UN SOPLO DE VIDA
El desierto, en su desnudez, había sido un guardián de la promesa de florecer en su aridez.
Y ahora, con cada flor que se abría, con cada hoja que brotaba, cumplía con esa ofrenda que había realizado en los principios de los tiempos, a ese todo que se transformaba y cambiaba sus vestidos con tal de permanecer.
No quería perder ese gran despliegue de magia y encanto, de robustez de los verdes, de las flores que emanaban, que daban a esa potencia que evolucionaba, un toque de delicadeza y esencia.
-Te prometo que cuando el agua llegue, haré que todo florezca en un instante, en una forma somera y efímera, mostrando que la vida siempre regala bajo su manto, la trasformación. Mientras tanto, guardaré bajo tierra, en forma latente, todas las posibilidades para que por fuera no se vean, hasta que tú, dueño de todo, lo ordenes. Será como el devenir, una enseñanza para aquellos que quieran ver más allá de su propia realidad terrenal-le susurró el desierto en ese momento a la brisa que sobre él danzaba, moviendo sus hojas para que brillaran, ese pacto secreto entre la tierra y el firmamento.
Y así, el desierto continuó su espera paciente, un lienzo en gris y ocres que aguardaba el trazo de la lluvia, para que lo dibujara, lo coloreara, le diera la presencia que el guardaba en sus polvorientas entrañas.
Iba caminando entre sus luces, mientras un viento fresco y calmo jugueteaba entre esos columpios que él impulsaba, las semillas dormidas bajo las piedras que habían soñado con ese primer sorbo de agua que las despertara, que las liberara de su letargo para darse a conocer como parte de ese prodigio del renacer, habían surgido y muy orgullosas se mostraban, cumpliendo con la tarea asignada.
*

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Las hojas siguen brotando sin detenimiento una detrás de la otra y van tupiendo a esos mini árboles en esa jungla enana que se está formando, mientras los cactus bañados y limpios, hidratados camuflan por instantes sus espinas luciendo su majestuoso porte de caballero gallardo.
Ahí, mientras voy bajando la cuesta esa mini selva se despliega, iba con total cuidado en cada paso por ese piso inmaculadamente recién lavado, con sus piedras que refulgían aumentando ese canto de una frecuencia insonora, sin embargo sanadora que llegaba muy adentro y brotaba de ese cimiento.
*

*
De repente frente a mí, en un costado de la cuesta se apareció un portal de piedras, me invitaba a meterme en ella, me seducía, no pude resistirme y sin ningún cuestionamiento me acerqué, pues con un guiño insinuaba:
-Entra, ven, no te detengas, aquí hallarás el cobijo que buscabas.
No eran solo plantas y flores, no eran solo piedras, eran los fragmentos de un juramento antiguo, la prueba de que incluso en la quietud más recóndita, la vida espera su momento para gritar y sanar.
Su bramido encaramado había sido lanzado y como bien me había prometido «mañana lo verás», y si, ahí estaba, dándome cuenta que los milagros se producen sin ni siquiera esperar nada, surgen para ser vistos por aquellos que «tienen ojos para ver y oídos para escuchar», sin importar el lenguaje en que se les habla.
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Entre la música y la escena, entre la danza y el suspiro no dejaba de encantarme y liberarme entre esas luces que resplandecían, dando a la vida más vida a pesar de los infortunios, de los pesares, de los momentos descoloridos, revueltos y que tenían que ser coexistidos, porque ella es eso, un equilibrio constante entre la gloria y la pesadumbre.
Esa espera no era un vacío, sino un acto de fe. Cada amanecer y cada atardecer son recordatorios silenciosos de que la belleza no depende de la abundancia, sino de la capacidad de resistir, de existir y de ver.
El desierto, había perdido esas cicatrices de sequía, pues él nunca desistía era el gran maestro de la paciencia, un testamento viviente de que el verdadero poderío está en la firmeza y en la convicción de que al final, la promesa tarde o temprano se cumple.
*

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Acepté la invitación, crucé entre esas dos piedras que se abrían para que pasara, lo hice con la cabeza gacha, en son de humildad y también por sus ramas bajas, en esa arboleda chaparra que me invitaba, las luces revoloteaban y mostraban el contento, como si de verdad gozaran de sentirse ataviadas con el brillo de la esmeralda y con ello lucirse maquilladas.
El aire, ya no pesado y seco, sino fresco y perfumado por la tierra mojada, era una dádiva para el alma que el desierto a través de ese pacto que había hecho con lo sagrado, regalaba.
*

*
Ya no era un lugar para huir del calor, sino un santuario de la existencia que resucitaba, la celebración de que incluso en los momentos de mayor rigor, la esperanza y la belleza permanecen, esperan sigilosas, el momento de su encuentro con una simple gota de frescura y ella es, el soplo de vida para brotar y florecer…
MÉXICO
AGOSTO 2025
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Themis, cuando unas líneas como estas son capaces de hacer vibrar a quien las lee, está dicho todo. Cualquier cosa que yo dijera estaría de más. Todo está aquí: en tu VIVIR maravilloso, en esa capacidad de asombro que no pierdes pase lo que pase. En esas frases que no me atrevo a copiar, esas que ¡Son muchas! Tan especiales, tan poéticas y estremecedoras. Y las imágenes que adornan tu sentir y tu maestría con las letras. Lecciones de amor y de vida. No, me has emocionado. No digo más. Ah sí, que te abrazo fuerte.
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Maty, Maty, que bonito lo que dices, el asombro ese que hay que desarrollar, volverlo a encontrar, pues hay veces que lo perdemos, ahí en nuestros tiernos años, y ya la vida deja de ser aventura, exploración y descubrimiento y se vuelve tan solo «cosas serias», y «profundas», sin embargo hay que rescatarlo y desertarlo y hacerlo uno con nuesta existencia. Gracias, gracias, abrazo tan inmenso para que te llegue derechito a tu corazón.
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Hola, Themis, pues sí, va creciendo tu poesía en las líneas al ritmo de los cactus en el desierto de tu tierra. Poco a poco, pero con consistencia, con grandes raíces y un gran fruto: tu artículo. Y las cicatrices a las que aluden, en tu caso serían las fotos que dan fe de ese recorrido que estás haciendo, jeje. Bienvenidas siempre las letras, el agua y las plantas, pues las tres nos dan vida.
Un abrazo. 🙂
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Bienvenidas sean Merche, todas ellas pues es muy cierto, todas nos traen vida de diferentes formas. La poesía crece, así ha decidido nacer, es la forma de caminar, de estar, de ver, de meterte en este todo que te regala nuevos ojos en el alma. Abrazo grande y gracias
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Qué hermoso y poético texto, Themis, y tu decisión te hizo ver el esplendor de esa frescura, que sin duda ofrece la naturaleza , incluso en el desierto. Me ha encantado leerte. Y sí es cuestión de querer ver la belleza que nos rodea allí donde habitemos. Muchas gracias. Mi abrazo.
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Gracias a ti Julie por todas estas palabras que no sabes como las aprecio, más viniendo de tí, de esa gran poetiza. Si, el encuentro con la naturaleza y que te regale esa frescura en este bello desierto, es un acto para agradecerse, y el poder estar junto a una forma de su belleza. Abrazo muy grande
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