EL DESIERTO REVERDECE

Desperté al día o mejor dicho estaba en ese instante en donde no se ha dejado el mundo onírico y tampoco se ha aterrizado en la tierra.

En eso andaba, como entrando en la conciencia y me veo con una gran sonrisa que atraviesa mi cara de oreja a oreja y una voz que venida de muy adentro y que no era otra que mi misma que decía:

-Estoy contenta

-Estás contenta- le digo con cierto asombro- lo percibo, ¿por?

-¿Tengo que tener motivos para sentirme contenta?, porque sí, por nada, nada más, ni siquiera es porque se me pega la gana, no entra ni mi voluntad ni la voluntad de otros o de lo que sea, así es esto, es la «ananda», como dicen los  hindúes esa «alegría sin causa» .

Y sin más se fue, con todo un bailoteo, dejando una sensación muy profunda que el adentro reproducía y se reflejaba en el afuera.

La sonrisa esa que surgió, quedó como dibujada, no se movía ni un milímetro, toda yo estaba feliz.

Un gran evento, para festejarlo y arrojarse al día nada mejor que un delicioso café, eso sí no de altura, esos quedaron atrás dueños absolutos de otro momento, que se agradecía.

Era día de ir a la gran ciudad,  había que  tomar el camino desde temprano para que el calor ardoroso ya me agarrara cuando estuviera de vuelta.

Aún era noche, recién se sentía el gorgoreo de todos los alados, que desde diferentes puntos celebraban al día que estaba naciendo y se preparaban también ellos para salir a su afán diario, a la búsqueda de su alimento y de atender a esa descendencia que habían llegado en esta primavera.

La noche fue de lluvia, poco, poquito, sin embargo casi todos los días  caen algunas gotas y eso es una gran dádiva que la Vida nos envía, pues lo seco y reseco pide agua a gritos aunque sea por goteo.

Claro que en este clima que es muy cruel y hostil, se ha aprendido a guardarla y toda su naturaleza la almacena para luego irla administrando de tal forma que no se malgaste en forma injustificada.

Había comenzado en la tarde cuando una nube muy ruidosa que lanzaba relámpagos y rayos para todos lados y retumbaban sus truenos en las paredes, iba dejando caer unas enormes gotas que punteaban al cemento gris y se evaporaban en un ¡TRIS! por lo ardiente que estaba.

Una gran bendición había otorgado el Cielo, al cual se le agradecía.

*

*

Salí rumbo a la carretera a tomar mi camioncito para ir a la gran ciudad, algo sucedía, no estaba, allá a lo lejos se le veía estacionado sin ningún movimiento, algo le había pasado.

Había que esperar a ver si llegaba alguno de los que vienen de las comunidades, más adentro del desierto o al próximo, no quedaba de otra, así son las cosas por estos lares, la paciencia se tiene que desarrollar y las prisas hay que acostumbrarse a que no son buenas consejeras.

Mientras espero me quedo mirando los flamboyanes que están plantados frente de donde me encontraba.

Esos árboles de la flor color sangre que son los que adornan la sobriedad del desierto en estas épocas, traídos por los humanos en busca de dar ese detalle a color a ese mundo yermo que le rodea.

Dicen los mayas, en la península de Yucatán, allá bien lejos de estos lugares, en donde el Mar Caribe con su color deslumbrante bordea su costa, donde la selva se desarrolla y en donde también, esta belleza fue por ellos adoptado cuando llegó de Madagascar, que es el árbol que pronostica la llegada de las lluvias que si sabemos mirarlo nos alertan si serán muchas o por el contrario se quedaran ahí guardadas en las nubes que pasan, sin derramarla.

Ellos miran su follaje, si este se viste con muchas flores, tupen a su copa y son más que las hojas, las lluvias se verterán y serán copiosas y la tierra guardará la humedad en sus entrañas. En cambio si fuera al revés, más hojas que flores, no se contará con este regalo.

¿Y qué pasará?, ¿qué nos está diciendo?, ¿ cómo hay que interpretarlo?, si uno está regado de flores y el otro de hojas.

*

*

Me quedo pensando, sacando hipótesis, mientras con calma aguardo a que algo llegue para llevarme.

De repente, se aproxima uno de esos autobuses que son viejitos, viejitos, que sin lugar a dudas nos muestran otra época, no la «modernidad» de los cotidianos, claro tampoco se trata de los últimos modelos.

Me traía reservado ese asiento del frente, el que me gusta, viendo cómo se va abriendo el camino delante.

Apenas arranca y se pone en marcha, no son los corridos con ese volumen trepidante quienes nos acompañan, contando con ese canto un acontecimiento de algún personaje, sea narco o sencillamente con una historia que ha impresionado a quién quiso dejarla inmortalizada, sino todo él, el sonido de su motor, no se puede decir que fuerte pues eso no definiría claramente el volumen.

Sin embargo, no era solo eso sino que en el esfuerzo por mantener la marcha, un motor que parecía que estaba ya en sus últimos momentos, hacía trepidar a toda la carrocería, daba la impresión que en cualquier descuido comenzaría a desbaratarse, todavía había que agregarle esa energía que tenía que poner para subir las cuestas, lento, muy lento y ni hablemos de los amortiguadores.

Eso sí, al entrar de lleno al desierto y dejar la zona poblada en él se veía también el contento que mostraba, con todos los cactus bañados, limpiecitos y ese verde que lo vestía era otro motivo para dejar que el «ananda» se perpetuara, sumando motivaciones que se abrían a la mirada .

*

*

Así con esa marcha tan peculiar, con la sonrisa que quedó estampada y que los acontecimientos de la vida que iba transcurriendo hacían que aún más se expandiera, dejando por momentos al asombro que se hiciera cargo de lo que estaba sucediendo y aflorara y que con ello la boca se abriera, los ojos se volvieran grandotes y así robustecer a esa alegría que emanaba desde muy adentro.

Y el ¡PRRRRRRRRR!, ¡TRACA!, ¡TRACA!, ¡TRACA!, invadía al ambiente, lo musicalizaba como si la música concreta se fuera haciendo cargo de ese instante  y sin más, con ese ritmo,  avanzábamos.

MÉXICO

MAYO 2023

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