CIUDAD DE MÉXICO: EL CENTRO HISTÓRICO

EL CORAZÓN DE LA CIUDAD

Había llegado a la Ciudad de México, me parecía mentira encontrarme en ella, ya que me habían avisado que la cita para retirar ese bendito papel que necesitaba,  había sido otorgada, con día y hora y que si no estaba en ese instante tendría que volver a esperar otros meses para tener acceso a él.

Llevaba más de ocho meses esperando, sin contar el tiempo en que buscaba la forma de obtenerlo, me había hecho recorrer muchos lugares, hasta me había llevado a Puebla, cosa que me hizo verla y disfrutarla por un ratito nada más después de ¡tantos años!, de no pisarla.

Recorrer su Centro Histórico, comer una deliciosa comida corrida en un lugarcito que fue como meterme por el túnel de tiempo y aparecer en otra época donde guardaba no solo el sabor sino la esencia de un capítulo antiguo de la historia de México, conocer el Cuexcomate el volcán más pequeño del mundo, que se puede entrar a él, hijo del Popocatepetl y el Iztacihualt, tener la experiencia de en pleno Zócalo cuando lo recorría rumbo a la Catedral, para ver a la Campana María, la que fue subida por los ángeles, quien al ratito me cobijó del aguacero que se desató, me regaló ese Nocturno de Chopin, un embrujo en el momento.

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Eso sí, del papel, nada, por ahí no era el camino.

Ahora había regresado a la Ciudad de México, lista para ir a recoger mi certificado.

Me sentía cansada, la altura, la contaminación, el viaje que duró mucho más de lo previsto ya que la carretera estaba atascada, como si hubiera en ella un embotellamiento, me cuesta entenderlo, pero bueno, obras y más obras que enlentecen todo, eso sí, lo que me sorprende es como automáticamente llegan los vendedores de diferentes artículos para beber y comer, como el que muestra esta foto, que entre escombros está sacando de su camioneta su mercancía.

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Me levanté bien temprano en la mañana, quería salir con tiempo por cualquier cosa que sucediera, esos imprevistos que a veces juegan malas pasadas, prefería esperar por ahí cerca que correr o que la ansiedad se elevara como a veces ocurre.

El calor estaba muy denso, creaba como una capa alrededor y volvía aún más pesada a esa gelatina que se absorbía por las fosas nasales, nos tocó esperar afuera, hasta que nos llamaran, pasamos al fin, entramos, fue rápido la entrega.

Ya con mi papel en la mano, la emoción se hizo cargo, la búsqueda, la espera había tenido sus frutos.

Salí, fui caminando rumbo al Metro de Bellas Artes, no me daban las fuerzas para quedarme paseando, quería regresar a la casa y tirarme a descansar.

Me sentí agotada, mi primer día y estaba difícil el soportarlo.

No había señales de que el ritmo de la ciudad se detuviera, gente y más gente, salían de todas partes, como si se multiplicaran.

Me detenía a cada paso a observar y a intentar respirar a ver si podía captar un poco de oxígeno, pues parecía que no lo hubiera, el olor que destilaba la calle sabía rancio, cargado, me entretuve mirando los puestos que empezaban a ponerse.

Los patitos kawaii, esos que son amarillos, que se pusieron de moda que muchos los usan en la cabeza como adorno, parece que el nombre viene de Japón, que quiere decir, lindo, tierno y que es parte de una estética que nació por los años 60 y que ahora se extendió al mundo del ánime, dicen que Hello Kitty es la embajadora de esa tendencia, ¿saber?.

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El patito tiene que ver con la creencia que tienen en Asia de que el color amarillo evoca, la alegría, la felicidad, todo lo positivo y atrae a esa energía, conecta con el optimismo e invita a quien lo ve que se contagie con él.

Por todas partes aparecían, me paré para esperar que cambiara el semáforo frente al Palacio de Bellas Artes, bello por donde se lo mire.

