LOS CAMINOS DE LA VIDA

«Los caminos de la vida
No son lo que yo pensaba
No son lo que yo creía
No son lo que imaginaba»

Me levanté decidida, ya no podía seguir dando vueltas y como quien dijera, «sacarle el anca a la hipodérmica», una forma más refinada de ese dicho: «sacarle el culo a la jeringa», así que me empecé a aprontar para salir rumbo a la ciudad.

Cada día se me hace más difícil dejar la calma para meterme en esa turbulencia que ahí se desarrolla, con eso, como decía Dickens,  que «los humanos somos animales de costumbre» y cuando nos habituamos a algo nos cuesta dejarlo y menos aún si estamos acomodados en nuestra zona de confort,  ya que con mucha facilidad nos apegamos en las situaciones y a las rutinas, en una parte por comodidad, en otra por miedo, en otra por el automaticismo que llevamos dentro, pueden ser las circunstancias en las que estamos y muchas otras, pues excusas no nos faltan, todo lo contrario, nos sobran.

Sin embargo, no quiero quedar atrapada en esos laberintos, dando vueltas siempre en lo mismo y diciendo, esa frasecita tan típica, «mañana lo hago», no es buena la decisión más cuando ya se entra en ciertas edades en donde el cuerpo, el cerebro, el corazón y no sé si hasta el espíritu se empiezan a rigidizar a perder flexibilidad y con eso nos anquilosamos y ya comienza el camino al desahucio, no por morirnos pues la Dientona nos  puede llevar en cualquier momento, sino por el propósito de llegar al fin del viaje por esta dimensión lo más entero posible, si no es mucho pedir, gozando de una salud prodigiosa y de movilidad, por lo menos todo lo que se pueda.

Llegué rapidito a la parada del autobús pues sabía que ya era su hora de salida y ahí estaba tocando la sirena de barco para avisar que en un instante zarpaba, ya arremetía la marcha y con la mano le hice señas de que me esperara, pues tampoco quería entrar en la prisa pues aparte de no ser buena consejera, muchas veces nos juega malas pasada y no fuera a ser que me cayera.

Así lo hizo, espero a que llegara y nos fuimos.

«Los caminos de la vida
Son muy difícil de andarlos
Difícil de caminarlos
Y no encuentro la salida»

Estaba fresco, aún era temprano en la mañana, quería ir y regresar antes que el sol calentara.

Desde que subí me di cuenta que era uno de esos camioncitos que llegan desde las comunidades, viejito, viejito, de esos que se niegan a dejar de prestar servicio, por otro lado, estén como estén dan una solución para todos aquellos que viven lejos y no tienen tantas posibilidades para salir de sus pueblos,  pero ni modo, ya estaba arriba y en marcha.

El que tenía que estar en ese lugar, no estaba, ¿quien sabe que le había pasado?.

Eso sí, me esperaba el asiento de adelante, para ir viendo el paisaje que se abría.

*

*

«Yo pensaba que la vida era distinta
Cuando era chiquitito yo creía
Que las cosas eran fácil como ayer

Que mi madre preocupada se esmeraba
Por darme todo lo que necesitaba.

Y hoy me doy cuenta que tanto así no es

Porque a mi madre la veo cansada
De trabajar por mi hermano y por mí»

El ruido que hacía estaba difícil de describirlo, ni que rugía, ni que el chirrido que creaba era de una estridencia que el oído pedía a gritos que lo detuvieran, el pobrecillo parecía que se quería salir de donde estaba.

Con el, ¡¡¡Traca, traca, traca, prrrrrrrrrrrrrrrrrrr, puf, puf, prrrrrrrrrrrrrrrrr, cric, cric, cric!!!! y las sacudidas al cambiar las velocidades, me hacía entrecerrar los ojos pues me daba la impresión que ahí mismo se desbarataba.

La música se había soltado, esa de cuando el equipo del sonido está demasiado destartalado y en apariencia suenan canciones y en esencia solo son destemplanzas y rechinamientos.

¡¡¡¡Trucu!, ¡trucu!, ¡Trac, trac!, prrrrrrrrrrrrrrrrrrr!!!!, así íbamos en la marcha, me había absorbido el paisaje, esa inmensidad de gigantes que rodean a esa pequeña serpiente de dos carriles, que zigzaguea entre abismos y montañas.

*

*

Ese autobús en especial, era bastante obscuro pues llevaba sus cortinas cerradas ya que el sol de un lado y del otro aparecía en cada culebreada y el parabrisas en la parte de arriba, para que no encegueciera la luz era de un azul sombrío.

De repente, como llevada por ese mundo que a cada paso se volvía más fantástico, envuelto en una ambiente ilusorio y no queriéndome dejar llevar por el ruido, pues era en instante para enloquecer a cualquiera, más cuando subía la pendiente y el pobre cuatro ruedas entraba en la fatiga y entre estornudos, ¡Chis, chis, chis! y los ¡Puf, puf, puf! de esos pulmones ennegrecidos, ahí a parte de respiraciones para aquietar y equilibrarme, comencé a meterme en esa tiniebla y ver las luces, descubrí que ese vidrio que tenía delante, en la parte superior reflejaba la noche y en la inferior el día.

