RELAX
Habíamos llegado, después de haber escalado ese cráter del volcán marino, un espacio de una belleza pocas veces vista, ese sentir de estar sumergido en los comienzos de la vida en la tierra, cuando las primeras algas fueron conquistando y adaptándose a una existencia fuera del líquido, tal vez, como forma de sobrevivir en ese mar que se retiraba.
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El clima cálido, las aguas bajas, confabularon y fueron dando a través de miles de años de paciencia, el nacimiento de esa selva subtropical, que en este rinconcito guarda un recuerdo de lo que fue.
Aquí, en esta gran reserva, encerrada entre cerros, se resguarda como si fuera un archivo natural de la evolución del Planeta, una historia prodigiosa tanto del punto de vista histórico, como geológico, cultural, donde se encuentra flora y fauna que no habitan en ninguna otra parte, donde coinciden climas desde templados, semiáridos y tropicales, lo que permite en algunas partes de ella que las guacamayas, esos pájaros de bellos plumajes, característicos de las selvas, moren muy adaptados a las condiciones que se les ofrecen.
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Casi al llegar a la cima del cerro, luego de subir unos kilómetros por él, de salir de esa «jungla» en la que nos habíamos metido, surge el piso erosionado, las placas de roca volcánica y la coronación de las mismas el encuentro con esos prismas basálticos, estructuras caprichosas, que muestran la mano del gran Creador, unos cuatro kilómetros de ellos lo conforman.
Después de extasiarnos un poco con esa visión sin igual, donde se veía claramente todo lo que habíamos ascendido desde ese cauce del río seco, hasta las alturas, donde el día comenzaba a dejar salir los primeros rayos del Hermano Áureo, nos sentamos.
Rodeados de esas formaciones milenarias, que muy gallardas mostraban los años que tenían, todo lo que habían visto pasar frente a ellas, la evolución que se movía que iba expresando las adaptaciones de acuerdo al tiempo que se encontraba, y ellas inmutables, aceptaban, hasta a esos cambios bruscos a los cuales el ser humano los sometió para construir esas tumbas muy lejos, en el centro ceremonial de Cuthá donde enterraron a sus últimos gobernantes.
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Resto de esa construcción pudo haber sido este prisma tirado en el suelo, que fue nuestra mesa, sobre él, empezamos a desplegar el desayuno, fruta, gelatina y unas deliciosas tortas.
Gladys iba poniendo a ese pan de bolillo unos deliciosos frijolitos que todavía guardaban el calor del último hervor que le habían dado muy tempranito, antes que el alba diera cuenta que el día ya estaba por presentarse.
Las tortas con su frijolito, su queso, su jamón, su lechuga, su aguacate, fueron apareciendo para deleite de la concurrencia, donde el hambre las recibía como la dádiva mayor que le pudieran otorgar.
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El entorno era mágico, guardaba ese misticismo de los tiempos, donde la contemplación se imponía, el silencio, el dejarse absorber por todo ello, soltar la mente y que libre vagara por esa inmensidad aprovechando a dejar por ahí todo ese cúmulo de pensamientos, cuestionamientos, pendientes, desazones, o lo que fuera que trajera y diera paso a que el corazón se inundara con el sentir de ese instante milagroso y guardara el sabor en él.
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Dos sotolines llaman mi atención, se me hacían que platicaban, muy pegaditos, como murmurando de esos nuevos intrusos visitantes que comían plácidamente sobre la mesa de piedras, registraban el hecho, para guardarlo en su memoria antiquísima, tal vez, para comunicarlo a las nuevas generaciones, ya que son testigos de un trecho largo de la vida por estas regiones.
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Me acerco a mirarlos, son mis predilectos, también llamados Pata de Elefante y a su vez a cargarme de energía junto a ellos, queriendo ver si me participan del chisme.
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Miro hacia abajo y me topo con ese piso conformado por figuras geométricas, que capta la visión, que hace que se le observe, pues cuando se le subía había que estar compenetrado donde se ponía el pie y en mantener el equilibrio o elegir el gateo por más seguridad, ya que era empinado el ascenso y no se veía la belleza de sus dibujos, ni se podía perder en sus líneas y viajar por el tiempo, aunque la postura llevaba a transitar en parte la filogénesis de la especie y la nuestra propia.
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Con la boca abierta, absorta en la nada que a su vez es el todo, en esa línea en donde ambos se vuelven uno y se habita el vacío, vibrando en el encuentro, fundida al entorno, los sotolines me hablan en ese lenguaje especial que manejan, no el de las palabras, el del entendimiento para llamarlo de alguna manera y me hacen parte del entorno.
Hay que levantar el campamento, ya desayunados, ya descansados, ya impregnados de hermosura, comenzamos el descenso por el otro lado, un poco más larga la ruta sin embargo, menos compleja.
Tomamos el camino y al darme vuelta ahí, a lo lejos estaban ellos, los prismas, entre la montaña, cobijados en ella.
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Un águila real surca el cielo, nos despide, da una vuelta y se pierde en ese infinito prodigioso.
CONTINUARÁ…
MÉXICO
JULIO 2024
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IDEM
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