«MONTAÑA DE LA MÁSCARA PRECIOSA»
Llegó el día en que todo marcaba que iba a conocer Cuthá, en ese desierto del centro de México, otro de los lugares que se encuentran en las inmediaciones, que desde que arribé a esta región me habían dicho que fuera a conocerlo. Más allá que se tardó en el tiempo para se abriera, si tiene que llegar, llega, como todo en esta vida, hay que plantar el sueño y esperar a que un día la semilla brote, siempre dependiendo de que trae en su esencia y si es para nosotros.
Íbamos rumbo a esa pirámide, la tumba de uno de los gobernantes de la comarca en la época prehispánica que se erigió en el cerro conocido como de la Máscara, a más de mil setecientos metros de altura.
Ese cerro llamado así pues dicen que en el sepulcro se encontraron máscaras de madera con incrustaciones de jade, mármol y conchas, junto a otros elementos de la época.
Me levanté bien temprano en la madrugada, en el cielo estaba ELLA mostrándose en un pequeño gajito acompañada de dos gendarmes que la custodiaban.
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Me pregunté si serían parte de esos siete planetas que se iban a alinear, no lo harían alrededor de ella, sin embargo estaban en ese firmamento negro, caminado hacia la asamblea de todos ellos y tal vez, habían pasado a saludar a esa Luna risueña.
Preparé mi aromático negro, inspiré su perfume que para el fríito que se sentía, estaba delicioso y abría a los sentidos para que prepararan el recuerdo a esos instantes de deleite que despertaba al día.
Pasaron por mí, la calle estaba oscura y silenciosa, donde ni los pasos se sentían, a lo lejos un foco prendido iluminaba la penumbra.
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Había que caminar un poco en busca de los otros acompañantes que vendrían con nosotras, a un paso rápido llegamos.
Nos subimos a la camioneta que nos llevaría hasta las inmediaciones de ese cerro que había que subir para alcanzar la meta.
El día despuntaba, detrás de las montañas asomaban los primeros rayos del Hermano Áureo pintando a una parte del paisaje, marcándonos que ya iba camino a su cenit.
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Del otro aún entre penumbras y sombras contrastantes estaba ELLA, muy tenue, muy tímida, solita surcando el cielo rumbo a esa otra noche que alumbraría con su tenue lucecita.
Hermosa imagen de un lado ÉL emergiendo, del otro lado ELLA desapareciendo, ese amor eterno que solo se cruzan en ese firmamento infinito.
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Por otro a lo lejos, del otro lado de esa carretera que cada vez se veía más pequeña, más alejada, el ámbar bañaba en la cima a uno de los cerros.
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Detenerse un momento y observar ese paisaje que rodeaba, de una belleza por momentos indescriptible que solo los ojos absorbían y el alma se nutría de ella, esa cercanía a lo agreste, a ese cerro que por todas partes mostraba sus espinas, dando pequeños toques con ellas como si fueran las primeras agujas usadas de ese tratamiento milenario chino de la acupuntura.
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Se introducen apenas se les roza, deteniendo a lo que sea en seco, ese arte de la defensa, ese arte de captar agua, ese arte de la sobrevivencia, de la hoja a ella, y ese dolor que ocasiona, que hace que se reaccione.
Una de ellas se incrustó en mi rodilla que quiso brincar por el ardor punzante que sentía, sin embargo la enseñanza anterior decía que había que aguantarse sin agitarse, pues esas reacciones automáticas llevan a que surjan otras en los alrededores y ¡ZAS!, se ensarten.
Se aprende que frente a la sorpresa y el dolor, mejor es quedarse quieto, esperar el tiempo necesario para hacer cualquier movimiento, si no es fuerte retomar la marcha muy atento.
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Las espinas, esos pequeños custodios de la belleza, se elevan en la naturaleza como recordatorios de que lo hermoso a menudo viene acompañado de un toque de dolor.
Eso sí, nos educan a ser cautelosos, a andarse por la vida con tiento, a apreciar lo que tenemos y a entender que cada cosa bella tiene su precio, que si no estamos dispuesto a pagar por ello, a veces con malestar, mejor es no meternos.
Nos hacen reflexionar, en esa danza entre lo bello y el dolor, si queremos conocer, si queremos vivir, si queremos adentrarnos en los caminos de la vida, como ahora en este cerro para llegar a esa tumba que se erige ahí arriba, a más de mil setecientos metros de altura, entre senderos bordeados de espinas, que si no nos aguijonean, nos inmovilizan, sujetándonos de tal manera que muchas veces necesitamos ayuda para que nos liberen del retén, que si jalamos con desesperación y fuerza, más grande se hace el enredo, siempre será mejor no caer en ellas sino en la paciencia, en la observación, el buscar ayuda si no podemos solos y dejar la terquedad a un lado.