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Todo se movía, turistas por todas partes, bien temprano andaban en la vuelta, el Turibus pasó repleto de ellos, sin miedo a tener a ese sol quemante sobre sus cabezas .

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Crucé la Avenida, para toparme del otro lado también con el amarillo que pincelaba la explanada pero bastante más mexicano, con los puestos de elotes que se extendían, mostrando esos granos áureos, los ezquites con su epazote esa hierba milagrosa sobre todo para los parásitos, un mal que aqueja a todos aquellos que andan comiendo sobre todo en sus calles, de repente también sin sospecharlo, llenaban de optimismo al cuerpo y cómo no hacerlo si son deliciosos, esos elotes tiernos asados o hervidos con todo eso que le ponen mayonesa, queso, chile piquín, ¡qué rico!, se antoja, es un gran disfrute ir sacando granito por granito de ese olote, su corazón, que los sostiene o comerlos a cucharaditas.

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Seguí mi camino y llegué a ese Festival de Jazz, donde la música inundaba la explanada del Palacio, el Hermano Despiadado con sus rayos inclementes que lanzaba por sus fauces, por momentos parecía muy encolerizado, no me permitió ni siquiera detenerme.

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Sorprendiéndome de las personas paradas sin nada que los cubriera, filmando, escuchando simplemente, sin perturbación, extraños comportamientos del humano. A veces pienso que ya se está insensibilizando, sin ni siquiera buscar su propia protección, sin tener en cuenta todo eso que desde arriba están mandando para que se detenga unos segundos, y tome consciencia, mire hacia arriba, se una a lo superior y trate de hacer algo, empezando por si mismo e irradiándolo a su alrededor.

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¡Un toldo!, ¡un toldo!, adelantito nomás, hacia él me dirigí, no podía ser otra cosa que una feria del libro, de esas que promueven y promueven en muchos sitios para ver si el hábito y el goce por la lectura empieza a anidar en la población, que muchos lo usamos para resguardarnos unos momentos y cruzarlo para llegar a donde vamos y otros buscan y rebuscan entre tantos ejemplares.

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Otra música se sentía, característica de este México, parte de él y más aún del Centro Histórico: el organillero, ese personaje que llegó desde las «europas» para quedarse, para capturar los corazones de gran parte de este país y que es cuestionado por extranjeros, de esos que llegan y por creer que habitan tienen derecho a solicitar como en este caso que recuerdo, que no se les de dinero pues son contaminadores auditivos, pero bueno, así son los que se creen con el poder de querer cambiar a los otros y superiores por sentirse moldeando a los otros.

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Así viendo todo lo que acontecía, llegué a la boca que se abría, a la estación del metro, a refugiarme en ese túnel y no puedo decir que a refrescarme pues para nada era así.

Por unos momentos, me quedé parada mirando las cantidades de piezas arqueológicas que muestran a esas civilizaciones prehispánicas que habitaron estas tierras y mientras descansaba un poco, trataba de equilibrarme para luego adentrarme en esa marea de seres que iban camino a los andenes.

Respiré profundo como queriendo tener la convicción que de esa forma más oxígeno llegaría a mis pulmones y que mi cubrebocas haría de una especie de filtro mágico.

Tomé valor y me metí dentro de la marabunta….

MÉXICO

ABRIL 2024

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2 comentarios en “CIUDAD DE MÉXICO: EL CENTRO HISTÓRICO

  1. Hola Themis, madre mía, la de cosas que viste e hiciste en un momento (bueno, supongo que fueron horas, pero al leerte parece un momento, jeje).

    Yo odio el metro, así que comprendo que cogieras oxígeno antes de entrar…

    Por suerte, conseguiste tu certificado.

    Un abrazo. 🙂

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    1. Donde más esperé, fue para la entrega del papel, luego fue la caminata hasta la estación de metro, unas dos cuadras, salvo que es Ciudad de México que todo eso te lo vas cruzando, estaba en mi camino. Los estímulos sobran en esta ciudad, que es de locura, parecen horas y solo son minutos. Es abrumante. Gracias Merche, te mando un abrazo bien grande

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