EL HOY Y LOS RECUERDOS

Llegó la Primavera y con ella el tiempo de las tetechas, tiempo de la flor del gigante, de esos cactus columnares, tiempo del florecimiento de los centinelas, guardianes, antenas conectadas al infinito, a todos esos mundos externos que nos rodean, tiempo de salir a recolectar, a juntar esos capullos antes de que abran, de que broten en la noche y muestren sus delicados pétalos y aromaticen el aire con su dulce fragancia.

Esta región es uno de los baluartes donde más se ha desarrollado la alimentación alrededor de ella, desde la época prehispánica, desde el momento que los ngiwa, despectivamente llamados «popolocas», llegaron a ella .

A partir de la observación de la forma de alimentación de los diferentes animales que la habitaban, ya que el territorio es bastante yermo, semidesértico, inhóspito, sin embargo nada los detuvo en permanecer en él, descubrieron que había muchas formas de hacerlo, entre ellas este delicioso botón.

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FOTO TOMADA DE INTERNET

Fueron también ellos los primeros encargados de la domesticación de muchos alimentos, nada más y nada menos que del maíz y el frijol, ese sustento fundamental para todos los que habitaron la Mesoamérica, el uso y extracción de la sal, ya que su territorio guarda en las entrañas ese producto de aquellos primeros océanos que conformaron la tierra y desde épocas inmemoriales lograron el volverla un elemento en su cocina hasta la actualidad donde se sigue cosechando de la misma manera que antaño.

Esta Feria Comunal se realiza justamente para promover la riqueza gastronómica que en ella se encuentra, van a haber más de cien platillos donde la tetecha será la reina del instante, para ello se montarán espacios para sentarse cómodamente y degustar las diferentes ofertas que se ofrecerán, donde además los insectos y muchas frutas exóticas como el garambullo, estarán presentes. Muchos de estos elementos solo se lo puede paladear por poco tiempo, en estos meses primaverales.

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Además de promover los diferentes productos que se elaboran con todo aquello que el desierto regala, especies, la sal en diferentes presentaciones, las cremas, y no nos olvidemos de su artesanía y sus trabajos en piedra sobre todo el ónix .

Para amenizar el encuentro habrá música, bailes, conferencias, rituales prehispánicos, medicina ancestral y un sin fin de actividades.

Dentro del programa iba a haber una Calenda y en lo personal me encanta el ir a verlas, pues si de algo se puede estar seguro es que el colorido y la alegría estarán presentes.

A la hora señalada me lancé al parque a ver qué sucedía, recorrer un poco la Feria y participar en ella, la calles alrededor del parque estaban cerradas por grandes toldos bajo los cuales estaban ubicados los diferentes locales.

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Las Calendas nacieron en Oaxaca y son fundamentales en sus festividades, desde el Día del Santo Patrono hasta Fiesta de Muertos no pueden faltar, claro que este es el Estado vecino, que ha comenzado a emularlo.

Recuerdo que la primera que viví fue en plena capital, en la Ciudad de Oaxaca, en un tiempo en que andaba de paso por el lugar y si algo me gustaba mucho era ir a tomar un café a su plaza principal, en el zócalo, rodeado de árboles ancestrales, donde había un gran movimiento, música, vendedores de globos, indígenas que iban y venían ofreciendo un sinfín de productos elaborados por ellos, era un gozo estar ahí y ver el despliegue.

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A veces desviaba mis viajes para hacer un alto en la Ciudad de Oaxaca y poder disfrutar de ese café que aparte de delicioso, tenía tanto sentir de otro tiempo, de otros momentos vividos, que venían desde los ancestros de esos habitantes que aún seguían con sus viejas costumbres.

Todo era hermoso hasta que un día llegó esa concepción como yo les llamo de «hombre blanco», que nada tiene que ver con el color de la piel, pues la puede tener morena, roja o amarilla, que decidió cercar el zócalo con policías para impedir a los indígenas llegar a ella y ofrecer sus productos, y le mató la vida que ese lugar tenía.

Los restaurants y cafeterías pusieron música en vivo en sus establecimientos, mucho más «a doc» con esa búsqueda de querer ser lo que no eran, más finos, nada que ver con el que llegaba a ese Estado buscaba, que justamente era estar en cercanía con sus costumbres ancestrales.

También tenían la loca idea de que poner un McDonald¨s en ese centro histórico, Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, era una gran atracción y me imagino elevaba el nivel.

Ahí hubo una gran lucha encabezada por el artista plástico mexicano Francisco de Toledo, que organizó una gran tamaliza en protesta, justo enfrente de donde se quería instalar el gigante, para vender los productos «chatarra del neoliberalismo» como los catalogó y en contrapartida declaró que esos tamalitos que refulgían en las ollas de chile, dulce, mole, rajas y frijol, al mismo tiempo que la música de bandas de viento, muy características del estado amenizaban la comida: «estos sí son de a de veras y tienen ingredientes naturales». De esa forma acompañado de todas las personas que se acercaron a la convocatoria logró vencer al monstruo que se quería posicionar, al cual no se le otorgaron los permisos, cuando ya iba a comenzar su establecimiento.

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Sin embargo, lo que quería contarles fue esa primera vez que me topé con una calenda, estaba disfrutando de la dulce placidez del estar debajo de esos árboles longevos, con sus grandes copas que logran crear una atmósfera fresca que por momentos detiene a ese calor sofocante, parte fundamental del clima de la ciudad, cuando de repente se escucha el sonido de un tambor, el cual retumba al compás del dulce y armonioso sonido de su eterna compañera de festejo, la chirimía, ese instrumento musical de viento, parecido al oboe.

Me paré muy prestamente, como embrujada por esa melodía que venía de lejos y que lentamente iba impregnando el aire con su llamado.

Siguiendo, siguiendo al rastro musical, llegué a una calle donde  una gran procesión con sus santos abriéndola se acercaba, vestidos a la usanza de cada pueblo que la representaba, danzando al son de su música, repartiendo los productos de su cosecha, a todos los que a la vera del camino los aguardaban, detrás seguía el pueblo con sus vestimentas de mantas muy humildes los hombres y las mujeres, los niños,  con su vestidos tradicionales, los que usaban todos los días y sus canastitas que guardaban los regalos.

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Mis sentidos no se daban a basto para poder impregnarse con todo ese suceso que estaba aconteciendo frente a ellos, ese agasajo inesperado que la vida tenía reservado, uno de los integrantes se acercó y me ofreció una piña, otro café, y ya no recuerdo que más.

Pasaban, bailaban, regalaban, y contagiaban con ese espíritu que derramaban.

Se acercó un señor e imagino que al ver mi cara, mi fascinación, mi desconocimiento, me explicó que eso era una calenda, que la estaban organizando los pueblos cercanos, para agradecer a los santos, al cielo el haber tenido una buena cosecha, de ahí que ofrecían parte de lo recolectado como forma de compartir la bonanza. También me dijo que esa era realmente a la usanza antigua, donde aun se guardaba el sentir espiritual de ese acto, pues en la actualidad suelen ser organizadas más como un atractivo turístico, donde todo es lujo de vestimenta y el espíritu no siempre se presenta.

Ahí andaba por la plaza dando vueltas, viendo todo lo que habían instalado, mientras trataba de averiguar cómo estaba eso de la calenda, por donde saldría,  cuando alguien me toca el hombro y frente a mi me encuentro con Maguito que………….esto se los dejo para contárselo en la próxima.

CONTINUARÁ….

MÉXICO

MAYO 21, 2023

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