CHISMOSEANDO: MANUAL DE SOBREVIVENCIA A BORDO

¡AY!, CARAMBA

Subí a una de esas «modernas» camionetas de ruta, el tipo de vehículo que, claramente, ya se había jubilado antes de empezar a trabajar. La puerta corrediza, un milagro de la ingeniería rústica, solo se dejaba ante el ritual secreto del conductor. Traía en sus entrañas alma de diva que de repente se ponía caprichosa y no cedía, hasta había que rogarle casi, para que aflojara.

Solo él, el elegido, podía abrirla. Así que el chófer, con la paciencia de un santo o la resignación de un esclavo, descendía en cada parada que alguien solicitaba.

Paró el vehículo frente a mí y bajó, abrió la puerta y dos muchachas en la cháchara y las risitas esas típicas de las jóvenes cuando quieren hacerse notar frente a alguien, como quien dice llamar la atención, alcanzaron la calzada .

Arrancamos, y el conductor, un joven de veintitantos que ya sonaba a gurú de la vida, se dirige a una chica sentada a su lado:

-¿Dónde te bajas?

-En la otra esquina.

-Qué, ¿te mordió?

Ella se giró con un gesto de desaprobación tan épico que casi se le sale la cabeza.

-¿¡Quéeee!?

-¿Por qué no te fuiste con ellas?. ¿Ya no se hablan?

-Sí, nos llevamos, pero prefiero bajarme ahí.

-Dime, ¿cuál te mordió?. Es muy de mujeres: una consigue un “novio” y la “amiga” inmediatamente aplica la técnica del depredador para quedarse con él.

-Nada de eso.

Él masculló algo ininteligible. La chica, con la autoridad que dan solo veinte años, remató:

-Estás muy ruco (viejo).

-¡Solo tengo veinticuatro!. Es que estoy desmañanado, por eso parezco tu abuelo.

-Me bajo aquí.

-Que te vaya bien y no les hagas caso -le dijo él, con la sabiduría que le da manejar ese «carruaje» que trae.

El chófer, un muchacho con más vocación de psicólogo de ruta, que como transportista, era de esos que no trabajan, «prestan un servicio», con una sonrisa siempre lista para cualquier drama.

*

*

Ella bajó, subieron varios. Entre la nueva fauna, una joven con unos cuantos kilos de autoafirmación envuelta en una malla muy ajustada. Quedó parada. Justo contra la puerta.

La puerta tenía un adhesivo pandémico olvidado, de esos que claman: «PROHIBIDO ENTRAR SIN CUBREBOCAS». Gracias a un milagro óptico, la calcomanía se proyectó, nítida, sobre su prominente mallón.

De pronto, una voz robótica y desangelada interrumpe el silencio:

-¡Ay, caramba!

Me desplomé en una carcajada interna, una risa silenciosa porque la ocasión no permitía hacerlo para afuera. No era un chiste; era la tecnología unida a la física cuántica creando una obra de arte justo en mi campo visual, donde mi horizonte quedaba detenido.

En eso volvió a sonar un teléfono, se escuchó un mascullido y al apagarlo la voz robótica repitió el estribillo:

-¡Ay, caramba!

Seguimos en ruta. Yo, absorta en el paisaje de ensueño que ofrecían los vidrios polarizados que convertían los largos cactus en columnas de luz dorada. Él, el chófer, bajando, abriendo, cerrando, sonriendo, una sonrisa franca, contagiosa, feliz.

*

*

En una parada lejana se acercaba otra criatura de dimensiones épicas, vestida en un rojo tan vibrante de esos de tállate los ojos. Y con un escote que no dejaba lugar a la imaginación, sino a la confirmación visual.

-¡Córrete para este asiento! – el del centro, pegado a él, le ordenó el chófer a un muchacho que estaba junto a la ventanilla delantera.

-No, ahí se viaja requete apretado -protestó el joven, con la firmeza de quien ya ha vivido la experiencia.

-¡Hazme el paro!

-¡Nooooooooo! -y ya era tarde.

El chófer bajó, abrió la puerta para unos desembarcos y le hizo una seña a la visión carmesí para que subiera atrás. Ella, con voz dulce y tierna, seductora como para enganchar a quien se deje, dijo:

-No, adelante.

El muchacho de la ventanilla, comprendiendo que el destino era ineludible, bajó, la hizo pasar al centro a ella y él se volvió a acomodar en donde iba. Ella se instaló en el medio del asiento largo.

Y… como un toque maestro, el eco de la tecnología:

-¡Ay, caramba!

La escena se volvió teatro del absurdo, el chofer acorralado se pegaba a la puerta delantera como si estuviera tramando una fuga aérea. Mientras, ella se acercaba, susurrándole palabras al oído, sin duda, la fórmula secreta de la inmortalidad del cangrejo.

El chófer, al ver el panorama en su espejo retrovisor con la diva roja en modo asedio, viendo la cara de los pasajeros, sonrió como si pensara: “Yo no cobro por el viaje, cobro por el show. Y este es servicio premium”.

Buscó algo entre la música que llevaba, la sintonizó, subió el volumen y, mientras pisaba el acelerador, pareció susurrar para sí:

«Esto es México, señores. Y la verdadera sana distancia, claramente, se perdió con la pandemia».

-¡Ay, caramba!

MÉXICO

NOVIEMBRE 2025

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6 comentarios en “CHISMOSEANDO: MANUAL DE SOBREVIVENCIA A BORDO

    1. Jajajajajaj, la verdad que sí, fue un viaje muy chistoso, pasaron cantidad de cosas que parecía serie de humor, como si realmente estuviera guionado. El conductor un chavo precioso, se bancaba cualquier cosa y siempre sonriendo, feliz. Gracias me alegro que te hiciera reír, de eso se trataba, abrazo

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