EN EL REGAZO DEL CAMPANARIO

La cadencia del atardecer

Había que darle movimiento a la apatía, a esa sensación que invadía el cuerpo, que no quería hacer nada, solo buscaba refugiarse en sí mismo. La mente, más que engañosa, cavilaba un complot para alcanzar la inmovilidad, y no la de la meditación, sino la de dejarse llevar por las circunstancias. Las energías, negras, densas y yermas, corrían por doquier, cargadas de una fuerza que dejaba el aliento atorado.

Un socavón se cernía en la carretera de la vida, como esos que forman las grandes lluvias de forma inesperada, aparecen así nomás de la nada, mostrando las entrañas de la tierra, y en un descuido, te tragan.

De forma suave y lenta, girando sin nada que la detuviera de ese destino inminente, estaba al acecho, como si la sangre corriera en un hilo forzado y espeso mientras la tarde agonizaba.

El aire fresco que entró por la puerta al abrirla, me puso de pie y salí al encuentro de la jornada que empezaba el declinar hacia su ocaso .

El sol, en su lento descenso, pintaba al cielo, las últimas luces doradas se reflejaban en una escena que llamó a mi atención, la representación de un calvario muy primitivo, sin embargo expresivo, cuando mis pies me estaban llevando hacia él, hacía ese montículo en donde se yergue su Iglesia.

*

*

El camino, antes incierto, ahora se revelaba ante mis ojos como un lienzo en el que yo, con pasos pausados y acompasados, dibujaba un nuevo destino.

Subí el montículo de tierra y piedra, la brisa del desierto me acariciaba el rostro, como si fuera una promesa de paz, de refrescar a esa existencia que no se acaba.

Seguí mis propias huellas de cientos de veces de haber ascendido esas piedras ígneas de millones de años, que guardan en su interior el silencio profundo y potente del fluir del tiempo. En un destello van dejando esas enseñanzas que nos susurran que el presente es solo un grano de polvo en el infinito, un eco de lo que fue y un presagio de lo que será.

*

*

Subí una vez más, sintiendo no el peso de la historia, sino la ligereza del alma al reconocerse parte de esa inmensidad, efímera pero eterna, era el latido de ese montículo que acompasaba las pisadas quien iba marcando el derrotero.

En la cima, un viejo campanario se erguía, testigo silencioso de innumerables atardeceres de contentos, de una melancolía intensa, del estar solo o sentirse acompañado de tantas presencias, del cielo que todo lo guarece y de la compañía de por vida de uno mismo.

Las luces del sol, al chocar con sus viejas paredes, bailaban en un juego de sombras y centelleos, y cada rayo era un eco de un tiempo perdido, de una tranquilidad que por fin regresaba.

Me senté bajo su sombra, y la campana, aunque muda, parecía cantar la melodía del descanso.

*

*

Extendí mis piernas, me recosté en su regazo y ahí me quedé, solo contemplaba, la apatía, el socavón, el encierro, todo se quedó abajo, en ese sendero recorrido.

Ahora, solo existía el mutismo del desierto, el soplo que me balbuceaba un nuevo inicio, y las luminarias de un atardecer que me daban finalmente, un lugar para descansar.

*

*

Ya no había inmovilidad, aunque no me movía, solo el destilar de la vida, la dulce armonía de un corazón que después del encierro, encontraba su ritmo en el eco de esas luces, en el sigilo del desierto.

MÉXICO

AGOSTO 2025

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12 comentarios en “EN EL REGAZO DEL CAMPANARIO

  1. ¡Ay Themis, qué bonito te quedó! Viviendo en poesía, sin dar tregua alguna al aniquilamiento ni al cierre del sentimiento viviendo de esta manera, así, con arte y despacito para que dure más. El destilar de la vida, ¡Precioso! Al paso que va tu prosa poética no puedo más que desear el siguiente escrito. Un abrazo gigante Themis! ☺️🎈🌹🫂

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    1. Gracias Maty, si, me está naciendo eso de la prosa poética, si, van a ir unos cuantos en este son, por lo menos ya están en el horno a punto de salir, jajajajajja. Te mando un abrazo super grande y un cafecito con fragancia de altura.

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