A pesar del miedo, nos motivan a encontrar la valentía para seguir subiendo, para detenernos el tiempo necesario para reponernos, sin embargo, el seguir adelante con la mirada puesta en esa meta, pues por más espinoso que sea un camino siempre hay una flor esperando abrirse en medio de la adversidad.
Allá abajo se divisaba la carretera cada vez más pequeña, nos elevábamos y el camino se complicaba.
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Seguimos y el camino después de una subida abrupta muy abrupta donde las pequeñas piedras se desprendían, por un senderito mínimo, el cual se me dificultaba hacerlo, una mano me ayuda, cuando de repente un garrote apareció improvisado en el momento, ese palo que se vuelve el apoyo, que los pastores siempre lo llevan con ellos.
Vaya arma, herramienta tan útil para estos senderos, y tengo el mío y no lo llevo, terquedad ignorante que me acompaña, porfía y no darme cuenta lo indispensable que es, más en estos caminos.
Solución agradecida, a quien me lo alcanzó y a esa vida que lo puso delante, o a ese guardián de ese espacio, que se siente su presencia, que guarda los caminos para permitir o denegar el acceso.
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Así seguimos, ande que ande, hasta llegar a una nueva zona con mucha vegetación donde comenzaban a verse los vestigios, unas piedras labradas que parecían haber sido usadas como lugar de reposo por otros viajeros, rodeados de sombra que el mismo cambio de espesura más tupida regalaba.
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Y un poquito más adelante, no mucho, se levantaba ese muro, que mostraba la parte amurallada de ese centro poblado en las alturas, las piedras muy bien ordenadas, que habían sido cargadas de quien sabe desde dónde, allí se encontraban.
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Un momento de detenimiento, la observación, el ver la estructura y…. proseguir, ascendiendo.
CONTINUARÁ…
MÉXICO
FEBRERO 2025
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Hola Themis, como siempre muy interesantes tus aventuras. Desconocía por completo estos vestigios y que fuera una tumba los hace muy interesantes. Siento lo de tu espinada, son gajes «del camino», que por cierto es precioso con todos esos cactus. Gracias por compartirnos esperamos lo que sigue… Ana Piera
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Hola Ana, esta zona no se conoce mucho, más allá que tuvo su gran relevancia, pero tiene pocas investigaciones, pues nada es monumental. Es una zona extraña y agreste.
Las espinadas son muy frecuentes, la acupuntura natural de la cual si no te quieres someter, te tienes que cuidar.
Gracias, te mando un abrazo bien grande
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Hola, Themis, ¡más de 1700 metros! Ufff, espero que merezca la pena, demasiado desnivel para subir…
Me ha encantado la foto de los cactus y la luna, parece como si ellos se levantaran hasta ella, tal y como has tomado la panorámica. Un paisaje muy bonito, único sin duda.
Un abrazo. 🙂
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Simplemente el llegar a esa altura merece la pena, es toda una experiencia y se te abre el mundo desde las alturas. Solo con ver ese paisaje endémico del lugar, que te rodea, esa inmensidad, ese estar tan cerca de las nubes y de premio conocer la cima con su pequeña pirámide. Por otro lado, a mi me encanta la aventura. Te mando un abrazo super grande y gracias
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¡Buenas, Themis! Me ha encantado cómo transmites la experiencia del ascenso, no solo físicamente, sino a nivel simbólico. La relación entre la belleza y el dolor, el aprendizaje de las espinas, la paciencia en el camino… todo está contado con una mezcla de reflexión y vivencia que engancha. Se siente la inmensidad del paisaje y ese respeto por la naturaleza y sus guardianes. ¡Un saludo! 😊
Tarkion
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Hola Tarkion, que bueno que andes por aquí. Toda caminata te va enseñando, mostrándote que lo que estás viviendo no es por casualidad o solamente para hacer ejercicio o conocer lugares, sino que detrás siempre hay una lección de vida, de ubicación y de respeto, tanto a las fuerzas visibles como a todas aquellas que se encuentran en el lugar, cada sitio tiene su espíritu y hay que pedir permiso, para entrar y agradecer al salir, Gracias por tus palabras, abrazo bien grande
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No avance de peregrino sin el fiel apoyo de un cayado, la protección de un paraguas o el acogedor abrazo de una manta de lana. Un abrazo.
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Hola Carlos, que bellas palabras, un placer leerlas y que saquen una dulce sonrisa, de esas que el alma agradece. Me encantaron, así es, por eso desde hoy llevaré el mío, antes siempre lo hacia. Abrazo grande y pásala bien bonito, gracias
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Vaya camino escabroso, Themis. A ver que te encuentras en la cima. Un abrazo.
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Hola Julie, si un poco, en algunas partes, estaba difícil, eso sí de una hermosura increíble, valió la pena, hacer el camino. Abrazo grande y bella semana
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