EL ATRIO DE SAN FRANCISCO
EL DÍA QUE TEMBLÓ
Tomé la calle Madero, la peatonal, sin darme cuenta me encontré dentro de un mar de gente tan grande que me hizo detener a observarla, me era increíble el darme cuenta que estaba bien difícil cruzar de forma transversal que era lo que tenía que hacer.

Poquito a poco, fui moviéndome tratando de no romper el flujo hasta encontrarme casi cerca del lugar, donde se desarrollaba la muestra de esculturas de Dalí que quería ver.
En mi vida había visto una, salvo en impresiones, en la realidad estaban bien alejadas de mí, no esperaba cruzarme con ellas, sin embargo me lo estaban mandando. Es un artista que tiene cosas que me sorprendieron desde niña, recuerdo cuando lo vi por primera vez.
A la casa llegaban unas revistas de diferentes artistas pintores y escultores, las miraba y bueno eran obras que no siempre rompían con lo estipulado, eran cuadros más bien realistas, clásicos, más allá que también estaba el cubismo, el futurismo, que no llamaban mucho mi atención, lo veía demasiado cuadrado.
Eso sí el periódo azul y el rosa de Picasso con sus arlequines esas figuras lánguidas, al igual que Modigliani, este último sobre todo era uno de mis preferidos, me encantaban los cuellos largos de sus retratos.
Por eso la llegada de Dalí con sus relojes que escurrían, con esas grandes planicies de donde podía surgir cualquier cosa, de esa nave con velas de mariposa que hacía volar a la imaginación, fue un despertar a una realidad más cercana en una parte a mi imaginación y a los sueños.

No sabía si me gustaba o no me gustaba, eso no lo podía decidir, creo que hasta la actualidad, no lo sé, me atraía, más aún cuando vi su foto con ese bigote tan raro y sus ojos de loco.
Pienso que creía que solo en las películas o en los sueños podían haber seres tan rematadamente fuera de todo. Tampoco sabía si era de verdad o era simplemente un juego el que jugaba, más allá me llamaba, hay veces que pienso que era el personaje más que la obra.

Lo fui siguiendo, las diferentes locuras que hacía, eso me era más importante que lo que producía, el día que llegó no recuerdo a donde con su oso hormiguero que era una de las mascotas que tenía y lo paseaba como perro o el gato «surrealista» o los cisnes que le fascinaban, tenía unos cuantos en su casa y dicen que en las noches para poderlos ver les ponía como un gorrito con velas en las cabezas que duraban lo que el animalito tardaba en meterla en el agua.
Una vez, ya mucho más grande, había visto un cuadro, en una casa, que muy estúpida de mi parte se me hizo una muy buena reproducción, a lo que me responden que era original pero que no era de sus cuadros buenos sino del montón por eso lo tenían como decoración en la sala, pues eran coleccionistas de arte, los buenos no los tenían allí.
Fue la segunda vez que Dalí me sorprendió la verdad, pues en mi vida había imaginado estar en una casa donde los cuadros que colgaran fueran originales de renombrados artistas y él fue el que me llevó a descubrirlo.
Dentro de mis parámetros y mis conocimientos en aquella época remota no estaba el que alguien poseyera una obra así, pero bueno esto es otra historia.
Caminando entre ese flujo de gente pues no tenía escape llegué a la puerta de la Iglesia y a un lado está El Atrio de San Francisco.

Me asomé primero para ver que tal estaba, como quien dice para olfatear, echar una ojeada, desde lejos, antes de cruzar el portal de acceso.
Me gustó ese rincón, me llamó una escultura que vi la de un reloj escurriéndose, donde una pareja estaba sacándole una foto a su pequeña niña. Bueno me decidí, entré y me acerqué a ella.
Ahí estaba el reloj derritiéndose, como el tiempo en la actualidad, le di la vuelta, lo podía ver de todas partes, no solo en el plano de un cuadro, esos relojes que me habían una vez, hechizado como algo fuera de todo.

Me gustaba lo que veía, una serie de personajes con sus peculiaridades, una mujer como brincando la cuerda, me paré un rato a mirarla, me fascinaron los pliegues del vestido, la armonía que guardaba, ese equilibrio que la hacía en una parte exquisita.

Estaba recorriendo las diferentes obras, deteniéndome a observarlas, cuando de repente se empieza a sentir una sirena, fuerte, muy fuerte, que me hizo preguntar a alguien que ya iba muy apurado saliendo, que qué era eso y me contesta.
-Es la alarma porque va a temblar
Miré para todos lados y me di cuenta que donde estaba no corría ningún peligro, ahí me quedé y seguí mirando la escultura cuando llegó un custodio y me dijo que tenía que salir.