*

*

Así iba alucinando, cuando el autobús que tenía que tomar apareció presuroso en una de las vueltas, camino al pueblo y en un ¡TRIS!, lo teníamos encima y a pesar que el conductor del que iba tocó el silbato marinero para saludarlo, el otro ni tiempo le dio a contestar, iba muy apurado, ¿quién sabe qué le habría pasado?, ya estábamos por la mitad del viaje.

*

*

Seguíamos en esa acústica tan inesperada, donde la carrocería vibraba como si una danza de percusiones la hubieran hecho entrar en un trance y olvidarse por donde andaba y se movía total y absolutamente como hipnotizada, fuera de sí, como si la iluminación en cualquier momento pudiera llegar y elevarla o ¿desbaratarla?….. y en eso el silbato de barco se dejó sentir, es que estábamos llegando a un pueblo y había que avisar que el bus se acercaba para que los demorados reaccionaran y salieran a alcanzarlo.

Eso sí el conductor a pesar de todo los ruidos que ensordecían, puso música, como para amenizar un poco el trayecto, que en un principio se mezcló con la que hacia el camioncito, dirigido por ese director de la batuta desajustada, pero al ratito, allá a lo lejos empecé a escuchar un acordeón, algo dentro mío brincó, como reconociendo en ella sonidos que lo alegraban  y era la cumbia vallenata que se dejó escuchar: «Los caminos de la Vida».

Escuchen ese acordeón que lleva a la melodía, ese son y déjense llevar por él, mientras siguen leyendo.

En ese instante todo se borró, me fui para atrás en el tiempo, llegué al Caribe, donde sus aguas cálidas y turquesas bañaban la isla, donde el calor tumbaba y la brisa marina de la tarde regresaba el alma a la vida y hacía al cuerpo contornearse de puro contento, por esa sabrosura que el aire traía con él.

¡Vaya tiempos aquellos!, belleza de estar, donde escuché esa canción por primera vez, y la nostalgia no solo la que esta música trae consigo misma, sino la mía, se hicieron presentes.

«Y ahora con ganas quisiera ayudarla
Y por ella la peleo hasta el fin

Por ella lucharé hasta que me muera
Y por ella no me quiero morir
Tampoco que se me muera mi vieja
Pero yo sé que el destino es así»

Corrían los años 90, por donde uno caminaba desde las casas se escuchaba algún radio que la trasmitía, sonaba en todas partes, no había lugar en donde no se oyera.

Una de las vecinas de ese pequeñito espacio de selva en el que vivíamos, que se había librado de ser encementado debido a ese miedo pavoroso que les tenían los pobladores autóctonos a las «chan», las víboras y preferían tapar la tierra, sin embargo, el dueño amaba las plantas y eso había hecho que se salvara y gozáramos de un mini jardín selvático, ella salía y entraba de su mini casa, ya fuera limpiándola o para hacer mandados, cantando esta canción y moviéndose a su son, pues eso era lo que provocaba. 

Se había vuelto la canción en boca de todos, pues además de decir una verdad que acompañaba a muchos, era muy pegadiza.

Sin embargo, el punto culminante fue que al lado del lugar, había una cantina y arrancaba a las dos de la tarde que era cuando abría, con ella.

Me sumí en ese ritmo que sonaba, caí en trance, me fui revoloteando para aquellas épocas, aquellos momentos, cuando a lo lejos se veía la ciudad que se asomaba, entre ese día y esa noche que ese parabrisas simulaba, ya dejaba no solo ver algunas estrellas, se aparecía ELLA, la luna, para darle aún más ese toque de magia a la reminiscencia.

*

*

«Los caminos de la vida
No son lo que yo esperaba
No son lo que yo creía
No son lo que imaginaba»

***

«LOS CAMINOS DE LA VIDA» es una cumbia vallenata originaria de Colombia. Fue Omar Geles, apodado «Diablito», cantante, acordeonero quien escribió y compuso esta canción.

Fue en homenaje a su madre, quien se había quedado sola criando a sus hijos, luego de que el padre los abandonara y frente a la escasez y los infortunios con los cuales vivían, ella trabajaba sin detenimiento para sacarlos adelante.

Él se prometió cuando era niño, comprarle una casa y que ya no volviera a trabajar, meta que logró realizarla.

Sin imaginarlo esa canción se volvió una de las más escuchadas y tarareadas en el mundo, volviéndose un himno para Colombia.

***

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LA CASA DE SAN JAMÁS

NO, NO ME ARREPIENTO DE NADA: EDITH PIAF

LA DANZA DE ZORBA EL GRIEGO

«GOTAS DE LLUVIA CAEN SOBRE MI CABEZA»

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12 comentarios en “LOS CAMINOS DE LA VIDA

    1. Gracias Amaia, como dijo Dalí, «de ninguna manera volveré a México, no soporto estar en un país más surrealista que mis pinturas». Pienso que es el mejor que lo ha definido, y le dio en el clavo, es delirante en muchos momentos, rompe muchos esquemas. Te mando un abrazo fuerte

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