos.

Dependía de la época del año a la hora que se iba, mi recuerdo era estar dentro de un bosque de pinos muy altos, donde las luces amarillas relucían y las siluetas bullían al movimiento de los rastrillos, que le daban ritmo a un grupo de  seres luminosos que con su sombra danzaban .

 

 

Las Toscas, Uruguay

 

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