La pareja de tortolitas
Esta historia la escribí hace un buen tiempo cuando recién empezaba la pandemia sin embargo nunca la publiqué quien sabe los motivos y fue quedando rezagada, ahora llegó el momento de presentárselas y de rememorar como se fue dando este patio lleno de plumíferos.
Venía contando la historia de Coquita, mi amiga más cercana en este retiro como me gusta llamarle a este disque confinamiento, cuarentena, encierro, quién sabe qué onda con él, sin embargo la palabra retiro tiene otra intención y algo que hay que aprender a hacer es encontrar el vocabulario adecuado para llamarle a los sucesos para que no queden registrados con una mala vibración y por ende provoquen otro tipo de resonancia.
Sin embargo no era de ello que les iba a hablar, sino de mi dulce compañía, que bueno de dulce solo tiene la carita pues por lo demás es una gran peleonera, pues es macho y territorialista y con quién se acerque que ella no congenie a los picotazos lo corre, pero también esto es otro tema.
Ahora me quiero centrar en la relación de las dos como pareja pues se me hace bien tierna.
Coquita es curiosa, intrépida, audaz, le gusta estar cerca de los humanos ha aprendido a sacarles provecho, sin embargo después de tanto tiempo, siento que hay una atracción con ellos más allá de la comida que les puede sacar con mayor facilidad.
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En cambio La Ñandu es otra cosa, se podría decir que lo contrario, insegura, miedosa, como dijeran en mis pagos, «asustada por los cohetes», cualquier cosita la hace alejarse al instante.
Coquita empezó a llegar al patio a refugiarse del calor dentro del fresco de una enredadera del vecino y la llamaba con su arrullo, para que llegara, más allá que a veces se aparecía se la sentía que no estaba cómoda, se escondía, no bajaba, salvo que no hubiera nadie cerca.
La miraba desde la ventana, sin embargo Coquita nunca desistió de que la otra entendiera que no había nada que temer, por el contrario, en el patio se estaba muy a gusto y ella era la amo del lugar.
Cuando se cerró la tortillería de al lado de la casa por la pandemia, de donde comían todos los días ahí no le quedó de otra que si quería seguir alimentándose de forma fácil y sin apremios necesitaba cambiar sus hábitos y superar algunas conductas que no le eran adecuadas para la situación.
Tenía que flexibilizarse, todo esto eran daños colaterales por ese virus que hasta a las tortolitas afectaba y vaya a saber a cuántos animalitos a lo largo del globo no les ha tocado también padecer infortunios por estos cambios drásticos a que la vida a veces nos somete, como a otros beneficiarse.
Así sucedió que empezó a venir y quedarse en el muro ahí acurrucada, Coquita a veces dejaba de caminar y la acompañaba por largos ratos.
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Poco a poco la fue introduciendo en comer juntas, en que no tuviera miedo, ella bajaba y con su voz la llamaba, la animaba a que se atreviera, me daba mucha ternura ver el esfuerzo que hacía para que se adaptara.
Para ayudarla comencé a ponerle comida un poco más a distancia de donde yo estaba, para que pudiera comer sin prisas y sin esa cara que mostraba estar contantemente alarmada.
Luego ya se acercaban juntas mientras cocinaba y les ponía alpiste y se quedaban a mi alrededor tranquilas comiendo.
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Pasaron los días, las semanas, ya la Ñandu estaba con más confianza, empezó a aprender distintos movimientos, en vez de salir volando cuando me veía caminaba con pasitos cortos muy ligeritos, cosa que me recordaba a las películas primeras de Chaplin, por la forma en que meneaba su cuerpo, de un lado para otro.
Me hacía reír mucho, me sacaba varias sonrisas al día, pues ya se había agarrado el hábito de andar como su compañera, para arriba y para abajo.
Así siguieron las dos, recorriendo el patio, haciéndose arrumacos en el muro, descansando en él, pasando todo el día juntas sin separarse casi como si hubieran encontrado una nueva forma de compartir.
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Coquita reclama la comida cuando estoy cocinando de una manera muy particular, que es aproximarse como en zig-zag. Un día sin esperarlo me encontré a la Ñandu haciendo lo mismo, estaba aprendiendo de los gestos de su amiga compañera.
