Estaba en el patio recordando

a la mosca, esa creativa que me había metido en una animación que realizaba manejando la luz y las sombras con sus alas que tapaban la cámara de la laptop y con su movimiento iba simulando un balanceo como si se descendiera de una montaña.

¡Vaya cosas locas!, que a veces veo, ¡qué forma de perder el tiempo!, en vez de dedicarme a cosas más importantes, no tanto a jugar con cualquiera que me invite, pero bueno, eso no pienso que ya tenga remedio, si no lo hice durante toda mi vida, no es ahora cuando lo voy a hacer, cuando voy camino a despedirme de ella y cada día me regala el asombro como forma de tenerme despierta.

Ahí andaba otra vez en la «masnada», esos instantes en donde se puede decir que se pierde el soporte en esa realidad, para nada real sino concebida de acuerdo a la necesidad de las exigencias sociales y que uno tiene que guardar si se precia de ser alguien en su sano juicio y como quien dice, adulto.

En eso, me llama la atención unos detalles amarillos en la planta del jitomate, ese que creció en la maceta donde llegó la refugiada, la que vino al hospital a ver si se salvaba y que no tuvo suerte, sin embargo brotaron otras plantas y una de ellas estaba dando flores.

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Me acerco a mirarla, a ver lo bonita que estaba, y de nuevo me digo es amarilla sin lugar a dudas en el desierto el renacimiento tiene el color de los rayos del Hermano Sol, a donde uno voltee se lo encuentra, como en esos árboles de flores áureas que ahora están en todo su esplendor.

También, ahí al lado estaba la otra rosa, esa de muchos colores que van variando de acuerdo a como va abriendo y luego secándose, un gran pimpollo aún cerrado se erguía muy orgulloso de sí mismo.

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Por otro lado ella había estado media mala, pues me dijeron que la había picado la araña, y me quedé con los ojos abiertos, sorprendida y cuando pregunté qué era eso, me fueron mostrando una cantidad de finas hebras que casi no se veían y la tenían a sus hojas como estranguladas y era por ese motivo que se secaba y como estaba triste no floreaba.

Me enseñaron cómo hacerle para liberarla pues, según parece encontrar a la que ocasiona estos percances a veces es muy difícil, aunque se pueden encontrar huellas colgadas de sus incursiones nocturnas, armazones de insectos vacíos por dentro.

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Cosas raras hay en esta naturaleza que no deja de mostrarme esa faceta insensible que tiene, sin culpas que trae consigo, la ley del más fuerte es la que predomina y solo el humano parece que tiene conciencia de estas cosas que suceden.

Me quedo mirando los cadáveres que me hacen recordar a los que cuelgan en los puentes, ¿será acaso, una emulación de estas prácticas?.

Estaba planteándome esa gran interrogante, cuando veo a esa otra integrante del patio, que crece y crece en un espacio diminuto, que cada día está más grande y que es otro de los signos de interrogación, ¿qué será y de dónde salió?, más allá que no se detiene en llamar la atención. El tiempo develará la incógnita.

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En eso mientras recorría el pequeño patio una hoja vino corriendo y se puso a mi lado, me sacó de esas lucubraciones tan tétricas y me mostró otra apariencia y ahí se desató una pequeña lluvia de ellas que venían volando.

Recordándome todos los juegos que la llegada de la Primavera trae consigo, cuando la brisa despierta a las hojas, las lleva por los aires y las deposita para que correteen.

Me quedé mirándola cuando al segundo aparece otra, se juntan y se abrazan para salir a dar vueltas en ese juego que inmediatamente entablan.

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Una pequeñita, pequeñita viene desde lo alto girando en sí misma  y queda parada derechita como estatua.

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Otra cae dentro de la cubeta que tenía agua y empieza a navegar por ella y va mostrando su contento en los movimientos que muy estéticamente compone.

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Ahí voy y me siento en los escalones a ver todo ese revoloteo, que hay veces que se asemejan a danzas, logrando coreografías que atraen a la mirada.

Me quedo ida mirando al papayero, pobrecillo él, de ser tan exuberante ahora cada día le quedan menos hojas, su pasaje por este plano  parece que está llegando a su fin.

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Lo observaba tal vez con esa cara de idiota que se pone, cuando se está compenetrado en vivenciar una circunstancia, sin que el pensamiento se involucre, como abstraído, con la boca medio abierta, la cabeza un poco volcada hacia un lado, entonces dos gorrioncillos llegan volando muy bien formados y al mismo tiempo se detienen en una hoja seca del papayero, muy sincronizados se elevan, dan un salto y ¡ZAS!, la hoja cae, sueltan como una carcajada siniestra y salen volando.

Mi boca se abre aún más, me sorprende ser partícipe de ese instante y de seguir corroborando como la naturaleza juega, si juega con todos sus elementos, con ello muestran a la vida, esa vida que se mueve, que goza, que saca de ella lo mejor y lo peor, a veces deja salir ese semblante de tierna e inocente criatura, pues en otras facetas, ¡qué sádica que es!, claro, viéndola desde la visión humana.

La risa surge, la sonrisa queda establecida, vaya chifladura existe en esta vida, esa chifladura hermosa, esa locura de ser todos uno, uno con sí mismo y con la creación.

¿Qué otra cosa se puede pedir?, ¿qué otra cosa se puede desear?, ¿qué otra cosa se puede necesitar?, mientras se tenga esa paz que emana de ser parte de esa eternidad y aceptarla.

MÉXICO

Febrero 2023

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