TENOCHTITLAN: LA MUERTE SIEMPRE PRESENTE

DE SALIDA

Emergí por el mismo lugar por el que entré, como quien dijera en un contramano con lo que era el movimiento del lugar, iba media absorta con ese muro y todo lo que en cierta forma me había echado a andar en mi cabeza, reflexiones del accionar de ser humano.

Ya fuera me quedé un momento detenida observando ese caracol, que me llevó a Quetzalcóatl ese otro dios mucho más benigno, así se podría decir, el creador del hombre, el que le dio vida con el sonido de ese molusco a través de su música, cuando fue a buscar al inframundo los huesos de los antepasados. Él  no estaba del todo de acuerdo con la violencia y los sacrificios, buscaba más una educación por las ciencias, las artes y la paz, y dejar eso de estar siempre en la guerra. Era como una piedrita en el huarache para los otros dioses o para los no tan dioses que manejaban la cosmovisión y el poder por supuesto, en cierta forma fue expulsado a un autoexilio a través del engaño, por otro de los dioses similar a Huitzilopochtli, en mi cabeza rondaba una idea, ¿qué hubiera pasado si él fuera quien hubiera reinado?. Otra historia, sin lugar a dudas, tal vez otro día, salga a la luz una hipótesis de lo que pudo ser.  

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Seguía con ese muro de cráneos, evocaba sin lugar a dudas al ser humano, a esa lucha constante que se trae entre su instinto primario y su razón, una batalla eterna por encontrar un equilibrio entre la barbarie y la civilización.

Tal vez, cuando pueda elevarse y salir de esa lucha lo logre, ¿será ese el trabajo personal que hay que hacer en esta esfera?.

Ese muro de cráneos no solo representa una imagen macabra, que así se la puede ver, porque en cierta forma no superamos ese celo que tenemos en cuanto a la osamenta esa devoción de que ahí reside la importancia de la exvida, sin darnos cuenta que solo es una carcasa, solo eso, unida al miedo a la muerte, sino que también simboliza la profunda lucha interna que caracteriza al ser humano.

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En lo más profundo de su ser, la humanidad lleva consigo esa tensión constante entre su instinto primario, esa parte salvaje, impulsiva y a veces destructiva, y su razón, esa facultad que busca orden, comprensión y justicia. Es en esta separación donde reside la esencia misma del conflicto humano, esa batalla interminable que define nuestro carácter y nuestras acciones.

Es esa voz interior que nos recuerda nuestras raíces animales, que despierta en momentos de peligro o pasión, y que puede desatar la barbarie si no es contenida. Muchas veces, esa parte de nosotros se manifiesta en sentimientos de ira, miedo o deseo desmedido, recordándonos que en nuestro interior aún habita esa bestia que no ha sido completamente domesticada.

El muro de cráneos es, en última instancia, una metáfora de ese eterno combate. Nos recuerda y nos invita a reflexionar sobre la importancia de mantener en equilibrio ambas fuerzas, de entender que en nuestro interior coexisten esa violencia y esa capacidad de amor, comprensión y razón. Solo al aceptar y enfrentar esa dualidad podemos aspirar a un desarrollo verdaderamente humano, pues aunque así nos llamamos, aún falta mucho para llegar a serlo.

Avanzaba lentamente, había algo de increíble en el sentirme sola en esa inmensidad de piedras y pasarelas, pasar del tumulto de seres tomando fotos y selfies a esa quietud impenetrable, otro tiempo, otro espacio, como si ambos estuvieran coexistiendo.

Seguí caminando en una soledad total, nadie había en el camino, era extraño, quién sabe por dónde iban, la quietud y el silencio era absoluto, empecé a sentir que no estaba sola, que había presencias a mi alrededor que me observaban, cosa que en México sucede muy a menudo en diferentes lugares, donde la huella de lo que fue aún permanece, donde los ecos del pasado parecen susurrar en el aire, y en la penumbra las sombras cobran vida, como si algo invisible vigilara cada uno de los pasos.

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La serenidad y una sensación de total sosiego se hizo cargo de mí, sentirme en ese privilegio de estar por momentos a solas en ese gran contexto de Tenochtitlán.

Cuando de repente frente a mí regresaron los cactus, estos en macetas, que me llevaron de inmediato al desierto, al bosque de ellos en donde habito, simbólicos un maguey me había recibido entre piedras y ellos me despedían, en el medio lo vivido, a través de ese muro de cráneos que había ido a ver, ese Huei Tzomplantli.

