CUANDO EL CAMINO SE PIERDE
El sol ya estaba en su apogeo, el calor se empezaba a sentir, era hora de pensar en regresar, ya que aún quedaba un muy buen trecho para recorrer, eso sí, en una parte más fácil en apariencia, aunque en esencia había que tener mucho cuidado.
El ascender en si mismo nos deja muchas enseñanzas sin embargo, no nos señala la forma de cómo hacer el descenso.
Me sentía más confiada llevando conmigo el cayado, ese improvisado que había aparecido mientras subía, cuando ya se dificultaba algunos tramos por lo enredado del ascenso. Volver a él, sin lugar a dudas, llevarlo conmigo como lo hacía hace mucho tiempo, a esa herramienta formidable que encierra en sí misma muchos usos, espantar a algunos animalitos que se nos lanzan en el camino o retirar las ramas espinosas que muchas veces están a la vera y nos enganchan y el primordial darnos un sostén extra.
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Iba con un sabor extraño después de la experiencia en la tumba, no podía decir que pensaba en algo, por el contrario si había pensamientos surcando mi pantalla mental la verdad que no los tenía en cuenta, lo que me llamaba era el alrededor, su belleza, para donde mirara era un gran desborde de ella.
Una comunidad de biznagas aparecieron en el sendero, formaban un pequeño portal que había que cruzar tenían algo en ellas que atraían, o era yo que las veía de otra manera, no me detuve en ellas, solo las saludé, le agradecí que me dejaran pasar sin problemas y el verlas me llenó por dentro con un sentir de lentitud, de no prisa, de ir por la vida con la gran serenidad sabiendo que no hay vuelta atrás, eso sí algo había cambiado en el intelecto, ya no era él quien guiaba el timón de la nave y disfrazaba las vivencias como entendimiento profundo, lo que sucedía venía de otro lado, que no sabía ni me importaba de dónde era.
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Seguía cruzando ese paraje lleno de vegetación, en un camino serpenteante, que nos abría a una gran inmensidad que dejaba la boca abierta, que detenía para volcarse a ella, con todo ese espíritu que revoloteaba cuan pájaro liberado del encierro.
Bajábamos, bajábamos, íbamos a un paso firme y constante, mi cayado me daba otro señorío, otra fuerza, otra confianza, regresaba a viejos tiempos cuando no me movía sin él y me encantaba, como si cada paso resonara con la sabiduría de los años pasados.
El encuentro con los viejos vestigios de la pedacería de rocas en el camino, de aquella antigüedad prehispánica donde habían tallado la piedra dándole la forma para la construcción de esa tumba, de esos muros.
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Mirar el pasado, las huellas de aquellos habitantes que habían estado por esos parajes, que aún se sentía los ecos de sus vidas, de sus pasos y me llevaban a los míos, era como si el mundo alrededor se detuviera por momentos y me hiciera saborear la nostalgia, no con lamento de lo que fue, sino con la certitud que hasta el final del camino la emoción de lo que está por venir allí está, la aventura que se encontrará en ello, todo serán nuevas experiencias, llenas de magia, de encuentros, de oportunidades de conocimiento, de desprendimiento, de volverse cada día más liviana, sin cargas absurdas, sin pedir nada, soltar, soltar y volar, surcar el cielo azul turquí, que embelesa.
Darse cuenta de lo pequeño que somos en comparación a ese universo que se expande, sin embargo también lo llevamos dentro, en esa replica que habita nuestro interior que podemos explorar a gusto y antojo, porque él nunca nos deja.
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Ese universo interno, ese micro reflejo del macro que como cúpula nos envuelve.
Hundirse en el hechizo del encuentro con uno mismo, estar fusionada a ese observador interno, mi esencia, mi ser, para que timonee la nave en un viaje realmente transformador, de conexión, encontrar el timón y ser la capitana de ella.
Conocer lo indescifrable un gran desafío, entrar en un evento fascinante, ¿qué otra cosa nos puede ocupar en esta vida?, más que el unirse a lo sagrado e ir en pos de él.
