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LOS QUE MUESTRAN EL CIELO (3)

 

LA MENSAJERA DEL ESPÍRITU

Coquita y su pareja seguían siendo las privilegiadas del patio y un pequeño gorrioncillo que para mí era el padre de aquella chillona que ya había quedado en el olvido, aunque se extrañaban esos tiempos en donde muchos acontecimientos sucedieron, como estar cerca de la temporada de cría, de la del aprendizaje del vuelo, del de la alimentación hasta llegada la independencia donde ya libres muchos de ellos se fueron.

Allí estaban este par de tortolitas, acababa de ponerles comida en una de las esquinitas en donde siempre lo hacía, pues  su compañera que es muy tímida y la asusta cualquier cosa que pasa no se sentía cómoda comiendo en donde lo hacía Coquita que era casi pegado a donde cocinaba,  mientras que no me acercara mucho no le importaba.

 

 

Estaba esperando quién sabe qué cosa que se calentara en la estufa, lo más probable que agua pues ya era plena tarde y la comida para la cena ya estaba preparada.

La tarde estaba muda, nada acontecía en los alrededores y por momentos me parecía que el mundo había desaparecido, pues con eso de que la calle estaba acordonada por lo del coronavirus y la muerte que se había presentado, no estaba permitido acercarse, todo el mundo estaba en cuarentena encerrados, sin siquiera asomar la nariz a la puerta, así había sido decretado.

Cuando de repente sin esperarlo un batir de alas que no era el acostumbrado rompió el embrujo del momento e hizo que uno reaccionara para ver de qué se trataba.

Una gran ave fue y se paró en los escalones.

Coquita y su pareja dejaron de comer, bajaron la cabeza, se replegaron en sí mismas, con su panza casi tocando el suelo, mirando fijamente adelante y ni un solo movimiento nació de ellas, como si estuvieran atrapadas y mostraran una actitud de sumisión.

La columna que hay en ese lugar de la cocina impedía que viera de qué ave se trataba, así que moví mi cabeza para salvar el obstáculo y ahí la vi.

Era como una paloma sin embargo de un tamaño mucho mayor, me impactó el verla pues en mi vida había visto un ser como ella, con esa elegancia, con ese brillo que desprendía, parecía salida del cielo mismo.

Caminó por el escalón, se vino a parar frente a mí, nos quedamos mirando, quieta muy quieta sin mostrar ningún miedo, ni perturbarse por el encuentro así estuvimos por un muy buen rato, como reconociéndonos.

Tan muda estaba mi boca como la calle, ni una palabra nació, solo el ver la belleza que tenía, sus colores que en franjas de diferentes tamaños, blancas, celestes, azules obscuras, con un cuello muy alto el cual le daba un gran garbo, parecían los retratos de Modigliani.

Ahí por un rato quedé cautivada por esa mirada dulce, tierna, envuelta en una luz de atardecer que la volvía deslumbrante, transmitía una calma tan necesaria en esos momentos, tan lejos del sentir obscuro, triste que se estaba viviendo.

Un mensajero del Cielo, del que une a la Tierra con él, su conexión, la parte espiritual que emana en el momento, como muchos conciben a los pájaros .

Así envueltos en ese halo como si el tiempo se hubiera detenido, como si ninguna otra cosa tuviera cabida en ese preciso instante, tan inesperada como llegó, inesperado fue el segundo en que remontó vuelo.

Con la boca abierta, en un gran mutismo, donde aún las tortolitas al igual que yo no hacíamos ningún movimientos, seguíamos inmersas en esa atmósfera la cual había esparcido por todo el patio.

Nos regocijamos con ella, la sonrisa regreso a la cara, los ojos bien se abrieron, despertaron a eso que está más allá de lo creíble o no, ese México de momentos mágicos, que se aparece cuando menos se los espera, que están ahí para sorprendernos cuando en el instante en que se para al mundo y a la mente, por esa grieta él se cuela.

Como mandado por el Gran Espíritu para calmar a esa alma intranquila, darle esperanza y sosiego, mostrarle que en esa serenidad se ahuyenta al miedo, pues miedo a qué ha de tenerse si ya se conoce el desenlace y solo hay que llegar a él con Vida para liberarse.

 

Siguieron los días y no volvió a regresar, eso sí continuaron llegando más parejas de tortolitas que iban inundando el patio y la «intrusa» aquella que había llegado solita que tal vez estaba viuda, pues pareja hasta el día de hoy no se le conoce y que hace al número impar cuando todas se juntan, aquella que Coquita se puso muy enojada cuando ella osó bajar al patio y a los picotazos la corrió, sin embargo a ella no le importó, aquí está, aguarda su turno para la comida o espera encontrar a las otras distraídas y ahí se da su gran agasajo.

Como cuatro parejas más andan rondando, tanto así que tuve que cambiar el lugar en donde comían y llevarlo a un recodo, pues ya eran demasiadas.

 

 

También se les ha sumado algún que otro gorrioncillo macho y hembra, algún que otro pájaro despistado y una pareja de palomas que de vez en vez llegan.

 

 

Por ahora son mis compañeros de retiro, dentro de este mundo de los alados que se me ha acercado y al cual soy invitada a contemplarlo.

 

MÉXICO

 

CONTINUARÁ….

 

CUANDO LOS PÁJAROS SE ACERCAN

DESDE LA VENTANA: LA LLEGADA DE LOS ALADOS

LOS QUE MUESTRAN EL CIELO

 

 

 

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4 comentarios en “LOS QUE MUESTRAN EL CIELO (3)

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