Enseñando a volar
Desde que las golondrinas y las tortolitas empezaron a visitarme dudé un poco en darles confianza pues por experiencias anteriores sabía que cuando eso sucedía se podían volver un poco demandantes, por lo tanto las mantenía a raya.
Sin embargo un día en que estaba cocinando en el patio, pues ahí está instalada la cocina un poco de arroz cayó al piso, no lo recogí enseguida pues algo llamó a mi atención y me fui del lugar.
Cuando regresé desde la puerta ahí lo vi era un gorrioncito que lo estaba comiendo, suele suceder que uno se conmueva con esas acciones de esos pequeños artistas en originar emociones, se veía tan tierno, tan dulce, tan desválido y se sucumbe a ellas. Fue mi perdición.
A partir de ahí venía todos los días y lo veía que se paraba en el techo esperando que me alejara para él bajar y buscar con qué se encontraba.
Comencé a dejarle comida, me hizo flaquear mi decisión y bueno ahora asumo las consecuencias.
Al poco rato comenzó a llegar un pájaro grande que no sé cómo se llama el cual se disputaba la comida con el pequeño iniciador de esta corriente de comensales, más allá llegaron a un acuerdo y compartían.
Un día me desperté con una fuerte emisión de chirridos agudos que sobresaltaron a mis oídos.
-¿Qué es esto?- me pregunté mientras me levantaba a mirar por la ventana que da al patio, para saber qué era lo que estaba sucediendo, el motivo por el cual me habían despertado de forma abrupta, quién o quiénes creaban tal alboroto.
Ahí me lo encontré era nuestro pequeño peleando con otros que querían llegar a beneficiarse también de la fácil adquisición del alimento, estaba bien enojado, se podía decir que furioso y los corrió a todos y él se sintió el dueño absoluto del territorio, por lo menos con los de su clase.
Así empezó a llegar y trajo a su pareja, los cuales comían a discreción, iban y venían, daban vueltas, aunque cada vez que me veían salían disparados, sobre todo la hembra mucho más pequeñita y tierna.
El pájaro grande siguió viniendo, al igual que su pareja, con ellos no se metió, los dejaba, los cuales comían con total placidez para luego remontar vuelo.
Un día estaba escribiendo cuando sentí un gran bullicio en la ventana del frente, la que da a la calle, unos sonidos desesperados se dejaban oír.
Me asomé a ver qué pasaba entre esos pájaros que escuchaba, cuál era el motivo por el cual estaban revolucionados, no entendía qué era lo que le sucedía.
Ahí me encontré con el portal ese que se forma en la calle, que parecería que lo sumerge a uno en otra realidad, frente a mis ojos se apareció una pájara gritando, moviéndose como en un baile para un lado y para otro, batiendo las alas, como en una danza africana, junto a ella a cierta distancia había otro. Era la pareja de pájaros grandes posados sobre la cima del muro, los que venían a comer al patio.
Eso si estaba bien apremiada, cuando de repente veo aparecer desde el otro lado de la calle en un vuelo rasante a pocos centímetros del piso a un pichón, que se cae en la acera junto a la pared, como si hubiera hecho un descenso sin sacar el tren de aterrizaje y quedó medio tirado en el piso.
Se para y mira para arriba donde se encuentra su madre la cual con una serie de posturas y sonidos como que lo quiere alentar a que se eleve.
La madre, así decidí que era, pues estaba más pequeña que su compañero, no sabía cómo hacerle para que dejara de caminar y se decidiera a abrir sus alas y volar.
Mientras el padre se había ido a un árbol que había detrás, llamado por otros gritos insistentes que salían de las ramas, ahí vi a otro pichón, que intentaba volar y lo hacía un poco mejor que su hermano.
Ahí sucedió que el pobre inexperto dio un brinco y quedó pegado a la pared, para luego caer y empezar a saltar hasta que llegó a los escalones de la casa de enfrente dispuesto a subir por ellos, ver si se podía trepar me imagino y alcanzar a su progenitora.
Medio atontado y con poca pericia fue subiendo y en el rellano se encontró con Chispita una perra callejera que fue adoptada por los vecinos aunque vive en la calle, bueno pero esto es otra historia que un día les contaré, que estaba dormida muy plácidamente y el pajarito la despertó. Sobresaltada, tiró unos tarascones en el aire.
