EL UMBRAL INESPERADO

Fui en busca de Maguito un poco después del alba, antes que el sol en su ardor me apresara y me hiciera sentir su abrazo de llama. Llevaba conmigo esas ganas de perderme por esos caminos del monte, en busca del embrujo del ascenso, del beber de sus historias, de pasar un momento en otra realidad, tan simple y sencilla que aligera hasta el más pesado desconsuelo. Allí, donde el silencio es un lienzo para que el alma se exprese en su lengua muda, que solo el corazón con sus latidos escucha, y así se encuentra con ese eco que hace que ambos se fusionen en esa anhelada comunión.

No tomé el camino que suelo hacer el que me lleva antes a encontrarme con la tierra, con ese sendero donde la frescura llega e invade al cuerpo con el sentir de estar parado sobre lo natural , sino que agarré el del calvario, ese por donde se van viendo las diferentes paradas que se hace en ese Vía Crucis donde se le rememora.

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También para mi adentro y mi devenir, adquirió esa cuesta arriba un misterioso sentir, cuando tres cruces primitivas se presentaron, despojadas de su techo protector, como un antiguo presagio.

Iba caminando abstraída y las luces me llevaron a fijarme en ese rincón y ahí se erigieron, templadas y desnudas, la viva estampa de una crucifixión, ancladas para siempre en aquel promontorio, cumbre de esa subida por la que iba.

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Mi ruta exigía que las rodeara, y por detrás escalar pequeños peldaños de piedra para alcanzar el terraplén de tierra que me guiaría al umbral de Maguito, ese que antes mostraba que el monte estaba cerca.

Me sumergí en la abstracción, en la danza de luces y sombras que solo la mañana sabe pintar, jugaban en el suelo y ese juego me llevó a darme vuelta y ahí contemplé la cruz central, guardiana solitaria del sendero.

Era una  cruz de camino, como esas marcas ancestrales que se alzan donde la tierra susurra un escalofrío, o donde el espíritu del lugar teje su enigma o sencillamente para que el viajero se sienta protegido al cruzar portales del tiempo.

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Giré para emprender mi rumbo, atenta en cada paso en el polvo y las piedras, para que un resbalón no hiciera su travesura y al levantar mi cabeza, un portento me detuvo, donde esperaba ver tierra y rocas grandes, apareció una escalera, alta bien alta. Para mi recuerdo había surgido de la nada.

Quedé inmóvil, con el asombro abierto en la boca. Mi rostro debió ser un mapa de la sorpresa, pues una señora, emergiendo de su casa, se detuvo ante mí y me preguntó con suavidad si algo me sucedía.

-Sí -murmuré- una escalera donde antes había vacío.

Entonces ella, testigo y guardiana, desveló el secreto: una obra nacida de la ayuda comunitaria, aún inconclusa, pero ya contaba con cincuenta y siete peldaños. Cincuenta y siete pasos de nueva promesa, un inesperado sendero vertical hacia el destino que había venido a buscar.

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Así como si subiera una pirámide paso a paso me adentré en ella…

CONTINUARÁ…

MÉXICO

SEPTIEMBRE 2025

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