*

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Enseguida salí, fue en un ¡tris!, ni siquiera me di cuenta cuando lo hice, el tumulto me rodeaba, iban, venían, por todos lados el ruido de los puestos ambulantes, del caracol llamando para empezar la danza azteca, los turistas riendo, sacándose fotos, venía de otro mundo dentro de este gran mundo, de otro viaje sin lugar a dudas, me detuve un momento antes de entrar en ese flujo, cuando casi enfrente mío dos enormes calacas en una tienda me llaman, una Catrina y un Catrín, me sacan la risa, río, río una forma de canalizar lo vivido y la muerte de otra forma presentada ahí está, en ese otro culto tan bello que México guarda en sus entrañas.

Me acerco, son enormes, la muerte por todos lados aparece, México no te deja olvidar que ella existe y te invita a que la admires, juegues con ella, y aceptes que en su abrazo final todos somos iguales.

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Más allá que aquí en donde estoy parada en otro tiempo dependía de cómo morías a dónde ibas, al descanso eterno o tenías que atravesar varios obstáculos todavía.

Para los mexicas, dependiendo de la forma en que lo hicieras, se creía que ibas a diferentes destinos en el inframundo. Los guerreros que morían en batalla y las parturientas que fallecían en el parto iban al Mictlán de los guerreros, un lugar especial reservado para estos muertos honorables. Los demás, aquellos que morían por enfermedades o causas naturales, iban al Mictlán general, un lugar donde enfrentaban varias pruebas antes de llegar al descanso final. Eso sí, todos nos guste o no nos guste un día sin advertencia «La Democrática» llega y nos lleva. Hay que estar siempre pendiente viviendo cada instante sin pensar que aquí habitaremos por siempre.

Mi reflejo apareció en ese escaparate, se veía muy claro rodeado de pequeñas Catrinas todas muy bien vestidas, y no podían faltar los novios, adornaban a una serie de joyas allí expuestas.

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Me quedé mirando a esas Catrinas, esas calacas bien vestidas, siempre su presencia nos recuerda de una manera amable y risueña, que la muerte es solo otra etapa del ciclo de la vida, una transición que nos invita a valorar cada respiro, a aceptar que somos parte de ese ciclo infinito que nos une y nos define.

Por lo tanto, dedicarse a VIVIR, a proclamar a la VIDA, sean cual sean las circunstancias que nos rodeen, a agradecerla y no perdernos en vanos delirios…

MÉXICO

ABRIL 2025

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8 comentarios en “TENOCHTITLAN: LA MUERTE SIEMPRE PRESENTE

  1. ¡Qué viaje tan increíble, Themis! El muro de cráneos y las Catrinas es como una carta de amor a México, a su misticismo y a esa manera única de abrazar la vida y la muerte. Me ha encantado cómo describes tu experiencia en Tenochtitlán, con esa transición del bullicio de los turistas al silencio absoluto de las piedras y pasarelas, como si hubieras cruzado un portal a otro tiempo. La imagen del Huei Tzompantli, ese muro de cráneos, es tan poderosa, y la forma en que lo conectas con la lucha eterna entre el instinto y la razón del ser humano es pura poesía.

    Es como si invitaras a soñar con una historia alternativa, más pacífica, más artística, y eso me parece súper inspirador. La manera en que pasas de esa idea mítica a la realidad del muro, con su carga macabra pero también simbólica, es un giro que te hace pensar en nuestra propia dualidad, en esa lucha entre la barbarie y la civilización que todos llevamos dentro. Y luego, ¡las Catrinas y el Catrín! Ese momento en que sales del trance del Tzompantli y te topas con esas calacas risueñas en la tienda es como un abrazo cálido de México. La idea de que la muerte está por todos lados, pero presentada de forma tan colorida y amable, es tan propia de la cultura mexicana, y lo cuentas con un cariño que se siente genuino. Lo de “La Democrática” que llega sin avisar es un toque brutal, porque es verdad: la muerte no discrimina, y México te lo recuerda con una sonrisa. El texto está lleno de alma. Es como si me hubieras llevado de la mano por ese viaje entre lo místico, lo histórico y lo cotidiano. Me han dado ganas de caminar por Tenochtitlán, mirar esas Catrinas y brindar por la vida. ¡Sigue escribiendo estas joyas que son pura magia!

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    1. Hola Marcos muchas gracias por todas estas palabras emotivas que hacen ver que realmente llegaste a la esencia de este viaje, de lo que nos quiso mostrar y que no fui otra cosa que una interprete en él, con muchas interrogantes.
      México es mágicamente surrealista, eso sí, si caminas por ese camino puedes llegar a sorprenderte de cómo te guía los pasos y te va mostrando un sin fin de cosas escondidas en él, a veces con la sonrisas, a veces con ¡ay nanita!, que fue eso. La muerte colorida como dices y por otro los cráneos y los dos con un ratito de diferencia, es México….la muerte está en todas partes unida a la vida, eso nos puede llevar al terror o por el contrario a tomar conciencia y vivir cada momento instalado en el presente que es lo único que en cierta forma tienes, el pasado ya fue y el futuro saben los dioses si llegará o no, no te corresponde a tí el fantasearlo.
      Abrazo bien grande y de nuevo gracias por estar

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  2. Fabrulosa, Themis, tus reflexiones dedicadas a la Muerte, a la vida, a lo que somos… Me ha gustado mucho este artículo. Tal vez porque yo también traté de vivir, varios años, esas celebraciones de Día y Noche de Muertos en distintos lugares de México. Muchas gracias, y mi abrazo fuerte.

