UN DÍA CON ENCANTO
Era junio, el invierno aguardaba a la vuelta de la esquina para desplegarse en todo su esplendor, solo esperaba que llegara ese día del solsticio para sentirse a sus anchas y en su tiempo.
Más allá que la brisa estaba fría, los rayos de sol acariciaban la cara con una dulce tibieza, estaba cerca del arroyo y me fui caminando recordando viejos momentos de aquella niñez lejana donde en esas tardes soleadas de invierno solíamos ir a pescar a ese Solís Chico con la familia, mejor conocido como el Arroyo de Parque del Plata, ese balneario de la Costa de Oro uruguaya.
Avanzaba bordeándolo quería llegar a donde se encontraba con el mar, en ese preciso lugar que las aguas dulces se mezclan, pues en realidad son un río, el Río de la Plata, el más ancho del mundo donde no se ve el otro lado ya que está en Argentina y un arroyo los que se abrazan para de esa manera seguir camino unidos al océano que un poco más adelante los espera.
El arroyo corría tranquilo, calmo, me detuve a mirarlo y a saborear el solecito sobre la poca piel que no estaba cubierta.
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El silencio impregnaba el ambiente, algún chillido de los benteveos, ese pájaro con antifaz, se dejaba sentir a lo lejos y otro que le contestaba, para trenzarse en un duelo de «bichofeos» como parece decir su canto y llenar con un estruendo al sigilo del instante .
En la placidez de ese paisaje deshabitado, llegué a la bajada para acercarme al encuentro de dos grandes que se anhelan.
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Me quedé por largo rato disfrutando esos momentos, preparándome para ese evento que parecía que desde el cosmos se estaba preparando.
La puerta de entrada eran: ese juego de planos entre azules y blancos- ocres, que parecerían cuadros pintados quién sabe de qué espacio lejano, me asombra el verlos, me asombra el susurro de las olas a lo lejos, no deja de asombrarme tanta belleza que allí se descubre, en ese vacío de agua, aire y arena.
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Sigo caminando, embelesada, absorbida por esas imágenes, fundida con ese Universo de gran majestuosidad, como si una fuerza hipnótica se hiciera cargo, me cautivara y solo permitiera estar dentro compenetrada con ese encantamiento.
Lujos que la vida depara, esos momentos tan sublimes, donde el ser se encuentra con la Creación misma frente a frente, tan patente que se puede meter en ella y darse cuenta que es parte de la misma.
En eso estaba conmovida por lo que estaba viendo, cuando de repente del cielo vino volando y se paró en frente, una garza blanca.
Me quedé mirando su esbeltez, su forma de caminar, esa elegancia y dignidad que muestran.
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La mensajera de los dioses, la que viene del Cielo, la que según dicen eran enviadas por Afrodita y Atenas en la antigua Grecia como portadoras de un mensaje sagrado que tenían que trasmitir.
Esta ave que evoca la meditación, el equilibrio, la paciencia, que abre camino para profundizar en la vida, que nos reta a encontrarnos sin imitar a otros, dejando atrás a las apariencias, sintiéndonos dignos con lo que somos, aceptándonos.
Ahí estaba frente a mí acompañándome, era como si me fuera guiando, cada tanto me miraba, se detenía por unos instantes, contemplaba el agua, quieta, compenetrada, paciente, volcada en su totalidad a lo que estaba haciendo.
Me mostraba la forma, de mantener la quietud dentro de ese paisaje, más allá que todo fluía el agua del arroyo y las olas del mar manifestándose frente a nosotras.
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En un instante emprendió nuevamente el caminar, esta vez sobre la arena. La seguí.
Así me fue llevando hasta el lugar en donde había que subir los médanos, para poder atravesar.
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Giró su cabeza y nos quedamos quietas viéndonos, como si se despidiera y en un vuelo esbelto se alejó surcando el cielo.
Seguí el camino simbólico de los obstáculos que se nos presentan, esas dunas incontrolables, que no saben cómo pararles esa lenta caminata que se traen, plantaron árboles, sin embargo no las detuvieron, siguen abarcando el paisaje negándose a esa invasión y falta de respeto que el humano tuvo con ellas, al desconocer su naturaleza, más allá nada las detiene, ni los muros de contención, ni la vegetación, lentamente caminan, cada día se vuelven más altas, se desmoronan y todo lo cubren, buscan ese regreso a su forma natural antes del avasallamiento.
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El paisaje en planos, la garza, las dunas, me fueron llevando a la desembocadura y ahí tuve frente a mí a ese encuentro, rodeado de gaviotas.
Un rato me quedé admirando las maravillas de ese estar en el silencio, perdida en el horizonte, en el azul del cielo, en esa naturaleza que no se cansa de regalar belleza.
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Un gran día para agradecerse, una brisa fuerte y gélida me hizo salir del ensimismamiento dándome a entender que era hora del regreso, que el invierno ahí estaba oculto entre los rayos del Hermano Sol, sin embargo allí frente al mar abierto sin contención no tenía forma de no manifestarse.
Así, emprendí el regreso.
DESDE MÉXICO.
REMEMORANDO: EL ARROYO DE PARQUE DEL PLATA, URUGUAY
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GRACIAS A TODOS!!!! SALUDOS!!!!

Una belleza inmensa.
Desde luego un día para agradecer y recordar.
Abrazo, Themis
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Muy hermoso, de esos momentos que guardas y que nutren al alma, un abrazo grande y gracias
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