Lo mismo sucedió con la entrada al laberinto, a ese mini huerto que se ha convertido en el pasadizo secreto y divertido que Coquita ha descubierto y que las lleva a sentir el fresco de las hojas cuando el calor está en todo su apogeo.
Las dos juntas ahora vienen y se acercan a donde me encuentro, esperando de mí una respuesta, que sea un poco de alpiste para saciar su hambre.
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También la Ñandu empezó a escucharme cuando hablo, salvo que ella aún es más atenta o le llama la atención pues mueve su cabeza para un lado o para otro, y se queda detenida mirándome.
Eso sí, aunque la cámara no es de su agrado, por ahora no se deja que la fotografíe de cerca, sin embargo hemos avanzado muchos pasos, en esta nueva relación que está en cierne.
El otro día me dio mucha risa pues encontré a las dos muy juntas cerca de los escalones de la entrada a la casa, en donde Coquita estaba animando a su pareja a subirlos, hasta que en el último peldaño solo se quedó mirando para dentro de la casa, para ahí sí, salir huyendo como si todo su cuerpo le temblara, demasiado arriesgado creo que le pareció el paso a dar.
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Más allá que al poco tiempo ya se animó y terminaron las dos dentro paseando de un lado a otro.
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Me gusta mucho ver como poco a poco la ha ido introduciendo, enseñándole a que conquistara el terreno, a que no se quedara asustada en un rincón, a que explorara, a que se relacionara conmigo, acompañándola mientras juntas daban vueltas a mi alrededor, tanto así que ahora ya es capaz de llegar a unos pasos de donde estoy, eso sí que no me mueva pues instantáneamente sale volando.
Sin embargo, no se queda parada a lo lejos como hacía antes, al momento nada más regresa y otra vez lo intenta, como si estuviera superando lo que dentro de ella la apresa. Una buena forma de no detenerse para conseguir su objetivo, mientras Coquita a su lado la acompaña.
Hermosa pareja, que luego cansadas se suben al techo y desde ahí se acicalan una a la otra, se quedan juntas arrepolladas, se dan besos, se miran con mirada perdida y juntas resuelven la vida.
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Hace un tiempo Coquita dejó de venir, pensaba que era por los pleitos que había con las otras tortolitas, hasta que un día la vi caminar solita por la calle y de ahí me di cuenta que ya no tenía compañía. Ñandu no ha regresado, me parece que siguió su viaje, que la Calaca la encontró y se la llevó, ya que las tortolitas tienen una sola pareja en su vida, que si muere ya no la vuelven a remplazar.
Coquita ha regresado, pasa la mayor parte del día en el patio donde sigue caminando incesantemente, sin embargo ya no se me acerca tanto, más allá que entra en la casa sin problemas, tampoco pelea, como que ha dejado de hacerlo de defender el territorio y ahora es ella quien se sube al muro y queda por momentos perdida como solía hacer la Ñandu mirando al infinito.
MÉXICO
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HISTORIA DE ANIMALITOS: COQUITA (1)
HISTORIA DE ANIMALITOS: COQUITA (2)
CRÓNICAS DESDE EL PATIO: EL MINIHUERTO
HISTORIA DE ANIMALITOS: EL DESPERTADOR
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GRACIAS A TODOS!!!! SALUDOS!!!!

Entrañable…tierna hustoria. Saludos!
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Gracias Ana, fue muy hermosa haberla vivido con ellas, un abrazo
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Más allá del instinto, la inteligencia les conduce al aprendizaje. Pero que será lo que lleva a ser considerados respetables a los animales por tener sentimientos? Esa es la cuestión que plantean tus relatos. Un abrazo.
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No me lo había planteado desde esa perspectiva, simplemente lo asumía por el solo acto de ser vida, de compartir el espacio, si a eso le unimos los sentimientos ya que parece que son los que en cierta manera el llamado ser humano respeta, se le agrega un nuevo elemento, más allá que no siempre es una señal que se toma en cuenta.
Gracias Carlos, me has dejado pensando, un abrazo
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