La primavera representa un renacer,

el equinoccio marca su entrada, palabra que proviene del latín “aequinoctium”, cuyos significados son “primer verdor”, “noche igual” o simplemente: “primavera”.

Significa que la noche durará lo mismo que el día, se igualan, se equilibran, permanecerán la misma cantidad de tiempo por arriba y por debajo del horizonte.

Para las culturas prehispánicas tenía una cierta importancia ya que la naturaleza renacía y comenzaba el ciclo agrícola, por lo tanto, era vital ofrecer algo a los dioses a cambio de que protegieran a las cosecha, mandaran buena lluvia y las hicieran crecer sanas.

Los antiguos rituales del equinoccio de primavera mexicano se llevaban a cabo en las pirámides, como en Chichén Itzá, la civilización maya notó que cuando el sol se ponía directamente en el oeste, las escaleras de la pirámide se asemejaban a una serpiente en movimiento.

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Ese día la serpiente emplumada, descendía desde el cielo a la Tierra, se realizaban celebraciones y peregrinaciones hasta la boca del cenote sagrado, que conecta con la pirámide, para hacer ofrendas al dios de la lluvia Chaac, que consistían en sacrificios humanos, lanzando a las víctimas a las aguas al igual que objetos de valor.

Kukulkán, el dios maya del rejuvenecimiento y la renovación de la vida el día 21 de marzo, descendía al inframundo por medio del cenote y los días 21 de septiembre el dios retornaba al cielo a través de la pirámide.

Según la cosmovisión maya, la serpiente era la unión entre lo divino y lo humano. Consideraban la vida como un ciclo que iba entre el cielo, la Tierra y el inframundo.

El universo estaba conformado para ellos por tres pisos:el cielo dividido en 13 niveles, la Tierra con cuatro rumbos diferentes y el inframundo con nueve estratos.

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El equinoccio conectaba con los tres niveles, según cuentan, «Kinish Ahau» que era considerado el dios del Sol, simbolizaba la fuente de vida, patrono de la música y la poesía, considerado un ser supremo pues tenía relación con los tres, además de con la naturaleza y sobre todo con la serpiente emplumada cuyo punto principal se encontraba en Chichén Itzá.

Los mayas rendían un gran culto a las víboras de cascabel, sobre todo a una de ellas «Ajau Can Durissus Durissus», que solo se encuentra en donde ellos vivían.

El equinoccio de Primavera lo confirma, “la serpiente de luz en Chichén Itzá”es la muestra de que se dieron cuenta de ese evento de luces y sombras que se daban y lo dejaron plasmado en el Castillo, la gran pirámide de ese centro ceremonial.

Este fenómeno solar se ve hoy como se ha visto desde que fue construido el Templo a Kukulcán, sin importar los miles de años que han pasado. 

El evento ha tomado mucho auge en las últimas décadas donde con el advenimiento del «New Age», se comenzó a generar la costumbre de ir a los centros ceremoniales a «cargarse de energía», cosa que dista de los «festejos» que tenían los pueblos prehispánicos.

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Es una creencia moderna que surgió en la década de los años 70 en Estados Unidos, cuando se protestaba contra el gobierno por la guerra de Vietnam, donde los hippies buscaban el «peace and love» y la reconexión con la naturaleza.

Se creía también que los indígenas prehispánicos en México acudían a los templos a hacer rituales para renovar y llenarse de energías, se mezclaron ambas creencias y se creó esa nueva visión, que sin embargo, poco tiene que ver con lo que originariamente era la celebración.

Lo que ha llevado a poner en peligro a los centros ceremoniales, por los miles de personas que acuden como en Teotihuacán cerca de Ciudad de México, vestidas de blanco, a hacer rituales de purificación y renovación, levantan los brazos al sol, ejecutan danzas, suenan los caracoles, los tambores…

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Cada día que pasa esa jornada va tomando más centros ceremoniales para esta causa desatada por los vecinos del norte y que como el Halloween se fusiona a las creencias.

Eso sí, si los que van a esta celebración investigan un poco en ella y se dan cuenta cómo eran los rituales usados en esta fecha, quien sabe que sucedería.

Los mayas hacían sacrificios humanos, sobre todo al dios de la lluvia, tirando a hombres jóvenes y a niños, no a doncellas como siempre se creyó, al cenote.  

Para el centro de México, los mexicas otra era la forma de celebrarlo mucho más «sanguinario», para la visión «europeizada», pero esta es otra historia que tal vez un día les cuente, solo basta decir que festejaban el Tlacaxipehualiztli («desolladura de hombres»), era una fiesta dedicada al dios Xipe Tótec, «nuestro señor el desollado» era un dios relacionado con el renacimiento de la vegetación y la tierra en la primavera.

A diferencia de lo que se piensa, el equinoccio tiene mucho más que ver con los periodos agrícolas y la temporada de lluvias y menos con la recarga de energías.

Además, los recintos que sirvieron como observatorios, como el caso de Chichen Itzá, donde se dan esos juegos de luces y sombras permitían el que se generaran calendarios más precisos, que servían para saber cuándo sembrar y cuando cosechar, más que con ideas románticas.  

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Al monte conducimos nuestros pasos, a lo profundo del desierto, para llegar a uno de esos lugares por donde poca presencia humana se ha visto, para celebrar el evento bebiendo un delicioso café.

Nos fuimos temprano en la tarde mucho antes de que el sol se ocultara camino a buscar el cauce de un río seco que íbamos a remontar para llegar a una explanada si se podía para ir a recibir a la Primavera, esa que llegaría el lunes 20 de marzo, en punto de las 15:24 horas, centro de México.

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FOTO: THEMIS T.

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Pero esto lo dejo para contarlo en otra entrada….

CONTINUARÁ…

MÉXICO

MARZO

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Agradezco fotos tomadas de internet

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