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  3. Hola, Themis, veo que también hizo mella en ti ese muro, es inevitable. Estoy de acuerdo contigo en la reflexión de intentar unir nuestras dos ambigüedades: violencia y amor, unirlas y que prevalezca la segunda, para no cometer más atrocidades.

    Y, sobre todo, como dices en tu último párrafo, vivir, alegrarse de vivir y olvidarse de cosas sin fundamento que nos restan horas de paz y sosiego.

    Un abrazo. 🙂

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    1. El muro me llevó a la reflexión y a empezar a hacer hipóstesis, en sí las calacas no me significan nada, la pared de verdad, eso sería otra cosa, pues guardaría tal vez parte de la esencia real, esta fue una adaptación.
      Da para pensar mucho y a mí me encanta meterme en los laberintos oscuro del animal humano y sus emociones.
      El amora es la búsqueda, y el control de la violencia es imprescindible, más allá que cada día en la locura que vivimos se da la inversa. Abrazo grande y gracias por tus palabras

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  4. Hola Themis, me encanta que sigas con el tema prehispánico. Alguna vez tendrás que contarnos de ese mismo tema en tu tierra originaria. Sería muy interesante.

    Y bueno, en México la muerte es todo un concepto. Para los pueblos pre-hispánicos, en realidad nunca mueres del todo, solo te transformas, así como la semilla germina, florece, muere y vuelve para abonar la tierra que dará a su vez más vida, ellos creían lo mismo. El concepto de muerte no era como el que tenemos hoy.

    Yo veo que aunque mucha gente tiene fe en una vida ulterior (por la religión y sus promesas de vida eterna), en realidad para muchos, es de «dientes para afuera», aún con esa «fe», les da terror la muerte, se cuelgan de la vida con todo y les cuesta trabajo «trascender». Ahí los antiguos tienen muchas cosas que enseñarnos al respecto.

    En muchos lugares del mundo no entienden la tradición de «muertos» que tenemos acá. Incluso los sacrificios, los tzompantlis, tienen una doble lectura: sí, eran una herramienta para infundir temor a sus enemigos, pero primordialmente, eran algo necesario para que la vida continuase. Para los guerreros era un honor ser sacrificados y que su sangre alimentara a los dioses, y en el caso del Sol, que tuviera la fuerza necesaria para poder emerger a un nuevo día. Y como tú misma lo has comentado en otras de tus entradas, ahí la muerte, ya se ve de otra forma, es una forma de continuación de la vida.

    Los mexicanos no es que no temamos a la muerte, reímos con ella, la honramos de una forma poco convencional. Pero cuando la muerte llega también lloramos. No sé si la gente en esa época lloraba por sus muertos, yo creo que era menos que ahora jajaja.

    Ay ya te eché todo un periódico… Me encantó tu entrada. Tengo que regresar a ese lugar pronto. Es de mis lugares favoritos de México. Abrazo fuerte.

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    1. Hola Ana, gracias mil por tu comentario, bien interesante pues resumes muchas cosas de este viaje y das una perspectiva que abre a entender y compenetrarnos más con lo que es la muerte en México.
      Los mexicanos temen a la muerte como cualquier mortal, sin embargo es otra la forma de encararla, sobre todo en los pueblos y comunidades todavía no tan contaminados con otros sentires, incluso en todo el rito que se hace después de la muerte de un ser querido es una elaboración del duelo, es el ir aceptando el que ya no está más aquí en esta esfera sin embargo, regresa de otras formas, según el pueblo y la región, en los sueños, el Día de Muertos, en el pensamiento, a través de algún mensajero y se hayan muchas respuestas.
      Sí los prehispánicos también lloraban cuando alguien moría, incluso hay un llanto muy especial, es como un grito que nace de muy adentro, es extraño el sentirlo y a partir de ahí como una danza. Aun
      hay lugares muy alejados donde se pueden escuchar, pues mantienen esas formas, imagino que cada día más escasos, sin embargo ayudan y sanan las muertes, hay un cierre, en cambio en lo moderno las cargamos.
      Me dio mucho gusto, abrazo más grande

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