Así iba dando rienda suelta a todo lo que nacía y no se detenía, un cactus columnar de esos que nacen en las rocas, desafiando todo aquello que se podría suponer, que sigue mostrándome la forma de incrustarse en esta tierra sacar raíces aun en la piedra y remontar vuelo aunque pareciera que no se pudiera, como si fuera el «oxímoron» de las acciones, esa unión en cierta forma de dos palabras que son contradictorias, aquí dos actos opuestas, el echar raíces al vuelo.
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Me sacó una sonrisa, esas fantasías que la mente lleva y también al mirarlo me sorprendió, los motivos por los cuales todo eso que estaba viendo, no lo había visto a la subida, ¿era acaso que el camino estaba cambiado?, o iba tan en otra que…
Ahí me di cuenta que tampoco habíamos visto esos vestigios del trabajo en la piedra, de esos restos que a medida que andábamos se hacían cada vez más frecuentes.
Era otra la senda entre ramas que habíamos tomado.
Nos paramos y empezó el intercambio, entre ellos, mis compañeros de viaje, conocedores del desierto, que son sus tierras, que saben muchos de los senderos para llegar a un mismo lugar y como moverse en un espacio que por momentos parece igual.
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No dije nada, no me correspondía, había que dejar a los que saben resolver que se hacía, se llegó a la conclusión que había que haber rodeado una piedra que estaba más arriba y tomar el camino que estaba tras ella, ahora nosotras seguiríamos andando, él iría por otro rumbo, cortando entre la maleza a buscar la camioneta que había quedado en otro punto de la carretera, nos encontraríamos en el paraje de las Salinas Chicas.
Para allá fuimos, andando, andando, se las veía allá a lo lejos, esas Salinas que cada vez que voy a la ciudad aparecen en la carretera y quería llegar a ellas, ahora sin esperarlo, la vida me las ponía delante, las cruzaría, estaría entre ellas, la cereza en el pastel, culminación de esta aventura.
Llegamos a vestigios del trayecto del Camino Real, esa vía que había unido en la época prehispánica la Mixteca con el Valle de Tehuacán, por donde se había construido la Capilla Enterrada, el primer centro evangelizador que hubo en la región, esa que guarda las pinturas que cuentan parte de los evangelios.
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Seguimos el camino lo fuimos bajando, el sol quemante se erguía en ese cielo cada vez más azul, en esa tierra cada vez más caliente, que quema, polvorienta, por la lluvia que hace meses se ha retirado, las piedras que ruedan y que van rompiendo ese silencio profundo que nos rodea.
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Bajando, bajando, bajando envueltas de cerros que…
“Por fin lo comprende mi corazón: Escucho un canto, contemplo una flor: ¡Ojalá no se marchiten!”
Nezahualcóyotl
Eso es todo.
CONTINUARÁ…
MÉXICO
FEBRERO 2024
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CUTHÁ: SALIENDO DE LA TUMBA CUEVA
CUTHÁ: CUANDO EL PASADO SE PRESENTA
LA CAPILLA ENTERRADA: ENTRE SÍMBOLOS
AL ENCUENTRO CON LOS PRISMAS BASÁLTICOS: EL DESAYUNO
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Es una bajada de meditaciones, una caminería espiritual, lo que describes, Themis. En esos caminos ásperos, encontrarte a tí misma es todo un desafío, un diálogo interior. Hermosa disertación. Me ha encantado. Gracias, por darnos a conocer estos caminos áridos… Mi abrazo fuerte.
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Hola Julie, fue un descenso tan bello, rodeado de esos paisajes, con muchas vivencias, el gran silencio, el fluir de la marcha, lo que se presentaba….
¡Al fin!, agarrar el rumbo a las SAlinas Chiquitas, pues salinas son lo que abundan en todo el alrededor, que vienen desde tiempos inmemoriales, sientes lo antiguo de esos parajes.
Eso si, bien lo dices, caminos áridos y descarnados. Abrazo grande, muy grande y gracias
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