DONDE FLORECE LO NATURAL

Andaba a la búsqueda de algo, no recuerdo qué, salí a la calle y me encaminé al Mercado de Medellín, ese que se encuentra en la Colonia Roma, de la Ciudad de México. Se avecinaba Día de Muertos y antes, el Halloween, que se ve que cada día se festeja más, por todas las casas adornadas con telarañas, arañas, fantasmas,  que se encuentran, claro que muchas son de extranjeros que guardan esa costumbre de los lugares de donde provienen.

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Más allá,  toda la ciudad latía con la cadencia de esas dos festividades, en muchos negocios se mancomunaban, no se puede dejar fuera a los extranjeros y a todos los pobladores sobre todo jóvenes que lo festejan . 

Llegué al mercado y ahí me la topé, a la calaca, venía de ver tantas que ya no me la esperaba, adornando ese altar que habían realizado en la calle repleto de frutas, flores, ya que eso es lo que abunda dentro y fuera de él.

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El naranja vibraba con mucha fuerza, llamaba a detenerse y observarla, junto a los ocres que de los cajones, de los utensilios y las calacas de barro. Me gustó la estética simple que tenía, guardaba una cierta armonía, que el toque se los daban los cacahuates, las jícamas y el color tierra en muchos de los detalles que la conformaban.

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Después de dar la vuelta de no hallar lo que buscaba, retomé mis pasos rumbo incierto, quién sabe para donde agarré. Seguía en la búsqueda de ese algo que ya no recuerdo y que ni siquiera sé si me lo topé.

Caminé unas cuadras y fui a desembocar en el «HUERTO ROMA VERDE», ese espacio que late en el corazón de esta colonia, un lugar que fue recuperado, bueno, un decir, más que nada por ahora fue adoptado por un grupo de humanos que decidió al verlo ahí abandonado, volviéndose un basurero, crear en él un huerto urbano que se basa en la permacultura,  esa filosofía de vida y también de trabajo que es mancomunarse con la naturaleza, aprender de ella, de cómo se comportan los ecosistemas, no para querer cambiarla, o estar en su contra, o de querer mejorarla para nuestra conveniencia y de esa forma sacarle todo el provecho para uno sin pensar en los otros que también la componen y son básicos para la permanencia. Se trata de obtener todo aquello que se necesita para la subsistencia sin poner en riesgo al futuro.

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Foto tomada de internet

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El espacio había sido dejado a su suerte después del terremoto que asoló a la Ciudad de México en 1985, ahí se encontraba el Multifamiliar Juárez, un complejo habitacional que fue todo un orgullo para su época, por los años  1950 pues se trataban de 19 edificaciones de apartamentos, que se extendían en 25 hectáreas, con muchas áreas verdes, fue un sueño urbano y una “majestad de la arquitectura, creada y concebida para dar un hogar tranquilo a un millar de familias mexicanas”.

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Foto tomada de internet

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Después del sismo en donde pocos de ellos quedaron en pie, los más bajos, el resto fue demolido y olvidado, como si con eso quedara enterrado todo lo que allí había sucedido, la cantidad de familias que quedaron desamparadas, habiendo perdido a los suyos y ese «sueño» de vivir en un lugar privilegiado construido para solucionar los problemas de vivienda de la clase trabajadora.

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Foto tomada de internet

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El lugar se transformó en un pequeño cementerio de recuerdos, de escombros, donde la basura abundaba, y sucedió con los años que un grupo de personas quisieron volver a darle vida, a desenterrarlo de ese destino siniestro que durante 25 años le habían otorgado y sacarlo a la luz, haciéndolo florecer.

En unos ocho mil metros cuadrados, nace este huerto urbano que no solo busca la autosuficiencia alimentaria en la gran ciudad y el mantener todas las necesidades de los citadinos para vivir en la autosuficiencia de una manera natural, no solo en la comida sino además en el uso de energías alternativas, en recolectar el agua de la lluvia, la búsqueda de generar el biogás, a través de las composteras que reciclan el desperdicio orgánico que los vecinos y negocios cercanos envían y que no solo se usa para el huerto sino también para enriquecer la tierra en parques y camellones de la colonia.

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Llegué a él, los cempaxúchitl ahí estaban a la venta junto a un mural que adorna la parte de afuera del huerto, el alto muro dejaba ver parte de los árboles majestuosos que se encuentran en el lugar y esa construcción de botellas que ahí dentro hicieron, pues el reciclar es otro de sus fuertes, que otro día les mostraré.

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El Restaurant vegano «Del Huerto», nos recibía dos bellas catrinas y anunciaba un Festival Vegano para las fechas.

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Seguí caminando en busca de la entrada, la Muerte rodeada del amarillo, otra imagen diferente de ella.

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En la entrada se encontraban un grupo de niños pintando un mural, ya que el espacio también alberga lo cultural, con diferentes actividades para niños y adultos, talleres, cursos, conferencias o para todos aquellos que lo necesiten para alguna presentación.

Las mamás esperaban junto a los árboles, tomándoles fotos, pidiéndoles que posaran, que se mostraran, orgullosas de verlos en esa actividad tan significativa para ellos, que lo ayudan a volcarse a la expresión, al arte, a ser ellos mismos, a poder sacar para afuera sus emociones en lugar de reprimirlas, a conocerse mejor a sí mismos que en última instancia es lo más importante en esta vida, a adaptarse, a crear con otros y tantas cosas que tendría que ser primordial en su educación.

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Un jolgorio de instante, donde los murmullos de las conversaciones, de ese grupo que se había formado de madres unidas por fomentar esas iniciativas en sus hijos, se hacían eco y apoyaban el evento.

Crucé la entrada, me metí dentro de ese espacio, a ver con qué me encontraba, a curiosear un poco, para estar más cerca de todos esos árboles, sumergida en un pedacito de naturaleza guarecida.

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Y, ¡oh sorpresa!, el movimiento, me encontraba con… se los cuento luego en el próximo capítulo.

CONTINUARÁ…

MÉXICO

OCTUBRE 2024

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Agradezco fotos tomadas de internet

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