BAJANDO LA MONTAÑA

LOS ENCUENTROS

Había subido la montaña en el desierto en México para llegar a la casa de una amiga que es pastorcita de chivas, ella no se encontraba, así que me senté un rato sobre una piedra a la vera del camino debajo de un arbolito espinoso.

Después de estar un muy buen rato refrescándome con la brisa que corría, en el silencio de las alturas, lejos del mundo y la civilización, de haber estado con mi sombra mientras esperaba, como no llegó, emprendí el regreso.

Nos levantamos, Ella iba caminando a mi costado y yo le miraba el porte que llevaba, extraño personaje que se asomaba cargando su bolsa y con ese sombrero que…. así fuimos bajando las dos.

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Admirar el panorama, perderse entre esa cantidad infinita de cactus columnares que se extienden por todos lados, es rodearse de una magia muy particular, que solo estando en ella se puede vislumbrar.

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Tomé una veredita, la fui caminando muy lento, muy despacio, un grupo de  biznagas  se veían y una de ellas florecida, me quedé un rato contemplándola, a esa hermosa cactácea que siempre le gusta mirar al sol.

Observaba sus espinas tan marcadas y recordaba ese otro nombre que se le otorga, el de «asiento de suegra» que hay quienes dicen que viene de la época de la Revolución, cuando sentaban en ellas a las madres para que dijeran en dónde habían escondido a sus hijas para que no las agarraran, quién sabe hasta dónde es cierto.

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De repente, sentí que algo me observaba por la espalda, me di vuelta pues parecía que fuera alguien que había llegado a ese lugar desolado, sin embargo, no había nadie, miré hacia arriba y lo encontré a él, con una forma muy extraña, llamó enseguida mi atención.

Estaba muy compenetrado viéndome, como si estuviera haciendo un reporte, que a su vez trasmitía a su alrededor. Abrí mis ojos grandes por el asombro que me dio descubrirlo.

-Hola, ¿quién eres?- le pregunté

Solo me miraba con una mirada profunda, con su gran tocado que le daba un aire primitivo y original, una extraña presencia ahí se encontraba.

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Me destapó una gran sonrisa, detrás de ella, sin que nada mediara, empecé a reír, un ¡Jejejejejeje!, nació sin detenimiento, no podía dejar de hacerlo, como si me hicieran cosquillas, me iba abriendo por dentro, como si un toque especial hubiera recibido, como cuando se está en la adolescencia en «la edad de la bobera», que surge la risa sin saber por qué y no se la puede detener. Me comunicaba algo, que solo se percibía, parecían los toquesitos de los telegramas cuando se enviaban, no se podía traducir en palabras, era otra forma de entendimiento, difícil de describir.

Agradecí ese momento de alegría que habíamos compartido, ese hecho inusual de estarse riendo con un cactus.

¡Vaya locura!, es esta vida, ¡vaya locos!, que nos acompañan.

Así con una expresión de regocijo, seguí mi camino bajando la cuesta, paso a paso, mirando donde ponía el pie, pues en estos parajes no se puede ser descuidado.

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Tan metida en el encuentro iba que no me di cuenta que había pasado el lugar de la bajada,  todo es tan homogéneo que no se distinguen las variantes si no se va atento o no se conoce bien el rumbo.

Sabía que había otras, un día la había hecho a una de ellas, sin embargo no estaba segura en donde estaba, sabía que era junto a una casa.

Ahí llegué a una a la vera del camino y justo salía un señor de ella.  Le pregunté si por ahí podía bajar al pueblo y me contestó que sí, y me invitó a pasar, para que conociera: «El Mirador».

Así lo hice y me encontré con una vista hermosa, en un pequeño espacio donde no solo se podía observar desde las alturas lo que había abajo y las montañas, sino además era un restaurant donde se vende cerveza y algunos antojitos mexicanos.

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Platicamos un rato, mientras extasiada descubría otro lugarcito de esos que están escondido en este pueblo, donde por casualidad se encuentran, pues muy sigilosamente se van abriendo.

Tomé la escalera empinada, entre piedras, tierra, escalones hechos, que iba bordeando las casas y así fui bajando.

Iba recreando todo lo encontrado ese día, el primer Día de Muertos después de la pandemia, el primero que pasaba en la región después de la apertura, en donde yo pensaba que nada sucedía en este pueblo para su festejo, pues en los días anteriores no se veía el movimiento, donde las costumbres son otras.

Sin embargo, me pilló mostrándome diferentes formas de recordarlos y a su vez todavía me tenía una sorpresa reservada.

Esta sucedió cuando iba bajando la escalera hacia el atrio de la Iglesia, al Pasaje de los Apóstoles y ahí me atrapó, de un lado el papel picado que se balanceaba con la brisa, en la ofrenda que habían puesto para conmemorar el Día de los Fieles Difuntos.

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Del otro, en ese pasaje estaban los pasacalles en blanco y celeste anunciando que ya se estaba preparando y adornando el pueblo para su gran fiesta patronal a San Martín Obispo de Tour.

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Apenas se despidieran a los difuntitos que llegaran a pasar con sus amigos y familiares, se comenzaría con ella, para festejar también a otro grande del lugar: El Mezcal.

¡VIVA MÉXICO!, sin lugar a dudas, que se esconde a veces, pues no a todos se puede mostrar más que en la fachada, sin embargo, cuando ve que no hay problema, sale a la luz y se presenta.

MÉXICO

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SUBIENDO LA MONTAÑA

EL ÁRBOL ROJO 2

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10 comentarios en “BAJANDO LA MONTAÑA

  1. Hola Themis, gracias por este relato tan agradable donde cada detalle que nos platicas da gusto. Nos haces también reflexionar, cada pedacito de vida que vivimos hay que fijarnos bien, aprovechar las «sorpresas» escondidas. Deleitarnos en ellas y estar dispuestos a verlas con los ojos físicos pero también los del alma. De eso se trata la vida creo: instantes que dan felicidad. Te dejo un abrazo.

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    1. Muy divertido, es un lugar muy bonito y se ve precioso el pueblo abajo con las montañas a su espalda, para quedarse por un buen tiempo mirando y perdiéndose. Debe ser una vista increíble a la puesta del sol. Abrazo Eva y gracias

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