«…y esos héroes y heroínas, muchos que no conocemos sus nombres que hacen el país que somos hoy. Hay quien recuerda la invasión francesa como lo mejor, o hay quien imita a los que fueron a buscar a Maximiliano porque están buscando la injerencia extranjera porque no tienen ningún apoyo popular en nuestro país y lo buscan afuera». Claudia Sheimbaun

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Fue la primera vez en la historia de México que una mujer tomó la palabra para presidir el Grito de Independencia. Con su voz llena de pasión, introdujo en sus arengas a muchas heroínas que el tiempo había olvidado, así como a los valientes migrantes que enriquecen la nación. Y, sobre todo, reafirmó con orgullo la soberanía, la libertad e independencia  de México, esa tierra que late con fuerza en cada rincón y la cual nuevamente tiene la espada de Damocles sobre su cabeza.

¡Vivan las mujeres indígenas!

¡Vivan nuestras hermanas y hermanos migrantes!

El día había amanecido gris, pero en ese gris se escondía una alegría especial.

La nube, en su manto de seda ceniciento,  protegía del Hermano Sol, ese ardiente y brillante, que descarga sus brasas sobre los desprotegidos mortales. Esos días en los que uno agradece la presencia de la lluvia, esa hermana que, con su suave frescura, bendice la tierra, permitiéndole brotar y florecer regalando con ese espectáculo el renacer de lo yermo.

Estaba en casa, temprano en la mañana, cuando el mundo exterior empezó a vibrar con movimiento, no eran los usuales, como la señora que antes de las siete de la mañana viene pegando su pregón: ¡¡¡Gelatinas!!!, para que los niños las lleven a su escuela.

Voces, risas, niños que corrían alegres, y de repente, la presencia inconfundible de la banda de guerra. El clarín estalló en el aire, rompiendo con  el ambiente cotidiano y convirtiéndose en el protagonista del momento. Luego, el ¡PAM!, ¡PAPAPAM!, ¡PAPAPAM!, y la marcha comenzó a desplegarse con orgullo.

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—¡El desfile por la Independencia!— le susurré a mí misma que ya ni se por donde anda, como que la he perdido de vista, pienso que adquirió su independencia.

Quise verlo, sentirlo, ser parte de esa celebración que une corazones e historias. Sin pensarlo mucho, salí disparada rumbo a la plaza principal. Lo primero que encontré fue a un simpático cura Hidalgo, con el estandarte de la Tonantzin en la mano, nuestra Madrecita, la Virgen de Guadalupe, símbolo de fe y anhelo y que lleva escondida a esa Madre Tierra.

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Allí estaban los diferentes contingentes, listos para recorrer el pueblo y enaltecer los colores de la Patria, ese sentir profundo que une a todos. Di una vuelta, observando la multitud: mamás, papás, curiosos y antes que lanzaran la voz para que la marcha comenzara recorriendo las calles principales del pueblo, fui a pararme en una esquina.

Todos desde las casas aguardaban que se iniciara, tiraban papelitos de colores a los que pasaban, como es la costumbre y luego a medida que se iban acercando los diferentes grupos, la lluvia de ellos estalló.

¡Viva la dignidad del pueblo de México!

¡Viva la libertad!

Las autoridades fueron quienes lo abrieron con la formalidad que la historia exige, portando el estandarte de la Nación.

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Detrás el Comisariado Comunal, la voz y el corazón de la tierra con sus guardabosques y guías.

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Pero el verdadero encanto llegó con los más pequeños: la Educación Inicial. En sus triciclos adornados, desfilaban, transformados en héroes de antaño. Había pequeñas chinas poblanas cuyos vestidos brillaban con el sol naciente que se colaba entre las nubes, diminutos curas Hidalgos, charros con sus sombreros, encantadores personajes ataviados con los atuendos de aquella época sublime. Un derroche de belleza, de inocencia, llevando adelante la tradición.

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¡Viva la igualdad!

¡Viva la democracia!

Se sentía el contento en la calle, todos salían a las puertas de sus casas a ver pasar a los diferentes grupos, era un gusto estar entre ellos.

Los vecinos abrían sus puertas, salían a sus veredas, con grandes sonrisas que eran un regalo. Era un gusto mezclarse con ellos, sentir esa fraternidad sencilla y profunda, que solo la fiesta popular despierta.

Pronto, llegaron las bellezas coronadas, el Reinado de las Fiestas Patrias,  rodeadas por niños que portaban los colores de la Bandera, vibrantes todos ellos, llenos de risas y sonrisas. Ellas, siguiendo la hermosa usanza, repartían dulces, que volaban por el aire junto con otros grupos que hacían lo mismo, una lluvia acaramelada para todos los que celebraban. La algarabía era un canto a la vida.

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El día empezó a abrir, el azul cerúleo pintó el cielo, las nubes en su retirada con toda la calma del mundo se detenían como si quisieran terminar de ver pasar el desfile, las montañas emergieron, bellas, muy bellas, pintadas del verde profundo con el que las lluvias las habían bendecido.

¡Viva la justicia!

¡Viva México libre, independiente y soberano!

Todos los demás grupos de las escuelas, cada uno con un paso diferente en su marcha o haciendo tablas, donde en un rompecabezas viviente, el escudo nacional aparecía con su águila sobre el nopal devorando una serpiente, o aquellos que sencillamente eran los abanderados, uno tras otro iban desfilando.

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¡Más dulces!, son lanzados a los aires y una gran sonrisa de regalo para no solo endulzar al cuerpo sino también al alma.

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Al final los jinetes, los que nunca faltan en la memoria de la tierra, dando ese toque más de época, más de lo que es el México profundo, en donde nunca faltan, ni en aquella época cuando los llamaron para la lucha, ni ahora que son convocados a rememorarla.

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¡Viva México!

¡Viva México!

¡Viva México!

MÉXICO

SEPTIEMBRE 2025

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EL GRITO DE INDEPENDENCIA EN MÉXICO 2025

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