DELIRIO PINTADO

Sumergida bajo la tierra en el desierto del centro de México,  guardando en sí misma el misterio de su origen ahí se encuentra la Capilla Enterrada, es mucho lo que se habla sobre ella, que fue un espacio excavado en un cerro del lugar por los popolocas  que habitaban la región, como lugar de paso para arrieros que tomaban esa ruta que unía a la Mixteca con Tehuacán y que ahí tenían un punto para pasar la noche o que fue realizada por los primeros evangelizadores que llegaron por esos lares, como forma de detener también a los caminantes, que tuvieran un poco de reposo y escucharan las ceremonias para sacarlos de esa cosmogonía que tenían.

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 También se habla de un piadoso cristiano que encontró un tesoro enterrado y él ordenó  construir la Capilla y que fuera pintada por los habitantes de la región.

Historias sobran, realidades faltan, estudios, restauraciones de este viejo patrimonio que poco a poco se va deteriorando y nadie quiere dar cuenta de ello para llevarlo lo más cercano a lo que fue en su esplendor.

Ahí andaba «perdida» en la noche oscura pasando de una habitación a otra de ese pequeño y dividido espacio para llegar a esa Capilla con sus murales pintados, verla en toda su dimensión, a esa creación desconocida que viene de siglos atrás, que guarda sus secretos en sus muros y que parecería que por momentos en el «delirio» que provoca su silencio enigmático, los va soltando a su manera, imágenes, sonidos, formas, aromas, recuerdos que se vienen y se aposentan.

Entre juego de luz y obscuridad, de pasajes entre uno y otro espacio que la conforman, mientras entraba por las fosas nasales un cierto aroma mezcla a polvo y humedad, que no promovía el rechazo, sino que por momentos tenía una fragancia agradable, como la del petricor. Esa dulce esencia que aparece con la lluvia después de atravesar la tormenta.

Mientras me sumerjo en la atmósfera de ese lugar olvidado, siento como que el tiempo se detiene y me va sacando de esa «noche oscura», en la que me había inmerso y una luz muy tenue se filtra y me va guiando hacia ella y ahí surge, un fragmento de esa pintura que había visto desde la entrada.

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Me fue llevando y desemboqué entre murales allí pintados, rodeada por todas partes, en los lados, en lo alto, parecía que ni un solo fragmento había quedado vacío, por el contrario como si el lienzo de tierra se hubiera acabado antes de dejar muchos momentos plasmados.

Me ubiqué en el centro y girando lentamente fui cubriendo todo lo ahí representado, con la boca abierta, viendo y calando ese delirio que se abría a mis ojos, imaginando a ese ser o a esos seres, ¿sería un ensueño colectivo?, que mientras lo hacían iban soltando todo eso que traían dentro que los atormentaba que no los dejaba en paz.

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Un viaje, un gran viaje por esas enseñanzas cristianas con todos esos conceptos, el Viejo y el Nuevo Testamento ahí representados,  más en aquella época de caos en las almas abrumadas por el desconcierto, por los pensamientos impíos que tenían, por los pecados de omisión, la gran culpa representada y porque no, el estar en esas tierras perdidos en ellas, alejados de todo, metidos en profundas meditaciones, donde la experiencia mística con más facilidad se vuelve presente en esas noches claras, plagadas de estrellas, sumidos en el desconocimiento.

El Viejo Testamento, con su Arca de la Alianza, ángeles, que esos sí abundan en todas partes de esos muros pintados, la Eucarístia que centraba y un velero en el mar…

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Rasgos de locura, rasgos de apaciguamiento, rasgos que por todos partes florecían, llevados a ser representados por símbolos todos los sentimientos que  someten a esa interior cuando experimenta las dificultades para trasmitir lo que siente, como el niño que suelta en su dibujo lo que está viviendo, unido a sus creencias y vivencias.

La experiencia mística, donde el poder de verla y de dejarlas ahí representada para que todos aquellos que ahí la viesen pudieran dilucidar el misterio que allí se encuentra en esas enseñanzas cristianas, las cuales estaban siendo implementadas y de esta forma mucho más fáciles se volvían para ser entendidas, para avasallar las creencias que otros tenían.

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Búsqueda de sacudir al evangelizado cuando se acercara, que mostrara respeto y sumisión a ese nuevo Dios que los estaba colonizando, que había ganado y que parecía ser mucho más poderoso.

El miedo como mejor arma, ese terror a ese infierno donde se purgan las almas bajo el dominio del fuego.

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Partiendo de esa noche de la cual salen, sometiendo a sus demonios, buscando la libertad del espíritu, a través del purgarse, del aceptar sus pecados y así poder alcanzar en medio de las tinieblas esa nueva fe la cual prometía la salvación y un nuevo mundo que no era terrenal, sino que se encuentra en el cielo. Jesús como el redentor, el que había entregado su vida humana al Calvario, para salvar a la humanidad de sus pecados.

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Así con el asombro a flor de piel, que por muchos instantes no daba crédito de ese trabajo ahí realizado, ¿quiénes habían habitado esos recintos obscuros, negros?, ¿quiénes habían sido los encargados de crear esa capilla?, acaso, ¿habían sido los monjes?, acaso, ¿los pobladores autóctonos acostumbrados a vivir en cuevas y que habían empezado a ser evangelizados? o ¿es la obra materializada de la fusión de ambas partes?.

O tal vez un solitario creador como dice otra de las teorías de esos bandidos que se ocupaban de asaltar a los caminantes, que tal vez escuchando las nuevas creencias cristianas su alma decidió cambiar de rumbo y se había volcado a plasmar lo escuchado, mientras se escondía para no ser encontrado.

Ya que según se cuenta los colgaban y ahí los dejaban expuestos para que otros los vieran y tomaran de ello conocimiento, que si seguían en esas andadas así terminarían también ellos. El lugar de los colgados, por lo que se cuenta está un poco más adelante no muy lejos de donde nos encontrábamos.

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Cada imagen que miraba me llevaba más aún a un alucine, a sentirme en la mini Capilla Sixtina del desierto, creada por corazones muy de niños, los rasgos en muchos de sus dibujos lo mostraban, almas que no lograban una ejecución perfecta, ni siquiera tenían la experiencia de pintar muros de tierra, queriendo representar parte del desarrollo espiritual de la humanidad vista desde esa nueva óptica que el espacio les daba, saliera de los evangelizadores o de los evangelizados, ni uno ni otro encontraban el entendimiento total, en esa relación que se estaba entablando, por momentos muy dramática entre los humanos y ese nuevo Dios que ahí se representaba.

Seguía absorta, tratando de detenerme en cada uno de los cuadros materializados, era el Judas sin lugar a dudas el que me centraba pues él mostraba la emoción plasmada, con los cabellos revoloteados, parados de punta,  de un ser que la culpa por lo que había realizado no le daba la paz, sosteniendo en sus manos esa bolsa con las treinta monedas que no podía soltar pero le quemaba la mano.

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Una frase parecía salir de su boca: «Dios te salve Maestro»… y lo rodeaban símbolos, muchos símbolos de aquel instante, de aquel martirio y el Ojo de la Providencia, ese que todo lo ve.

Así, la compenetración se fue haciendo cargo, mientras el Hermano Sol dejaba que por esa puerta se fueran filtrando sus rayos, para alumbrar un poco más a ese recinto en donde lo que quedaba de los murales iban tomando forma, saliendo a luz y mostrándose.

CONTINUARÁ…

MÉXICO

DICIEMBRE 2024

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