Aunque se me hizo absurdo, pues salir a la calle estaba peor que quedarse entre los árboles que ese rincón guarda, pero bueno seguí las instrucciones, en estas circunstancias no se puede fomentar el caos, cuando de repente una sacudida fuerte muy fuerte se dejó sentir y se empezó a mover todo.
Me puse a filmar y tomar fotos cuando miro para atrás, pues sentía una mirada clavada en mi cuello, había una banca, en ella estaba sentado un señor con su bastón apoyado en él muy tranquilo, muy en paz, como quien sabe que la muerte está cercana y el miedo ya desapareció, mientras que miraba para la calle y todos estaban consternados. Me llama.
-Siéntese-me dice-hasta que pase, no se puede hacer nada, aquí estamos protegidos, entre árboles, quién sabe por qué todos salieron huyendo, el miedo que les dejó el anterior, estuvo muy fuerte pero no como el del 85- me siguió diciendo- si se cae un edificio no van a poder hacer nada- para luego enmudecer y quedarnos contemplando el alrededor.
Mirábamos para arriba a un edificio de enfrente, donde una ventana golpeaba y golpeaba y daba el sonido de fondo a la imagen. Parecía que miraban el Cielo, otros se acobijaban en los brazos de sus parejas, otros hablaban por teléfono como en un murmullo.

Ahí nos quedamos, hasta que terminó de temblar, en una santa paz, mirando el alrededor, todos conectados con sus teléfonos, durante un muy buen rato.
Retomé el recorrido por las esculturas, ya algunas personas estaban bajando de los edificios que hay alrededor, otras se sentaron en las bancas escribiendo en sus pantallitas.
Ahí estaba de nuevo Dalí, dándome una sorpresa, sin lugar a dudas, eran tantas las cabezas enfocadas con una fe prodigiosa en que iba a volver a temblar que bueno era como si los Cielos se lo concedieran, tal vez para que no se frustraran, quién sabe.
Luego me fui rumbo al metro al lado del Palacio de Bellas Artes, donde en la explanada todavía la gente seguía sin quererse mover de ese espacio abierto, donde supuestamente no corrían peligro, la mayor parte prendidos de su celular.

Seguí mi camino, contemplando todo lo que sucedía alrededor, en un viaje a través del miedo, del pavor, de los humanos que se encuentran con estos imprevistos de la Madre Naturaleza, pasé junto a una escultura que estaba montada frente al Palacio, la cual como que le daba un toque exótico al instante.

Seguí caminando hasta la entrada del metro, donde había un grupito discutiendo si bajaban o no, pues que volviera a temblar y estar bajo tierra, iba a estar muy terrible, en mi realidad no veía diferencias, salvo que generalmente está dificultoso bajar por esas escaleras, por la cantidad de personas que lo hacen y esta vez me sentí muy sola haciéndolo.
Entré al metro, si te toca te toca, me dije y más allá del susto que te puedes llevar es un lugar seguro. Por otro lado pensé a «seguro» en esta vida se lo llevaron preso o» murió en la sopa», dijera otro.
Pocas eran las personas que viajaban en él, todo iba bien, sobraban asientos, estaba despejado, cuando de repente se detuvo, las luces se fueron, prendieron las de emergencia, el silencio era total, como de un sepulcro, como si el mundo se hubiera detenido, di una ojeada a mi alrededor y era como si todos se hubieran convertido en estatuas con cara de susto y asombro, pasados unos segundos que parecieron horas, volvió a marchar, el mundo volvió a tener movimiento, bajé en la próxima estación, era mi destino.
No había percibido que había temblado, creí que era lo que siempre sucede en el metro, que de vez en vez se para, eso si, las pocas caras decían mucho, veníamos de un terremoto no suele ser cualquier cosa, eran entendibles, más cuando nos quedamos sin luz.
Subí las escaleras y me asombró ver tanta gente en la calle, ya era casi noche, imaginé que todavía debían tener miedo y por eso no entraban a sus casas, cuando llegué a donde me hospedo, los vecinos estaban fuera, parados en el cruce de la calle, ahí me dije esto es muy reciente y así era, había temblado cuando estaba en el metro.

Era hora de pensar en salirse de la ciudad, estaba muy convulsionada con eso de los sismos, esperando la gran catástrofe, que bueno si bien hay que estar prevenido para ello y saber como actuar en caso que suceda, no hay que enfocarse demasiado, pues cuando un pueblo lo hace, puede llegar sin que lo crean el pedido.
La ciudad estaba hermosa, el cielo despejado, límpido, como hacía tiempo no lo veía, hasta había nubes surcándolo, en un azul claro bonito, bonito, sin embargo no era un lugar para pasar mucho rato, la ansiedad estaba demasiado álgida y era mejor alejarse de ella a la brevedad posible, si es que se podía.
CIUDAD DE MÉXICO
RUMBO A LA CIUDAD DE MÉXICO (2)
RINCONES URBANOS: ENTRE DALÍ Y EL SISMO (1)
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Gracias Julia por compartir esta publicación. ¡Feliz Navidad! y un abrazo grandote
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