«Cuenta la leyenda que el pirata Molas enterró su tesoro en esa pequeña isla con ayuda de un esclavo. Sin embargo, después de hacerlo decapitó al esclavo para que se llevara el secreto a  la tumba. Se dice que en las noches se puede ver la cabeza del esclavo indicando el lugar del tesoro.»

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Había salido de la isla en donde vivía en el Caribe mexicano, rumbo a otra de la cual no tenía muchas referencias y al haber perdido el único autobús que salía en el día, el cual me llevaba directo a donde tenía que tomar el ferry para cruzar, me habían señalado otro camino, sin pensarlo lo inicié y el chofer me había bajado en el medio de la selva para que esperara otro transporte que, supuestamente, me dejaría en mi destino, sin embargo, por alguna circunstancia no llegó y me subí a otro que me acercó a una zona habitada.

Aquí les dejo la primera entrada para quien quiera saber los antecedentes

PUESTAS DE SOL: HOLBOX, MÉXICO

Después de toda esa peripecia y del encontrarme conociendo lugares y abierta a lo que sucediera, llegué al cruce para ir a la isla.

Una lancha que iba lanzando agua por todas partes y sin ninguna consideración a los que viajábamos, que no éramos muchos, nos empapó.

Así llegué al otro lado, mojada, en un pequeño muellecito me bajaron, me indicaron que caminara derecho y que a unas cuadras me encontraría con el pueblo. Así lo hice.

Me sorprendía que por donde habíamos llegado era una laguna y que no viera el color del mar, el cual me habían dicho que no dejara de hacerlo cuando se me abriera en mi horizonte pues era un espectáculo inolvidable, unido a esa arena blanca que cubría a la isla.

De repente ese polvo blanco que era el camino, fue llevándome hacia el centro donde rodeado de pequeñas cabañitas rústicas, se abrió  ese mar verde que mostraba una gran quietud que parecía que estuviera pintado y fuera parte de una escenografía.

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El sol estaba en su apogeo, ya llevaba más de diez horas desde que había salido de la casa, estaba cansada, buscaba un lugar donde reposar un rato, el primero que encontré ahí me quedé.

A diferencia de la mayor parte de la isla que eran construcciones de madera,  este era de bloques.

El hambre había vuelto, así que salí a buscar algo para comer.

Me sorprendió el silencio, el ver que todo estaba cerrado, como si la siesta se  hubiera prolongado y hubiera desaparecido a todos.

De repente, vi a alguien que venía caminando y le pregunté por un lugar para comer.

-Hasta después de que el sol se va, nadie abre, todo está cerrado, ahora si quiere comer pescado, vaya a la playa y ahí está Don…. y hace un pescado asado muy bueno. Lo va a encontrar por el aroma- y se fue

Seguí su consejo y como si fuera un dibujito animado con mi nariz alzada fui persiguiendo esa huella que el delicioso aroma dejaba, terminé frente a una pequeña enramada donde una serie de pescados estaban siendo asados.

Me senté a esperar que los terminara, mientras miraba ese mar que parecía inamovible y a ese cielo que se iba tiñendo de colores espectaculares, el rojo era el que prevalecía.

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Fue mi primera puesta de sol, degustando un enorme y delicioso pescado a las brasas, que no solo sació mi hambre, sino que me abrió las puertas a esa tierra de ensueños.

En aquella época, hace ya muchos años, muchos más de treinta, cuando viví un tiempo en ella, gran parte de los pocos pobladores que había, nos dirigíamos en la puesta del sol al mar, a ese espacio bordeado por unas arenas blancas, llenas de conchas de caracoles que la marea traía, un lugar muy mágico, quedado en el tiempo, en donde se vivía de otra manera y sus pobladores se negaban a entrar a ese progreso que había en la zona continental y seguían viviendo en la paz y la tranquilidad que les daba su estilo de vida.

La isla era un pequeño remanso de unos 40 kms de largo por 2 de ancho, habitada en una época cuando hubo una guerra llamada «de castas» por  muchos mayas que tuvieron que huir y se refugiaron en distintas islas de los alrededores, también la habían ocupado los piratas, de ahí que muchos de los pobladores eran descendientes de ellos, ya que contaba con borbotones de agua dulce que salían del mar salado, a ella llegaron en busca de refugio los hippy en los años 60.