La madre pájara que estaba mirando toda la escena con mucha atención desde el muro, enseguida salió en defensa de su hijo dándole picotazos a Chispita, que no entendía el por qué de la agresión, mientras el pajarito se cayó dando tumbos por las escaleras a la calle y ahí estaba piando desconsolado, era un aprendizaje muy duro y se corrían muchos peligros.
Chispita molesta por la situación, sin entender nada, se levantó y se puso a observar la escena, pues ya la pájara estaba con el pichón en la calle.
Luego se sentó con cara de todavía no entender mucho, mirando como la pájara volaba bajo y el pichón daba de saltos rumbo al muro.
Para luego darse cuenta que no había avances y decidió seguir con su sueño.
Ahí siguieron tratando de que remontara por los aires, pero nada sucedía le había salido un hijo medio lelo, que era como si tuviera las alas pegadas al cuerpo. Al fin volvió a alzarse en un vuelo bajo, cruzó la calle y de nuevo llegó al punto de partida.
Por los gritos de la madre había agarrado para el lado contrario.
Iba y venía emitiendo sonidos angustiantes al igual que el polluelo, no sé como terminó la historia, pues él acabó bajo mi ventana donde no lo podía ver, me enteré pues pasaron dos adolescentes y se pararon a mirar hacia el suelo.
-Mira, pobrecito- dice una de ellas- está escondido, no puede volar-para luego abandonar el suceso.
La madre estuvo un buen rato parada enfrente en lo alto de la pared, seguía haciendo todo el esfuerzo para que se decidiera a volver a intentarlo, no sucedió nada y desapareció, al padre ya no se le veía y el polluelo quién sabe qué pasó con él, ya el sol se había despedido y la anochecida se acercaba.
Más allá no eran los únicos que estaban entrenando a los hijos para que abandonaran el nido.
Mientras este acontecimiento se desarrollaba, atrás parados sobre unas varillas se encontraban otros padres gorriones que estaban haciendo lo mismo con su pequeñuelo, el cual ya volaba bastante bien, aunque le costaba detenerse sobre la pequeña punta de la barra y por momentos se tambaleaba.
-¿Qué es lo que pasa hoy que hay tanta batahola en el mundo alado?
Pues también pasaban a cada rato una serie de abejorros, volando como en un circuito, que me distraían por momentos de la escena inicial, pues eran constantes.
Era otro mundo inmerso en este gran mundo con un funcionamiento y una vida muy especial.
-¿Es acaso un campo de entrenamiento para elevarse por los aires?- me preguntaba mientras miraba por la ventana a todo ese mundo en lo etéreo convulsionado.
Ahí me quedé un rato como buena chismosa metida en asuntos que no eran de mi incumbencia, hasta que a mí también me agarró la obscuridad y me retiré a mis aposentos, pensando que el cosmos con alas recién comienza.
CONTINUARÁ…..
MÉXICO
DESDE MI VENTANA: LUZ, SOMBRA Y REFLEJO (1)
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Creo que el pichón tuvo problemas para graduarse en primero de aterrizaje y en segundo de despegar. Desde acá escucho el alboroto que forman otros pimpollos de dos patas y los gritos de su mamá que inútilmente intenta mantener algo de orden en el jardín. Debe ser consecuencia de la simultánea llegada del calor y la libertad. Hoy comenzó el verano. Un abrazo.
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Estoy de acuerdo contigo, en los dos momentos culminantes de cualquier vuelo.
Aquí andan como loquitos todos, si también pienso que el verano y la temperatura los tiene un poco alterados. Te mando un abrazo y aquí seguiré chismoseando a los pájaros.
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Parece fácil volar si eres pájaro. Pero ya se ve que también tienen que aprender y no a todos se les da igual de bien.
Abrazo, Themis
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Hola Eva, por lo que vi no a todos les va tan bien y es todo un reto, tanto para los padres como para el iniciado. Un abrazo y que tengas una muy linda semana, te mando una gran sonrisa
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Preciosa las fotos y muy bonita y tierna historia. Un abrazo
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Gracias, fue un disfrute el poder verla y entrar un poco en ese mundo alado, una ternura. Un abrazo
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