DE REGRESO A CASA
-¡Es hora de escribir!, ¡es hora de escribir!.
Salió corriendo, se subió a la patineta y alzó el vuelo y en un ¡¡¡TRIS!!! brotaron las letras.
-¿A dónde vas?
Ni siquiera escuchó la voz que le clamaba que regresara, que era la hora de estudiar.
¿Estudiar para qué, si en la vida tengo todo el conocimiento que necesito para empezar a ser?. ¿Y qué otra cosa tengo que hacer sino, ser, ser, ser, ser…?
Se fue volando por los aires, llevado por el viento y se encontró con su primera maestra: la mariposa, le enseñó con un suspiro que esa era la vida, que para vivirla primero había que meterse dentro cuando se es tan feo como el gusano que repta y anda comiéndose, devorando todo sin tener sosiego, para luego encapsularse y ahí empezar la mágica transformación.
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Muy metido dentro, llegando a ese centro del sueño letárgico que adormece los deseos, los prejuicios, los sufrimientos, las esperas, los retos, la competencia, el qué dirán, la opinión de los otros, y va llevando a que todo se vuelva un cristal tan claro donde la vida perecedera nace y se muestra.
Un día la cápsula se abre, la oscuridad se tiñe con esa luz que resplandece y el alma aletargada se sacude, se desliza y va saliendo, hecha un rollito, con las alas envueltas y algo dentro le ordena que se sacuda. Obedece y se da cuenta que los colores lo bañan, que ese cuerpo que reptaba ahora tiene alas y unas patitas, pequeñitas, minúsculas, que mantienen a ese cuerpo volátil y casi sin peso. Se ha transformado, es otro. De ser el gusano se volvió la mariposa. El género cambió, su forma se convirtió.
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Aprendió que del grupo que había salido, de toda esa cantidad de huevecillos con los que se había criado, ahora estaba solo o sola, como se le quisiera ver, pues eso es lo que menos importa. Ya no existía nadie a su alrededor, era libre al viento.
Ahora debía aprender a ser, ser esa otra en que se había transformado. Intentó alzar el vuelo y cayó; no era así, no era tan sencillo ni tan simple. Había que tener paciencia, con el intento como el mejor maestro, la perseverancia como la cualidad que lo acompaña, y una y otra vez experimentar para llegar a sostenerse por sí mismo sin la firmeza del piso, y encontrarse con la suavidad del aire que lo eleva y lo lleva a ese cielo que se pierde en el infinito.
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Y entonces, sintiéndose amparada por el soplo, la nueva mariposa entendió que su vuelo no era solo un escape, sino un camino. Miró hacia abajo, hacia el punto exacto donde la voz le había rogado que volviera a lo terrestre, y por primera vez se dio cuenta lo que era salir de esas riendas donde la socialización lo había enviado, a esa escuela que esclaviza al alma, a la mente y se olvida que el espíritu tiene su fuente esa que le manda todos los maestros que ha de encontrar en ese peregrinar que será su vida, pasando por todas las enseñanzas abiertas y preparadas para ese él-ella en que se había convertido, donde todo cabía, donde solo necesitaba hacerse uno con la creación misma, entregarse, y fundirse en el aliento primero.
Cuando el miedo a caer se disolvió en la suavidad del aire, la nueva criatura cesó de buscar a Dios: simplemente lo encontró siendo.
Y con ello se dio cuenta que el cielo no era una meta lejana, sino la tez de ese Ser Supremo que la había aguardado y enseñado desde antes de ser. La Voz que la había llamado a estudiar en la tierra era la limitación que obligaba a la mente a nombrar lo que el espíritu solo podía vivir. Pero esa conciencia cósmica que la esperaba no pedía títulos ni tareas; solo la danza libre.
El viento que la elevaba era el suspiro sagrado; cada rayo de sol sobre sus alas, reflejó la Verdad sin velos y el aroma de la flor que buscaba era la promesa del sustento incondicional.
Dejó de ser él o ella para ser la pleamar, la oración en movimiento eterno. Entendió que el conocimiento total no residía en acumular datos, sino en convertirse en un espejo pulido, un punto de luz a través del cual se reflejara la propia Creación, donde podía mirarse y reconocerse.
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Su fugaz vida se volvió la única lección que importaba: la manifestación de lo esencial en vuelo, el arte de ser sin ataduras.
En ese instante de perfecta comunión, la mariposa ya no experimentó la soledad. Era el fragmento dichoso que había regresado al Todo, al corazón silencioso donde el infinito y lo efímero son lo mismo. Su vuelo era, al fin, la libertad más sublime, y su existencia, el eco del amor pleno que la había impulsado a salir de la oscuridad.
Y así, en el eterno azul, se encontró, por fin, en Casa.
MÉXICO
NOVIEMBRE 2025
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Agradezco fotos tomadas de internet
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GRACIAS A TODOS!!!! SALUDOS!!!!


Themis, qué bonito narras este episodio de vida pura. Y las imágenes, de ensueño. Themis, dile a tu escritura que se supera a sí misma de una manera pasmosa. ¡Un regalo más! Muchas gracias! Y muchos, pero muchos abrazos. 🌹
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Hola Maty, qué lindo saber de tí, el otro día tomaba un dulce cafecito de olla y te sentía a mi lado, fue bien chistoso, claro que te invité, pienso te atrajo el aroma que desprendía.
Gracias por lo que me dices de mí escritura, si, siento que algo le está pasando, tal vez que sale como se le pega la gana, digna de más de setenta, Abrazo super grande
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Hola, Themis. Me ha encantado tu relato. Narras muy bien ese viaje de la mariposa, que se conecta de manera precisa con la experiencia humana. Es un recordatorio de que crecer no depende de acumular títulos o conocimientos, sino de atravesar procesos —a veces duros, a veces luminosos— que nos transforman. Me parece una forma muy poética de mostrar que la verdadera libertad y el sentido de la vida no están en seguir reglas externas, sino en aprender a ser uno mismo, sin miedo y sin etiquetas… Y las imágenes preciosas.
Un abrazo 🤗
Beatriz (Historia)
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Hola Beatriz gracias por tus palabras, siempre son claras y precisas que llevan hacia el sentir verdadero y nutren lo allí expuesto. Te mando un abrazo bien grande
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¡Qué bonito, Themis! Por tus palabras y también por las fotos. Me encantó. Te felicito.
Un abrazo. 🙂
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Gracias, que lindo que te haya gustado, abrazo más que grande
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