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Se encuentra justo en el lugar donde se une el Mar Caribe con las aguas del Golfo de México, lo que lleva a que se forme muchas veces una línea donde se veía esa separación, por un lado los colores transparentes turquesas verdosos y por otro el agua más amarronada.

Un lugar muy especial donde no había autos pues sus calles eran de arena, triciclos, bicicletas y empezaban algunos carritos de golf a verse, no había bancos y los comerciantes solo aceptaban efectivo y en moneda nacional, lo que ocasionaba que muchos de los que arribaban por esos años 90, sobre todo europeos, italianos en su gran mayoría, no llegaran prevenidos y se encontraran que con sus tarjetas y sus dólares, no podían hacer nada.

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Eran muy pocas las personas que se atrevían a conocerla, lo que hacía de ella un pequeño paraíso, rodeado de selva, mar y su piso de arena suave.

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En ella hay un Ojo de Agua, Yalahau, un cenote que según las leyendas posee propiedades especiales, donde en sus aguas si uno se sumerge sentirá que tiene diez años menos.

Ahí fue el refugio de Molas el pirata, durante más de cuarenta años y donde enterró su tesoro, un lugar de apariciones sobre todo cuando hay viento que zumba y la noche está obscura, dicen que se ve la cabeza flotando del esclavo que mató luego que lo ayudara a esconderlo.

Holbox, donde anidan flamencos, águilas crestadas, halcones peregrino y tortugas, donde llega el tiburón ballena a alimentarse con el plancton, el mar lo es todo para sus habitantes, los recuerdos de los abuelos piratas, que luego se volvieron pescadores, las reuniones familiares y de vecinos fuera de las casas o en la playa, acompañadas por el atardecer.

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Un momento muy especial, donde todos comenzaban a salir, abrían sus puertas, sacaban sus sillas y ahí se sentaban a disfrutar un rato del fresco y de esa puesta de sol, bebiendo cerveza.

Otros nos encaminábamos a la orilla del mar, donde todos absortos contemplábamos el evento muchas veces en un total silencio que solo lo irrumpía el sonido de las pequeñas olas que se mecían.

Ocasos rojo fuego, morados, rosa, naranja quemado, donde era un gran  asombro con lo que te iba a sorprender el gran artista desde su atelier celestial, volvían al lugar un paraje de una extraña belleza, donde todo se detenía, donde ese cielo descubierto se volvía una cúpula que te rodeaba y tú dentro de ella no podías hacer otra cosa que admirar y agradecer ese evento que se te regalaba.

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Era como un rito, una ceremonia sigilosa en donde se unían todos los espíritus allí presentes, para al terminarse salir inmediatamente pues ella marcaba la llegada de la hora del mosco, donde grandes nubes de estos invadían todo el alrededor y había que encerrarse, hasta que como llegaban se iban, sin mediar nada en el medio.

En la noche, otro de sus mágicos encantos, sobre todo si era el momento preciso, se podía coronar el día volviendo a la playa, caminar por la orilla del mar, alejarse de las luces para poder ver no solo el cielo estrellado, al cual se le unía otro gran espectáculo que cada año llegaba: la bioluminiscencia, que la genera el “plancton”, microorganismos que además de iluminar la orilla del mar, alimentan al tiburón ballena.

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Si uno se atreve se puede meter en el agua cálida, sentirse teñido y rodeado de ese azul luminoso que estampa todo el cuerpo y hace que una experiencia prodigiosa cierre una jornada hechizante.

MÉXICO

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PUESTA DE SOL: HOLBOX

PUESTA DE SOL: DESDE EL DESIERTO

PUESTA DE SOL: DESDE MONTEVIDEO, URUGUAY

PUESTA DE SOL: EL CASTILLO DE CHAPULTEPEC

PUESTA DE SOL: DESDE EL PULMÓN DE LA CIUDAD DE MÉXICO

Agradezco las fotos tomadas de internet

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